MIGUEL ANGEL
BLANCO
(Asesinado
por ETA el 13 de Julio de 1997)
En Euskadi, y en toda España, quienes vivimos aquella
atrocidad no podemos olvidarla. Era el mes de Julio del año 1997, hace
diecinueve años. ETA mataba sin descanso, y aquel concejal de solo 29 años
estaba en su punto de mira. Volvía hacia su casa, en transporte público a pesar
de pertenecer a un partido de derechas, y fue abordado por una mujer. No sé
cuál era entonces el porte y prestancia de aquella mujer, pero bien cabe pensar
que Miguel Angel pudiera haberse sentido atractivo al ver cómo se acercaba a él,
sin embargo, fue reducido por ella y conducido a algún escondrijo, a alguna
covacha de ratas o de comadrejas. Aún no sabemos dónde pasó sus últimas horas
de vida aquel muchacho que los asesinos de ETA le robaron a la Vida, a la
Humanidad que merece ser respetada. Ellos, los asesinos, formaban parte de la
otra Humanidad, la inhóspita, la indigna y miserable.
Es preciso recordar a Miguel Angel Blanco en esta fecha
porque su asesinato no fue un pasaje cualquiera. El ultimátum, además de ser un
desafío al Estado, constituyó toda una condena a muerte dictaminada por las
mentes negras de aquellos tres asesinos, porque tenía adjudicada una hora para
su ejecución en solo 24 horas, y porque la reivindicación, -el acercamiento de
los presos etarras en solo 24 horas-, no era admisible, y menos en respuesta a
un oprobio de tal envergadura. Desde entonces hasta hoy han cambiado bastantes
cosas, ahora no acudimos a funerales por los asesinados ni se producen
atentados, pero aún ponemos demasiados impedimentos para llamar a las cosas por
su nombre, para culminar un diagnóstico certero que subraye la evidencia de lo
que ocurrió: que un puñado de asesinos vascos se dedicaron durante demasiado
tiempo a matar a sus semejantes reclamando una quimera en nombre de una patria
que, por ser tal, en modo alguno podría adoptarlos como hijos. Recuerdo cómo
pasé aquel terrible día. En la madrugada del sábado escuché a un encapuchado
cobarde leyendo el ultimátum. Su voz surgía de las tinieblas que ocultaba su
capucha arrugada, en la que dos ojos vidriosos se asomaban a dos orificios
ovalados. No recuerdo si llevaba boina. No quiero recordarlo porque yo estaba
acostumbrado a ver la boina noble que siempre llevaba mi padre. El texto que
leyó fue escueto, como corresponde a la razón de los asesinos: sin adornos ni
explicaciones, solo brutal… Porque los asesinos no reflexionan, solo hablan
desde el estruendo y las detonaciones, desde el vientre enlodazado de la
muerte.
Por la mañana del sábado ya estaba yo en Bilbao. Pidiendo
libertad para Miguel Angel, como lo hacían miles y miles de vascos,
desprovistos de pegatinas. Allí estábamos los decentes. Quienes detestaban
aquella movilización eran los indecentes, que no eran pocos en aquel tiempo,
los que en mayor o menor medida acompañaron a Txapote, o a Nora, o a Mújica, a
apretar el gatillo de la pistola. Recuerdo que apenas comí, y que me senté ante
la televisión a la espera de información. Cuando la noticia saltó fue como si
un puñado de ortigas brotara en mis oídos. “Le han matado”, me dije. “¡Estos
hijos de puta le han matado!”, repetí. Y en aquel momento yo, que era concejal
de mi pueblo y diputado foral, empecé a sentir muchísima rabia y un poquito de
miedo. Rabia, porque yo no podría sentirme nunca más una persona, ni me
sentiría vasco, si aquellos asesinos eran tenidos o tratados como tal. Y miedo,
porque yo era como Miguel Angel, un ciudadano normal y corriente, y socialista,
o sea de la misma condición que las víctimas de aquellos matones.
Así de sencillo es el recuerdo que yo tengo de los asesinatos
etarras. Es cierto que el de Miguel Angel marcó un antes y un después en la
lucha contra ETA, porque la atrocidad colmó cualquier paciencia y porque, como
me ocurrió a mí, los párpados de muchos estallaron en lágrimas incontenibles,
las voces se convirtieron en sollozos de dolor, las palabras fueron gritos de
protesta y desconsuelo, y ya no cabía ninguna compasión con aquellos
embajadores de la muerte que mataban por placer. Ahora que ETA ya no mata me
atrevo a segurar que, aunque todos los asesinados por ETA tuvieron la misma
importancia, la muerte de Miguel Angel sacó a la calle a muchos nacionalistas y
abertzales que nunca habían salido. El asesinato de Miguel Angel fue el
principio del fin y la señal de una constatación: ETA no surgió como
consecuencia de nada, como quedó demostrado cuando no abandonó la lucha armada
al llegar la Democracia.
La violencia de todo tipo, en el País Vasco como en el resto
de España, sólo obedece a la existencia de ETA, cuya única característica es
ser un grupo generador de terror. Los constantes esfuerzos que los demócratas
vascos venimos haciendo por revisar la Historia son el tributo gracioso que
estamos pagando a quienes nos amargaron la existencia a tantos y luego, en un
alarde de cinismo y de miseria, nos han premiado enterrando (que no entregando)
sus pistolas. Yo he visitado varias veces la Plaza de la Memoria que ha
instalado el Instituto de la Memoria en diferentes lugares de nuestras ciudades
y pueblos. Los testimonios merecen valoración y respeto, incluso los aportados
por los familiares de algunos asesinos, pero la iniquidad fue hecha por los
asesinos etarras. Ahora que hay quien reclama el acercamiento de los presos como
factor de pacificación, conviene recordar que, avenirse a ello sin que ETA
previamente se disuelva es cumplir el ultimátum que se llevó por delante a
aquel muchacho de 29 años llamado Miguel Angel Blanco.
FDO. JOSU MONTALBAN