¿CABE EL SOCIALISMO EN UN ESTADO DÉBIL?
Mi respuesta es implacable: ¡No!
Por eso, -llámense cómo se llamen: regiones, nacionalidades o
naciones-, las Comunidades Autónomas deben servir al Estado y además servir
para que el Estado no se convierta en el Leviatán que propugnaba Hobbes, aunque
tampoco en un mero territorio que aglutina, como pretenden que sea algunas
fuerzas políticas nacionalistas, y algunas otras como Podemos, que no siendo
tal se comportan como útiles colaboradoras de sus métodos. Quienes defienden el
“derecho a decidir”, como una estación intermedia para reivindicar, y después
conseguir, la independencia de sus territorios y sus poblaciones, no se
diferencian mucho de quienes defienden dicho derecho pero no se posicionan
respecto a su ejercicio y su posicionamiento en el hipotético caso de que tal
derecho se desarrolle.
Lo que está en juego es la libertad de los individuos, y qué
posibilidades tiene cada cual de vivir del mismo modo, con la misma holgura y
dignidad con que viven sus vecinos en el Mundo. En España aún están pendientes
algunas disquisiciones y debates que responden a tiempos tan pasados que ya
deberían estar superados. En España se producen situaciones que, aunque
interesadamente se equiparan, tienen muy poco que ver entre sí, porque siguen
caminos y evoluciones bien diferentes, y porque incluso quienes deberían
ayudarse y echarse una mano para alcanzar objetivos “iguales”, dicen querer
llegar a dichos objetivos mediante estrategias diferentes.
Las cuatro unidades a las que me refiero son Cataluña,
Euskadi, Galicia y Canarias. Ahora que las Instituciones catalanas andan
cuestionando todo, que invitan a las fiestas reivindicativas de su singularidad
y sus derechos históricos (e histéricos) a los nacionalistas de los otros territorios,
Euskadi sigue una estrategia muy diferente para reivindicar y definir su
soberanía, y Galicia mantiene su “servidumbre” a una oligarquía tan española
como españolista a cambio de que le dejen cantar y bailar muñeiras y hablar en
su vieja lengua, el “galego”. De Canarias hay poco que decir porque sus
características propias y su ubicación a medio camino de España, de América y
de África las convierten en dependientes de quien mejor puede protegerlas, es
decir España.
Hay veces que los análisis políticos no pasan de lo obvio. Un
cambio puramente formal, como consecuencia de un desarrollo tan inevitable como
inconcluso (todo será “inconcluso” mientras el tiempo perdure), nos lleva a
negar costumbres o comportamientos que no solo no han cambiado con el paso del
tiempo, sino que nunca van a poder cambiar. Por eso cuando algunos pretenden
cuestionar el papel que han de ejercer los Estados en su relación con los
ciudadanos, y los enfrentan a otras formas de representación social y política,
-regiones, nacionalidades, naciones…-, en muchos casos solo están renunciando a
principios éticos, aunque pueda parecer justamente lo contrario.
En nuestro Mundo, tan lleno de diferencias como injusticias,
los grandes principios éticos apenas son aplicados para suavizar los rigores,
arduos y penosos, con que viven los ciudadanos. El Estado, y sus poderes,
apenas protegen los derechos básicos que siempre van encadenados unos a otros,
como son la justicia, la igualdad y la solidaridad. Sin embargo no escatiman
esfuerzos para garantizar unidades territoriales indivisibles que provocan en
sus habitantes pensamientos y posiciones implacablemente contrarias a las que
mantienen sus vecinos. Del mismo modo se van generando identidades caprichosas
basadas en usos y costumbres, incluso en modos de hablar, que terminan por
imponerse cualitativa y cuantitativamente al debate de los principios éticos.
Quienes reivindican independencias territoriales, negando
legitimidad a los Estados pluriterritoriales o plurinacionales, están
discriminando negativamente a unos ciudadanos respecto de los otros. La unión
de Estados, mediante fórmulas aglutinadoras que equiparen a los ciudadanos de
un Estado con los de los otros, ha de ser un objetivo encomiable. La creación
de nuevos Estados en base a discriminaciones económicas, clasistas o raciales,
constituye una ignominia que sufren en su honor y dignidad las personas o
ciudadanos de quienes se separan los prepotentes.
Y bien. España es un Estado. Las fuerzas políticas que
aspiran a gobernar en dicho Estado reclaman para sí mismas “unidad”. “No
podemos convertirnos en nuestros propios enemigos, es hora de reconstruir el
partido, de restañar heridas y buscar la fuerza de la unidad”, ha dicho Patxi
López en relación a la crisis que vive el PSOE. Y yo creo que también está en
crisis el concepto “Estado”, pero no es necesario destruirlo porque nos parezca
anticuado, ya que solo un Estado firme puede garantizar los derechos de los
ciudadanos. Un Estado quebradizo, como lo está siendo ahora mismo España, solo produce
inseguridad, pues se puede verter su contenido por las innumerables rajas que
presenta.
El jarrón de barro que es este Estado llamado España
(mientras no se demuestre lo contrario) presenta fallas, hendiduras y rajas que
deben ser restauradas desde la sensatez, a sabiendas de que un Estado debe
proteger y no atosigar. Para ello las partes del jarrón, -asa, vientre, fondo,
boca…-, han de mantenerse en las óptimas condiciones. ¿Imagináis un jarrón sin
asa, sin embocadura, o sin fondo? Pues yo sí lo imagino, porque no podría
contener ni conservar nada en su interior, es decir, no sería un jarrón… Ni
tendría sus fabulosas propiedades.
FDO. JOSU MONTALBAN