ESTE MUNDO TAN INHÓSPITO…
Hace menos de un mes el Fondo Monetario Internacional (FMI),
con la apuesta Christine Lagarde a la cabeza, se reunió en Washington para
sacar una conclusión que solo merece el calificativo de “obvia”. Sus palabras
no han sonado en esta ocasión con quienes increpaban desde la calle porque
apenas quedan pobres que protesten por ningún lado. Los pobres ahora son
bastantes más, pero quienes mantienen la reivindicación de la igualdad aún
latente son menos: hay más pobres y son más pobres. Pero, a pesar de todo, los
pobres dan miedo. Faltos de lo imprescindible los pobres son capaces de
emprenderla a mamporros contra los ricos ya que no tienen casi nada que perder.
Lagarde, esa mujer “juiciosa” de pelo plateado, que acumula
discreción y sabiduría además de prudencia, se dirigió a los banqueros y
economistas de derechas del FMI en estos términos: “El crecimiento (económico)
solo ha beneficiado a unos pocos. La globalización debe ser diferente, no puede
ser ese impulso por el comercio como hemos visto históricamente, debe tenerse
en cuenta la inclusión, la determinación de que funcione para todos, debe prestarse
atención a aquellos en riesgo de quedarse atrás”. Imagino los rostros de
asombro de los presentes en la reunión. Más aún cuando reclamó a EEUU que “suba
el salario mínimo”. “Esta mujer ha bebido”, pensarían algunos, pero no, solo ha
escuchado las voces de alarma que alertan de un desbarajuste social de
dimensiones extraordinarias que puede desatar violencias muy difíciles de
aplacar.
Los economistas, sobre todo los más conservadores que siempre
han supeditado la Política a la Economía, sienten que algo rechina y que el
desarrollo no alcanza por igual a todos, en todo caso a cada cual en proporción
a su posición predominante o no. Stiglitz afirmó hace poco tiempo que “existía
la creencia –muy estúpida desde el punto de vista económico- de que si los gobiernos
mantenías sus cuentas públicas saneadas, los mercados funcionarían y habría
pleno empleo y todo el mundo se beneficiaría. Los ideólogos olvidaron la
distribución”. No genera dudas, ni sorpresas, esta afirmación de Stiglitz
porque él, por encima de su condición de economista, exhibe su condición de
ideólogo progresista. Pero llama la atención que otro economista, Jacob
Kirkegaard, del Instituto Peterson de Washington, alertara sobre los errores
cometidos cuando “se pasaba de puntillas por los efectos adversos de la
globalización”, lo que ha provocado un auge de los populismos a los que el FMI
teme ahora. “Este es el debate al que el FMI llega demasiado tarde…Hemos
fracasado en prestar atención a esos problemas hasta llegar al punto en el que
estamos cuando, obviamente, con fenómenos como Trump y otros, no se pueden
ignorar”, terminó Kirkegaard. Culminó su aportación afirmando que si el
crecimiento económico va al 2% de la población, y el 98% pierde, el crecimiento
genera un problema político”.
Bien, ¿cómo es posible que hayan tardado tanto tiempo en
darse cuenta de ello los sabios del FMI, o los economistas del Banco Mundial,
de la Casa Blanca, de la Reserva Federal, o de tantos Organismos como hay, cuya
función dice ser convertir la Economía en un instrumento útil para la
Humanidad? Permitidme, lectores, trasladar mi preocupación a otro ámbito
igualmente espinoso, que tiene que ver con la economía, con la riqueza y la
pobreza que generan una trashumancia desordenada de personas entre las regiones
pobres y las ricas. En el fondo, quienes trashuman solo desean vivir, es decir,
que van a otro lugar huyendo del caos, las miserias y las guerras, con ánimo de
suavizar los rigores de sus vidas para hacerlas un poco más dignas y
soportables.
Me refiero a las últimas decisiones tomadas en Europa
dirigidas a impedir las migraciones, ya sea mediante la impermeabilización de
las fronteras exteriores, o dificultando con todos los medios a su alcance la
llegada de los inmigrantes de origen africano a través del Mediterráneo. Varias
noticias han coincidido en los últimos días que tienen que ver con ello.
Europa, tierra de promisión y acogida hasta ahora, se va convirtiendo en un
territorio inhóspito que cierra los brazos ante la llegada de quienes se
muestran tan dispuestos y arriesgados a perder sus vidas en el intento. Europa
parece dispuesta a blindarse en exceso, incluso ignorando aquel Tratado de
Schengen, en vigor desde 1995, que suprimía las fronteras interiores y
favorecía la libre circulación de europeos de todos sus países en el interior.
Los ataques y atentados yihadistas, principalmente en Francia y Bélgica,
pusieron en marcha controles importantes en todas las fronteras que dejaron
Schengen en agua de borrajas.
No solo eso, los acuerdos en torno a la acogida de refugiados
que huían de las diversas guerras y conflictos del norte de África se ha
quedado en muy poco, porque los países de acogida no han cumplido ni sus
promesas ni sus compromisos. Sin embargo la Comisión Europea sí ha puesto en
marcha la nueva agencia de control migratorio que instala una Policía de
Fronteras cuyo objetivo es blindar el espacio Schengen enviando hasta 1.500
agentes a los países que se encuentren en apuros. El descaro de la medida es
tan importante que ha empezado por blindar la frontera entre Bulgaria y Turquía
a pesar de que en Turquía, que no pertenece a la UE, se toman iniciativas
esenciales para frenar la llegada de refugiados a Europa.
Para que no quepan dudas de que el Tratado de Schengen está
moribundo antes casi de iniciar su andadura, los gobiernos europeos están
tomando medidas legislativas para frenar las migraciones interiores. Alemania
ha decidido frenar la llegada de emigrantes europeos humildes y sencillos
modificando la ley que regula sus ayudas sociales: si antes eran necesarios
cinco meses de residencia en el país para acceder a las ayudas sociales, a
partir de ahora deberán haber residido en territorio alemán al menos cinco
años. En este blindaje de las fronteras “legislativas” están de acuerdo los
liberales de la derecha y también los socialdemócratas. Todos. La llegada de
refugiados, de pobres, de perseguidos por regímenes antidemocráticos, en una
palabra, de los parias de la Tierra, está siendo respondida por los sobrados
poderosos desde la más cruel insolidaridad e inhumanidad. Lo peor es que los
desalmados amos del Mundo han contagiado a los más humildes de los lugares de
acogida para que sean ellos los que miren mal a los que llegan y les expulsen,
para que sea su “inhospitalidad” la que justifique la miseria moral de los más
ricos y potentados. Ciertamente el Mundo es un lugar tan infinito como
inhóspito.
Como diría el poeta español Félix Grande, “lugar siniestro
este Mundo, Caballeros”.
Fdo. JOSU MONTALBAN