TRAS LA
TEMPESTAD…
… viene la calma. Pero, ¿cómo será la calma?
Con la dimisión del Secretario General, Pedro Sánchez, el
PSOE inicia una nueva etapa que es preciso afrontar con serenidad, que es un
estado de ánimo que favorece la calidad de las reflexiones, y con templanza,
que es una virtud que impide tomar decisiones estruendosas y escandalosas, que
suelen ser a la vez ineficaces.
Para que quien me lea saque las conclusiones oportunas diré
que aunque siempre he defendido la urgencia de sacar a Mariano Rajoy y al PP
del Gobierno de España, lo cual debe dar pie a pensar que he sido un
incondicional partidario del “no es no”, creo que tras el fracaso de Rajoy en
su investidura, que le equiparaba en fracasos a Pedro Sánchez (1-1), todo
debería haber cambiado en el PSOE, porque el dogmatismo, tan acendrado y propio
de las creencias religiosas, no es nada aconsejable para las ideologías y
estrategias políticas a las que deben administrar mentes tan reflexivas como
bien intencionadas. Si, como pregonaba el líder Pedro Sánchez, las terceras
elecciones no eran aconsejables, solo cabían dos soluciones, o un batiburrillo
en el que hacer hueco incluso a los catalanes que andan forzando su huida de
España (harto difícil y desaconsejable), o retirarse sin demasiado estruendo
para pergeñar una estrategia que hiciera de la oposición democrática y
parlamentaria el instrumento valioso para desacreditar las políticas de Mariano
Rajoy y forzar cuanto antes unas Elecciones anticipadas.
Lo reflejado hasta aquí huye del reduccionismo que ha
supuesto buena parte del pensamiento de Pedro Sánchez: “o Mariano Rajoy, o yo”.
Pero huye igualmente de la estrategia de quienes han hecho valer su condición
de “barones” para enrarecer el ambiente, convirtiendo la sede socialista de Ferraz
en el lugar más expugnable de los últimos ´días. Para más “inri” los líderes de
Podemos y de IU, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, han aprovechado la
oportunidad para intentar el debilitamiento del PSOE, acusándole de dar el
gobierno al PP. ¿Cómo es posible tal desvergüenza? ¿Acaso no tuvieron
oportunidad de investir a Pedro Sánchez tras las primeras Elecciones? ¿Acaso no
intentaron desmantelar al PSOE infligiéndole un posible “sorpasso” en las
segundas elecciones? ¿Acaso no han puesto toda la carne en el asador para
defender algunas posiciones pseudo-nacionalistas en las Comunidades más
hostiles, poniendo a España y al Estado en entredicho? ¿Acaso no han convertido
el ambiente político español en el propio de un Patio de Monipodio?
Lo cierto es que ahora ha de ser el PSOE el que corra con los
gastos y se quede con su propio deterioro. Hará muy mal el dimitido Pedro
Sánchez si se mantiene como instigador de la disputa y el desencuentro en lugar
de convertirse en el muñidor del encuentro y la reconciliación. No sólo él,
también quienes forzaron el último desenlace que ha tenido lugar en Ferraz.
Unos y otros deberán rendir cuentas y, en su caso, pedir disculpas a tantos
militantes de base y simpatizantes que en los pueblos y aldeas españolas han
asistido, abochornados, al espectáculo propio de saltimbanquis que nos ha
ofrecido la Dirección. Eso sí, nadie debe huir del PSOE porque lo ocurrido,
nunca ha sido la práctica habitual, en todo caso ha obedecido a una guerra de
bandos, cuando no de bandidos, y no a un proceso reflexivo, aunque sea eso lo
que han querido dar a entender.
El PSOE, en sus 137 años de Historia, ha superado momentos
parecidos, aunque más complicados incluso teniendo en cuenta las vicisitudes de
inestabilidad democrática por las que atravesaba España, léase el litigio
“Largo Caballero-Indalecio Prieto”, o hace menos tiempo el pulso
“renovadores-guerristas”, que culminó con Zapatero en la Moncloa. Por cierto,
el histórico triunfo de los socialistas en 1982 tuvo lugar después de que el
PSOE cediera el paso a la UCD, que no contaba con mayoría suficiente, pero una
acertada estrategia llevó a Felipe González y al PSOE al Gobierno, “tejerazo”
incluido por medio.
Lo urgente es evitar cualquier atisbo de ruptura, porque el
socialismo es uno aunque pueda haber matices bien diversos, pero la condición
humana tanto puede conducir al compañerismo como a la animadversión, tal es el
condicionante miserable que suele acompañarla. Hago mías las ideas expuestas
por Santos Juliá en un artículo reciente relacionado con el tema: “Las
escisiones de una gran organización, con la ruptura no solo de los vínculos
políticos, sino de viejas amistades, de lazos fraternales y de sueños y
esperanzas compartidos cuando el tiempo de la vida permite aún concebirlos,
dejan siempre un poso de amargura y frustración muy propicio para convertir a
quien fue compañero en el enemigo a liquidar”.
Los socialistas nos llamamos “compañeros”. Debemos cuidar el
término y cuanto dicha palabra significa, y ser fieles a ella. ¡Acompañémonos
también en este trance difícil!
Fdo. JOSU MONTALBAN