PABLO IGLESIAS: JUSTICIERO O PERDONAVIDAS
Suelo escuchar con auténtico interés las intervenciones de
Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse) en el Congreso de los Diputados. Sus
discursos suelen ser brillantes. Como si se tratara de un “demóstenes” del siglo
XXI podría ganarse la vida escribiendo discursos para que otros los
pronunciaran, eso sí dejando claro que el rigor no es lo más importante cuando
de lo que se trata es de impresionar a los oyentes desde ya Tribuna de
oradores, cuando de lo que se trata es de impactar en las mentes de los que
escuchan más por el tono y efectos posteriores que por la veracidad de lo
escuchado.
Parto de una confesión personal: me gusta mucho escuchar los
discursos que Pablo Iglesias pronuncia en el Congreso de los Diputados porque
parecen diferentes y novedosos respecto a lo que nos ofrecen otros oradores, de
otros partidos, mucho más comprensibles, y por eso mucho menos apetitosos y
nada inclinados a ofrecer grandes sorpresas. Pero, ¡cuidado!, ocurre con
demasiada frecuencia que los oradores del corte de P.I. hablan a la vez que se
escuchan y, empeñados en escuchar lo espectacular, que siempre satisface al
oído más que lo vulgar, convierten sus discursos en diatribas, en libelos
insultantes con los que pretenden ridiculizar a los otros en lugar de
rebatirlos.
Estos comportamientos se corresponden con caracteres
altaneros de personalidades no suficientemente asentadas que aprovechan la
educación y buena disposición de quienes debaten con ellos para proferir
falsedades, verdades a medias y frases rimbombantes cuyos significados no
tienen mucho que ver con el tema del que discuten. En el debate parlamentario
del último jueves, cuando los portavoces se posicionaron en el Congreso sobre
la investidura de Rajoy como Presidente, P.I. se pasó de rodada en varias
ocasiones. A saber, cada vez que se dirigió a los líderes del PSOE, a C´s, o a
todos los allí presentes, en general. Pecó de soberbia, se revistió de una
túnica de infalibilidad que ni siquiera sirve para dignificar a los dioses: se
vistió de una especie de fatua divinidad que culminó su absurda fatuidad cuando
respondió a una acusación hacia una de sus intervenciones con la huida del
Hemiciclo, eso sí, después de reunir a su jauría para escenificar un enfado que
se vio y comprobó “gratuito” con la vuelta al “circo” poco después.
Debo reconocer que P.I. ha convertido el Congreso en una caja
de sorpresas, pero ya se ha convertido él mismo en una voz previsible en la que
prima la estridencia sobre la armonía y, sobre todo, prima lo “medio falso”
sobre lo “medio verdadero”. (Puede alguien pensar que estos dos conceptos
entrecomillados encierran idénticos significados, sin embargo la voluntad de
quien profirió las palabras, en uno u otro caso, son bien diferentes). Pablo
Iglesias parece un “justiciero” pero a la postre ejerce de “perdonavidas”: nos
perdona a todos los demás porque su complejo de superioridad le lleva a
considerar válida solamente a su posición.
El discurso de P.I. en esta tercera ocasión de la Investidura
de Rajoy ha sido tan improcedente como en las dos anteriores, peor aun teniendo
en cuenta que se trataba, según las previsiones, del definitivo. Será el último
porque P.I. lo ha querido y lo ha propiciado. Primero, por proponer al PSOE
unas condiciones tan absurdas como sobrenaturales, y la segunda razón por vetar
en un alarde de intransigencia a C´s, impidiendo la única alternativa estable
que podía haber frente al PP.
Este dinamitero de la izquierda española, que dice haber
tenido un abuelo socialista que padeció cárcel, aprendió poco de él, sobre todo
porque fue la cárcel de su abuelo la que convirtió, junto con el paso del
tiempo, la Dictadura en Democracia, pero él desea crear tal caos ideológico,
tal confusión en las sencillas mentes de los españoles, que bien puede llevar
al socialismo que profesó su abuelo a los pasillos de un manicomio de
desesperados y desesperanzados.
No se puede pasar por alto un juicio derivado de una frase
lapidaria y absurda que P.I. pronunció en la tribuna: “existen más delincuentes
potenciales en esta Cámara que ahí fuera (refiriéndose a la calle)”. La frase
merece ser diseccionada con esmero pero sobre todo porque bien parece proceder
de un entontecido por la ocasión. En todo caso en la Cámara solo había 350
“delincuentes potenciales”, es decir los Diputados, salvo que deseara contar
también como tal a los trabajadores auxiliares del Congreso, periodistas e
invitados, es decir, menos de quinientos, siempre muchos menos que los
“delincuentes potenciales” de la calle que son todos los millones de españoles
que habitan en la piel de toro. Claro que, ¿qué se puede pedir a alguien tan
poco seguro de sí mismo y de sus intenciones que se autocalifica como
“delincuente potencial”?
Y fue precisamente esa debilidad, la duda que le provocó su
propia acusación, la que le llevó poco tiempo después a abandonar la Cámara
cuando otro “delincuente potencial” (según su argot) le acusó veladamente de
ser “delincuente real” por haber cobrado cuatro millones de dólares procedentes
de dictaduras de otros lares del Mundo. Debió recapacitar apresuradamente en la
calle, al sereno, junto a los suyos, y con ellos volvió al redil de los
“delincuentes potenciales”.
Eso sí, muy satisfecho por haberles perdonado la vida a todos
ellos, a los trescientos cincuenta “delincuentes potenciales”.
Fdo. JOSU MONTALBAN