REFLEXIONES EN LA MUERTE DE RITA BARBERÁ
Se ha muerto Rita Barberá.
Punto. Se encontraba inmersa en un proceso judicial que aún
no ha sido resuelto, que ya no se resolverá debidamente porque ya no se
añadirán al texto inicial ni los testimonios ni las declaraciones de la
fallecida. Habrá quienes hayan suspirado con su muerte, y habrá quienes hayan
sentido su muerte. Yo me quedo en silencio, que es la actitud más respetuosa
con ella y la más responsable conmigo mismo y con la Vida.
Nunca me gustó Rita Barberá. No me gustaba su altanería ni la
soberbia que escondía detrás de su corpulenta figura, tras su voz arisca y
estridente, tras sus gestos procaces. Pero se ha muerto inmersa en un ambiente
agresivo para ella con el que le han premiado bastantes de sus compañeros del
PP mientras aún estaba viva. Las noticias llegaban como ecos procedentes de
voces verdaderas. Al parecer, según contaban los rumores o los bulos, ella
administraba el dinero y los bienes de todos como si fueran de ella sola… Y de
los suyos: de sus partidarios. Por eso al ser descubierta dejó de ser “popular”
del PP para ser la más popular del Grupo Mixto (¡qué feo nombre!) del Senado.
Y bien, a esta mujer parece que le perseguían el conflicto y
el escándalo. Su muerte ha sido inoportuna. Tanto, que la celebración de un
minuto de silencio en su nombre en el Congreso de los Diputados, tan
acostumbrado como poco significativo, ha activado un debate estéril después de
que los diputados “posmodernos” de Podemos hayan decidido despreciar la nobleza
de ese minuto protocolario y hayan abandonado el Hemiciclo durante los sesenta
segundos. Casi al unísono sus partidarios han llenado las Redes Sociales de
ocurrencias, de consignas soeces y de gratuidades propias de bravucones, en
muchos casos atrincherados en sus anonimatos.
Algunos se han atrincherado tras rencores ya viejos. Han
esgrimido razones tan poco convincentes como que en su momento no se guardaran
minutos de silencio por otras muertes similares, como por ejemplo cuando
murieron, por diferentes causas, Muguruza o Labordeta. Es decir, que no aceptan
ningún propósito de enmienda, y para “enmendar” el flagrante y miserable error
de haberles dejado morir sin el más mínimo gesto de recuerdo y despedida, ahora
obran ante la nueva muerte con la misma ignominia.
Mal va esta Humanidad a la que pertenecemos tanto Pablo
Iglesias y los chicos de Podemos como yo y los chicos socialistas. Es evidente
que no deseo que nadie se muera, pero la muerte no anuncia su llegada, y
llegará la Parca también a la casa de Podemos. ¿Reclamará entonces Pablo
Iglesias minutos de silencio? Y si de pronto encuentran el Hemiciclo vacío en
el minuto de recuerdo, solo porque alguno de sus representantes genere dudas
con sus comportamientos, ¿qué hará? ¿Qué hará con su “vanidad”? Si en el
Congreso de los Ciudadanos, que es una Cámara representativa de todos, hay
mentes tan intransigentes, tan poco conmiserativas, tan poco condescendientes,
el Congreso no generará concordia sino discordia.
Me permito, para terminar, trasladar una reflexión
interesante que viene al caso: “¿Qué es en realidad un minuto de silencio? Si
lo pensamos bien, la más exacta expresión del vacío de trascendencia que
acompaña al hombre posmoderno, ese hombre aparentemente autosuficiente y aupado
en la complacencia de una razón técnica, pero que esconde en realidad la agonía
de su propio existir. El minuto de silencio es la más depurada expresión del
laicismo bien pensante, la representación más exacta de la liturgia laica. Cada
vez que oficiamos esa ceremonia representamos teatralmente la realidad de
nuestra cultura cotidiana, una cultura de hombres silenciosos los unos con los
otros, incomunicados en medio de la barahúnda de las calles, solos en medio de
la multitud, insolidarios a pesar de tantos mensajes de solidaridad” (Enrique
V. de Mora Quirós). Pues bien, los de Podemos, ni esto.
¡Descanse en paz Rita Barberá!
Fdo. JOSU MONTALBAN