lunes, 21 de octubre de 2013

¡PATXI,  QUÉDATE!
Si Patxi López se queda en Euskadi, -que es lo que debe hacer-, el socialismo vasco tiene alguna posibilidad de remontar el vuelo con cierta celeridad. En todo caso, podrá hacerlo mucho más rápido que si opta por el abandono. He dicho “abandono” a sabiendas, pues como tal lo entienden cuantos, afiliados o no afiliados al PSE, han cambiado impresiones conmigo al respecto. La legislatura en la que ha ejercido la Lehendakaritza, aún reciente, constituye un bagaje de gran valor, porque es evidente que supuso un haz de luz tras las sucesivas legislaturas del lehendakari Ibarretxe, plenas de dudas, en las que solo el Plan que lleva su nombre alcanzó la efímera “gloria”. Patxi López ha sido capaz de serenar la política vasca a pesar de que el nacionalismo se empeñara una y otra vez en el intento de convertir el debate político en un simple intercambio de reproches.
El socialismo vasco debe seguir siendo la alternativa real al actual gobierno nacionalista. Y eso solo será posible en la medida en que consolide las pautas marcadas durante el Gobierno último. El acuerdo que ha firmado con el PNV, y con el Lehendakari Urkullu, no hace otra cosa que prorrogar la legislatura de Patxi López. La reforma fiscal acordada había sido propuesta por Patxi López en muchas ocasiones, si bien el “socio” de gobierno de entonces, el PP, no parecía el adecuado para llevarla a efecto. Del mismo modo, solicitar en aquel momento colaboración al PNV, “opositor” y cabreado durante todo el periplo, hubiera sido como pedir peras al olmo. Por tanto, ahora que las tesis socialistas se han abierto camino, bueno será que permanezca en la liza quien tantas veces las intentó activar. Además, el acuerdo PNV-PSE ha nacido de una evidencia certera: Euskadi necesita pocas estridencias y buenas dosis de estabilidad. Ambos ingredientes quedan garantizados con Patxi López al frente del socialismo vasco. ¿Estarían garantizados con otros protagonistas? Desde luego que no con la misma contundencia.
Desde la llegada de la Democracia, tras la muerte de Franco, los socialistas vascos hemos visto como los sucesivos líderes han dado la impresión de utilizar el crédito adquirido aquí como trampolín para ubicarse en Madrid. Asó ocurrió con Txiki Benegas (que derrotó al mismísimo PNV en unas elecciones autonómicas), con Ramón Jáuregui y con Nicolás Redondo. Pudiera ser que ahora se reprodujera el mismo esquema. Si así fuera el socialismo vasco debería reestructurarse de nuevo, pero con el hándicap importante de que ahora mismo los socialistas ocupan el tercer lugar en el escalafón del Parlamento Vasco.
Es evidente que las aspiraciones personales son cosa de cada cual, pero la Política exige que tales aspiraciones deban ser interpretadas teniendo en cuenta algo más que lo meramente personal, como son el servicio a la ideología y al partido político en que se sustenta. En ese sentido la continuidad de Patxi López en la Política vasca es una garantía para los socialistas, para la izquierda y para la sociedad vasca. Dado el importante paso de acercar posturas que parecían irreconciliables entre nacionalistas y socialistas, tras los desencuentros provocados por la cicatería de Ibarretxe y la desconfianza de Redondo (que fue quien rompió el Gobierno de coalición entre el PNV y el PSE) conviene que los contenidos del actual acuerdo sean administrados con mimo por quienes deben sentirse más responsabilizados: Urkullu, como lehendakari, y Patxi López como principal inspirador de los contenidos del acuerdo.
Será bueno para todos. Va siendo hora de que los socialistas vascos, fieles a nuestra condición de ser el partido político (de los actualmente existentes) que antes se implantó en Euskadi, concedamos a nuestra misión en este lugar la importancia y la trascendencia que tiene. El compromiso del PSOE con la sociedad vasca comenzó a fraguarse diez años antes que el del siguiente partido en implantarse, que fue el PNV. La ideología socialista siempre encontró el mejor caldo de cultivo en la sociedad vasca, variada y compleja, en la que el desarrollo industrial y minero, con sus industrias complementarias y auxiliares, compartió rigores con el comercio y el sector primario. Hoy, nuestra sociedad no es la de entonces, pero sigue siendo exigente y un buen campo de prueba para el socialismo moderno.
Puede ser que mi llamada no llegue a surtir efecto; que Patxi López opte, -por voluntad propia o por imploración ajena-, por acudir a la endiablada lucha por el liderazgo del PSOE, pero estoy convencido de que, en este preciso momento, son bastantes quienes pueden ocupar la Secretaría General del PSOE, mientras que el liderazgo del PSE puede verse profundamente debilitado si él se va. Por eso, ¡Patxi, quédate!
Fdo.  JOSU MONTALBÁN    

sábado, 19 de octubre de 2013

CONTAGIO  DE  LA  INSOLIDARIDAD
“Lo peor es el contagio”, decía mi tía María, soltera ella a pesar de su edad avanzada, que EL  ejercía con sus sobrinos la excelente misión maternal que su soltería no le permitía tener en propiedad. Lo primero era aislar al febril para que nadie se acercara demasiado y contrajera la enfermedad. Algo parecido está ocurriendo en la España actual en la que afloran regionalismos por todos los lados como respuesta a nacionalismos existentes desde el ayer de la Historia. Peor aún, incluso sin disfraces nacionalistas ni regionalistas hay líderes políticos que se aferran a localismos o singularidades con el fin, a mi modesto entender, de perpetuarse como cabezas de ratón tras haber comprobado que ni siquiera llegarán nunca a ser cola de león.
El caso catalán está provocando un efecto contagio de complicada interpretación. La gran cadena humana con que Cataluña celebró la última Diada ha provocado reacciones dentro y fuera de Cataluña, en el seno del nacionalismo –sea el catalán, el vasco o el gallego, por nombrar a los tres históricos dentro de España-  y también fuera de él, que ha afectado a los dos grandes partidos españoles. Nadie ha permanecido quieto ni callado, probablemente porque la espectacularidad de la cadena humana entre los Pirineos y los aledaños de Vinarós, asustó en exceso. Después de ese día, que dejó perplejos a casi todos, todo han sido posicionamientos estratégicos adoptados con la urgente necesidad de no quedar descolocados para el futuro. Casi nadie se ha parado a diagnosticar con detalle la situación generada: ni los antecedentes ni los consecuentes efectos de la flagrante demostración de fuerza del “pueblo catalán”. Sin embargo, llevamos escuchando bravuconadas y reacciones exacerbadas desde el famoso día de Septiembre.
En ninguna de las regiones (nacionalidades o naciones) españolas en que existen grupos nacionalistas éstos son homogéneos. Ideológicamente se trata de grupos dispares, casi antagónicos algunas veces, que coinciden en un día del año, cuando se trata de subrayar sus patriotismos. PNV y la Izquierda Abertzale (IA); CIU y ERC; BNG y los nacionalistas gallegos menos identificados. En las tres comunidades “históricas” las formaciones nacionalistas pugnan entre sí oponiendo el posibilismo a las imposibles utopías que ellos llaman “soberanías”. En el caso de CIU la cosa se complica porque a la intransigencia del convergente Mas se opone también el pragmatismo del unionista Durán i Lleida. La nostalgia sentimental que siempre acompaña a los nacionalismos moderados encuentra un escollo fundamental en el activismo patriótico de los nacionalismos intransigentes que creen que un Estado nuevo se genera y forma en un pispás, solo porque a algún iluminado se le ocurra convocar un referendo, no de autodeterminación sino de terminación de un vínculo tan serio y potente como el que une a todos los pueblos de España.
El PNV y la IA vasca también han hecho sonar sus campanas. Cataluña es el modelo a seguir, cadena humana mediante, pero saben de la dificultad, y no siempre las mismas intenciones suministran los mismos resultados. Por de pronto el PNV ha preferido desmarcarse y hablar de “nuevo status”, además de que se debe contar con acuerdos amplios para iniciar cualquier aventura. Sobre la IA aún pesa la espada de Damocles de la existencia de ETA que, aunque inactiva, obliga a sus huestes a mantener equilibrios siempre difíciles. El PNV está cómodo en España, como quien reside en un barrio que él considera de las afueras de la ciudad y constantemente se pregunta en voz alta cuándo se va a mudar al centro, en dónde a él le gustaría residir, pero nunca se responde porque sabe que vive muy bien en su casa. En el fondo ninguno de los dos siente la necesidad apremiante de la independencia porque se sienten más realizados reclamándola que administrándola.
Pero el asunto no se queda solamente en esas regiones con marcado arraigo del nacionalismo. En Cataluña más, y en Euskadi también, los partidos de ámbito estatal hacen filigranas para parecer lo que nunca deberán ser. En su simbología y en sus comportamientos externos, tanto el PSOE como el PP han dejado de complacer a aquella mayoría de sus bases y simpatizantes procedentes de la emigración interna española, que acudían en masa a los mítines durante la Transición, y vibraban con las canciones de Antonio Molina, o perdían la compostura a los sones del pasodoble “Y viva España”. Aquello ya se acabó. Ahora, quienes acuden a los locales de aforo reducido que han sustituido a los frontones, plazas y polideportivos de entonces, llegan hasta ellos a los redobles y sones de la txalaparta y de la triki trixa; tocados con txapela (que no boina) en Euskadi y con la barretina en Cataluña. Todo ha cambiado porque en ambos lugares los votos dependen más del envoltorio que del contenido de las propuestas. En ese contexto hay que valorar también que el constitucionalismo del PSOE y del PP se muestre siempre dispuesto a acomodarse a las circunstancias más frágiles.
Tras la Diada, el PSC se ha resituado en el federalismo como forma de Estado y como medio de relación con el Estado español. La necesidad de situarse en Cataluña ha empujado al PSOE a reclamar el mismo federalismo en España. Eso sí, un federalismo asimétrico. No deseo defender ninguna forma de centralismo a ultranza pero, ¿no es acaso nuestro Estado de las Autonomías mucho más descentralizador y respetuoso con las diversidades que cualquier Estado federal? ¿No suena algo grotesco, desde el más absoluto respeto, pensar en La Rioja, o Murcia, o Cantabria, como estados federales? La España de las Autonomías requiere retoques que hagan compatibles unas regiones con otras, que hagan compaginables todas las situaciones y contingencias, que generen consanguinidad entre todos los españoles, en lugar de constantes controversias. Pero de ahí a voltear el Estado para contentar los delirios localistas va un abismo. ¿Y qué decir de la propuesta de la líder catalana del PP, Alicia Sánchez Camacho? Sólo desde un egoísmo absoluto se entiende que se pretenda un nuevo modelo de financiación para Cataluña que pone límites a la solidaridad interterritorial limitando el fondo que ha de destinarse a tal fin. Del mismo modo su propuesta convierte a las comunidades más pobres en vasallas de las más ricas, pues de eso se trata cuando propone que las ayudas que se concedan desde ese fondo sean finalistas. De modo que la soberanía catalana para gastar sus fondos tendrá que ver con la dependencia constante de las comunidades pobres para gastar el dinero que les llegue. Los ricos reirán a carcajadas mientras los pobres serán obligados a, como mucho, sonreír en agradecimiento.
Quien crea en el Estado como una institución viva y solidaria deberá cuidar mucho la cohesión interna. Si Cataluña, Euskadi o Madrid son más ricas que el resto lo son también, y sobre todo, porque el Estado se esmeró invirtiendo más en ellas que en otras regiones españolas. No es verdad que en el Sur vivan los vagos y en el Norte los diligentes. El principal progreso comercial, industrial, de infraestructuras o financiero se produjo en las regiones españolas nombradas, las más ricas, de la mano de capitales muy poco o nada nacionalistas o regionalistas. De modo tal que la Historia destruye la idea mal conformada de que unos españoles viven a costa de los otros: los vagos y pobres a costa de los ricos y diligentes. Seamos serios en las apreciaciones que hacemos. Urge revisar el Estado de las Autonomías pero sólo para resolver las deficiencias que chirrían. No, desde luego, para cargarse la solidaridad interterritorial.
Bien poco cabe esperar de este Gobierno del PP que, ley tras ley, se viene cargando uno a uno los derechos de las gentes, de los ciudadanos. De ese modo, la solidaridad es una entelequia fácilmente confundible con la caridad, que suele ser además de escasa arbitraria. Y se ha cargado la solidaridad entre quienes trabajan y quienes no trabajan con la Reforma Laboral; entre las generaciones con la Reforma de las Pensiones; entre sanos y enfermos con la implantación del copago… En suma, entre ricos y pobres con todas y cada una de las medidas que toma, siempre discriminatorias, siempre descohesionadoras. En esas políticas también se fundamenta el hecho de que el Estado sea cada vez más débil, incapaz de mantener sus vínculos históricos.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN