sábado, 27 de diciembre de 2014

LA SOLEMNIDAD DEL ACUERDO PRESUPUESTARIO

LA SOLEMNIDAD DEL ACUERDO PRESUPUESTARIO
Que a Euskadi le hubiera venido bien un acuerdo de estabilidad política justamente tras las Elecciones Municipales y Forales de 2011 ya está fuera de toda duda. Los hechos lo corroboran. Había razones importantes: la crisis que afloraba en Euskadi aunque lo hiciera en condiciones algo diferentes al resto del Estado, el final de ETA que iniciaba un proceso de mejora y consolidación de la convivencia de los vascos y la respuesta que, sin duda, habría que pergeñar ante el empeño secesionista catalán cuya influencia se extendería por toda España, así como el fenómeno de la corrupción política que también tendría su repercusión en nuestro ámbito… Pero no hubo acuerdo, ni entonces ni después, cuando el Gobierno Vasco echó a andar con una mayoría minoritaria y endeble, tan arriesgada como ahora ha quedado patente. La consecuencia es que el Gobierno Vasco va a aprobar sus Presupuestos para el 2015 mediante una triquiñuela, y las Diputaciones, o acudirán a prórrogas presupuestarias o a alguna otra triquiñuela.
La Política vasca requiere liderazgos solventes o mayorías estables. El poder de las Diputaciones, como recaudadoras de impuestos y depositarias de algunas competencias fundamentales, es muy notable, de modo que en acuerdo que pueda extenderse a todas las instituciones y darlas cierta estabilidad que las permita discurrir por caminos íntimamente relacionados entre sí, resulta fundamental. Porque cualquier proceso electoral tiene que servir para que luego los líderes políticos se estrujen el magín para buscar los mejores caminos para el futuro.
Concluidos los procesos electorales, si no se han producido mayorías absolutas, empieza otro proceso electoral, esta vez entre los partidos, en el que los líderes tienen que hacer valer sus liderazgos y mostrar sus habilidades, no ya a través de los colmillos sino a través de sus intuiciones y convicciones. Pues bien, esa intuición es la que falló hace algo más de tres años, cuando todos los líderes se empeñaron en hacer valer sus diferencias y exclusividades, en lugar de hacer valer sus coincidencias. De poco vale defender lo de cada cual de forma exclusiva cuando los votos no alcanzan.
El Gobierno Vasco va a aprobar sus Presupuestos de un modo ciertamente peculiar, a causa de la negligencia que empezó a fraguarse en las Elecciones Forales y Municipales, y que se consumó en las Autonómicas. La consecuencia ha sido una Euskadi gobernada por monolitismos poco consistentes y sin una voz única. Para contar con Presupuestos en el 2015, seis de los dieciséis parlamentarios socialistas (casi un 40% de la fuerza socialista) van a votar “SÍ”, mientras diez se van a abstener. El esfuerzo del PSE es importante. Una vez más los socialistas vascos se arman de responsabilidad, -lo que al resto de las fuerzas políticas le ha solido faltar-, para que Euskadi avance. El apoyo, como se ve no es total, según dicen, “porque estos no son los presupuestos del PSE”. Claro, por no ser no son de nadie en concreto, pero se van a convertir en los de todos los vascos en cuanto sean aprobados.
Una vez más se impone la credibilidad derivada de la historia, la tradición y la experiencia: frente a los saltos de canguro los pasitos del ciempiés. Sólo me quedan dos dudas: ¿Por qué no dieciséis votos del PSE en lugar de seis, aún advirtiendo claramente del significado? ¿Por qué no dar algo más de solemnidad al acuerdo, a pesar de todos los pesares? Debe ser por los vértigos: a ser demasiado español el PNV, o a ser demasiado vasco el PSE. No obstante, un buen acuerdo. Y necesario.
Fdo.  JOSU MONTALBAN    

lunes, 15 de diciembre de 2014

EL NIÑO OUAMOUNO Y EL ÉBOLA EN ESPAÑA

EL NIÑO OUAMOUNO Y EL ÉBOLA EN ESPAÑA
Resulta complicado escribir sobre el Ébola, queridos lectores, porque no sé bien qué cariz darle al relato. Desde que el Ébola irrumpió en España con la repatriación del misionero español Manuel Pajares la historia del Ébola ha llegado a nosotros como una amenaza para nuestras vidas, en lugar de llegar como la realidad que ya es, que afecta a tantos millones de humanos en el continente africano, proscritos y olvidados. Pero llegó el misionero Pajares procedente de Liberia y se encendió la polémica, probablemente auspiciada por el miedo que infligió a los televidentes la parafernalia que rodeó al traslado: urnas herméticas para su aislamiento, personal (incluido el no sanitario) embozado en trajes aislantes, aislamiento completo de los aposentos que iba a ocupar el enfermo, silencio de las autoridades sanitarias españolas… Y por si fuera poco, la muerte del misionero en apenas cinco días.
El Ébola es una enfermedad pero bien parece un castigo, una plaga enviada por los dioses negros a los que los blancos no les debemos veneración ni respeto, por eso nuestro debate se ha centrado sobre todo en aspectos tangenciales. Mientras algunos científicos y médicos, -no los suficientes, principalmente vinculados a ONGs-, se empeñan en estudiar el mal con gran escasez de medios, nosotros los que nos creemos más adelantados y civilizados, vivimos enrocados en nuestra tozudez que consiste en poner barreras y edificar muros de la vergüenza para que ningún atisbo de Ébola se nos aproxime. La tragedia es allí, a muchos kilómetros de distancia, y por tanto no nos pertenece. Por eso las primeras reacciones fueron para criticar que los misioneros contagiados fueran repatriados para que murieran junto a sus paisanos y familiares. Si hubieran regresado sanos habrían recibido un homenaje en sus pueblos o ciudades como si fueran héroes, pero llegaron enfermos y la proscripción estaba cantada.
Mientras en España nos hemos enfrascado en lo más accesorio, -si las medidas de repatriación eran idóneas, si el Hospital de acogida era el adecuado, si los protocolos que se debían aplicar estaban suficientemente contrastados, etc…-, en África, en el corazón de la tragedia, se atendía a los moribundos  en unos rudimentarios hospitales de campaña donde las medidas de aislamiento más bien parecían medidas de dispersión del virus. Allá, tan lejos, según un estudio que data de 1987 (hace ya 27 años) alertaba de los primeros casos. La epidemia se ha cobrado desde entonces casi siete mil muertos de los más de 16.000 contagios, pero en Diciembre de 2013, en un poblado de Guinea retumbó la tragedia con gran estridencia.
Merece párrafo aparte, y exclusivo, el relato del periodista José Naranjo: “Ese día, un niño de dos años llamado Émile Ouamouno comenzó a tener fiebre alta, vómitos y hemorragias internas. Los epidemiólogos creen que es el paciente cero, la persona que entró en contacto con el virus, se contagió y desarrolló la enfermedad. Émile falleció el 6 de Diciembre y, en circunstancias normales, su nombre nunca hubiera sido famoso. Un niño más, como tantos otros, que muere en África de alguna enfermedad. Sin embargo, entre diciembre y enero murieron también su madre, su hermano y su abuela, a cuyo entierro asistieron numerosas personas de Dawa, el pueblo vecino. Y así, día tras día, funeral tras funeral, el virus se fue extendiendo. De Meliandou a Dawa y de allí a Guéckédou y Macenta. Lenta pero implacablemente”.
No solo allí, también en Mali, en Liberia, en Sierra Leona, en Nigeria, el Ébola fue cobrando sus tributos: unos murciélagos de características especiales iban y venían de choza en choza, de tejavana en tejavana, de poblado en poblado, transmitiendo el virus mortal. La improvisación no ha sido suficiente porque se lleva a cabo con medios precarios allí donde la pobreza es tan miserable que no alcanza ni para asegurar las más básicas y elementales condiciones higiénicas. Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) anduvo remisa en sus apreciaciones y el virus del Ébola viajó a los países de los alrededores antes de que la alarma sonara de forma contundente. Fue preciso que murieran los misioneros españoles, y que se contagiaran dos médicos estadounidenses, un enfermero británico y algunos cooperantes más, todos ellos procedentes del Primer Mundo.
Volvamos a España, porque es aquí donde se han producido ciertas reacciones que requieren un análisis minucioso, no tanto por éxito o fracaso de nuestros servicios médicos o sanitarios, sino por la cadena de despropósitos acontecidos, que durante tantos días han venido llenando las páginas de los diarios. Hubo una primera noticia que llamó poderosamente mi atención: “Familiares y colegas repudian a los sanitarios que atendieron a enfermos del Ébola en Madrid”. ¿Por miedo? Tal vez, pero la actitud refleja cierta desconfianza hacia unos profesionales que son los artífices y responsables de que la Medicina española esté considerada como una de las más eficaces de Europa. Como si de una Torre de Babel se tratara. El personal sanitario se enfrascó en una pelea dialéctica absurda en la que colaboraron de forma muy importante las autoridades políticas y la enfermera Teresa Romero que, atendiendo a uno de los misioneros fallecidos, se convirtió en una de las posibles contagiadas por el virus.
Fue zafia la ministra Ana Mato que no atisbó que ella no era la persona adecuada para informar y responder a las difíciles cuestiones que se le iban a presentar, pero fue más zafio aún, -y provocador-, el Consejero de Sanidad de Madrid Javier Rodriguez que, perteneciendo al ámbito sanitario por su profesión, se permitió tachar de negligente a la enfermera Teresa Romero. A veces la Política debe dejar hablar a las voces técnicas y científicas, porque no tiene todas las soluciones, y porque su idioma debe ser el del sentido común y el rigor, y no el de los subterfugios disfrazados de infalibilidad. Cuando en un principio la Vicepresidente del Gobierno asumió la responsabilidad que Ana Mato había practicado tan zafiamente, el fracaso estaba garantizado de nuevo. Menos mal que la última decisión fue nombrar un comité que se iba a dedicar exclusivamente al Ébola, que dirige actualmente el especialista en la materia Fernando Simón, un hombre que ofrece confianza no solo por sus contrastados (al parecer) conocimientos, sino por sus actitudes sencillas y su modo de hablar por medio de palabras y términos comprensibles, que inspiran confianza.
Merece capítulo aparte cuanto ha acontecido alrededor de la enfermera Teresa Romero, su esposo y su perro Excalibur. Alguien ha comentado que los periódicos han puesto demasiado celo en buscarle cinco patas al gato cada vez que han abierto la boca. Es verdad que los diarios escritos tienen demasiadas páginas y de algún modo hay que llenarlas, pero aquello que se publica entrecomillado no ha de ponerse en duda. Si primero fue el esposo el que puso el grito en el cielo porque fuera dictaminado el sacrificio de su perro, a la salida de su “reclusión” fue Teresa la que afirmó: “¡No quiero entrevistas, lo que necesito es a mi perro!”. Sirve como atenuante el largo periodo pasado por la enfermera en su destierro brutal pero su esposo no tiene atenuante ninguno y se le debe reclamar la debida serenidad, que no se vislumbra en estas declaraciones suyas en torno a su perro: “No quiero ni pensar cómo debió sentirse mi perro al ver que pasaban las horas y ninguno de los dos llegábamos a casa”. ¡Vaya fatuidad, en quienes no tuvieron ni una palabra de recuerdo ni consideración con quienes mueren en África por la misma causa.
Después fue el razonable alborozo que siguió a las pruebas negativas que certificaban que Teresa Romero no se había contagiado. Ese alborozo se convirtió en euforia, no tanto en la enfermera como en su esposo, que desplazó a la mujer que había venido ejerciendo el papel de portavoz para erigirse en dueño y señor de la situación. Las fotos fueron bellas porque el rostro aún convaleciente de Teresa aparecía rodeado de los rostros sonrientes de los médicos y sanitarios que la habían atendido con éxito. En la foto también estaba su esposo, pero ya no estaba quien había hecho de portavoz en varias ocasiones. ¿Por qué? Yo no soy quien para afirmarlo a machamartillo, pero bien creo que el nuevo tiempo ya había sido diseñado como el idóneo para reclamar, no ya responsabilidades, sino dinero. La noticia más espectacular desde entonces fue que “Teresa Romero reclama 300.000 euros para limpiar su honor y por el sacrificio de su perro”. Lo que, al parecer, no le importó tanto fue que “cuatro de los seis médicos que tratan a los enfermos de Ébola son eventuales”. ¿No hubiera sido más honorable  ponerse al frente de esa posible reivindicación, incluso propiciar algún tipo de organización que trabajara en el campo de investigación de la enfermedad, en lugar de reclamar dinero a título individual que, según apuntó, quizás fuera destinado todo o parte a una asociación de defensa de los animales?
Porque el Ébola sigue siendo una amenaza aquí, pero es una herida abierta que supura muertos en África; que deja a padres sin hijos y, por tanto, sin futuro ni esperanza; que deja a niños huérfanos, y faltos de protección y cariño; que deja a aquellos países inermes de brazos humanos. Los datos son escalofriantes porque los afectados aumentan (58% en un mes) a pesar de que antes aumentaran en mayor medida. Porque aunque las necesidades dinerarias se han cuantificado en 1.000 millones por Naciones Unidas, solo han sido aportados 600 hasta ahora. Porque las cifras de afectados e infectados asustan a quienes estamos tan lejos del epicentro de la epidemia, ¿qué no asustará a quienes ven pasar los cadáveres ante sus humildes guaridas? Los países siguen enviando personal médico y sanitario al lugar en que “se celebra” la tragedia. ¿Por qué será que Cuba, que es un país pequeñito y pobre, es uno de los países que más profesionales ha enviado? ¿Será que los cubanos tienen menos miedo al contagio, o será que ha fomentado con más ahínco la solidaridad internacional?
Siento la mayor pena por la muerte del niño Émile Ouamouno. También me da pena cuando se mata a un perro, pero lo de Excalibur es un sainete inadmisible.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN 

sábado, 13 de diciembre de 2014

PODEMOS,...¿PUEDEN?

PODEMOS: ¿PUEDEN?
Conforme pasa el tiempo Pablo Iglesias Turrión y los suyos empiezan a mostrar sus debilidades, por cierto, unas debilidades que son consecuencia de una impostura. Se ha tratado de una impostura en su doble acepción, porque primero imputaron de forma indiscriminada a los partidos que han gobernado en España desde la Dictadura (PSOE y PP) de producir, a partes iguales, los males que atribulan a los ciudadanos, y después han mostrado el engaño en que nos metieron a todos cuando han empezado a matizar el contenido de sus suculentas promesas, convirtiendo en meros agraces lo que habían presentado como almibarados manjares.
Su programa inicial ha resultado ser una especie de cuento de la lechera atiborrado, no ya de utopía, sino de metas imposibles de alcanzar. Ese afán mostrado por Iglesias, que consiste en “asaltar el cielo”, apenas va a suponer mirar hacia lo alto y soñar. No es poca cosa, pero resulta insuficiente como corolario de una hilera de añagazas que, como se ve, solo han pretendido minar la resistencia de los grandes partidos y preparar a los ciudadanos (a los que ellos llaman “gente”) para unas nuevas Elecciones en las que Podemos sea el artista invitado y principal.
A casi nada, de cuanto se les ha achacado, han respondido con serenidad. Cuando se les ha acusado de ser tan humanos como los demás, por crear empresas intermediaria “alegales”, o aprovecharse de becas universitarias distribuidas por sus amigos, han denunciado la infamia de los acusadores. Cuando se les ha tildado de haber participado en la construcción de regímenes “totalitarios” en América Latina, -Venezuela, Ecuador, Bolivia-, en lugar de advertir la insustancialidad de las denuncias por tratarse de regímenes tan democráticos como el español, se han venido abajo, y el propio Iglesias ha afirmado que el plan económico que han presentado hace solo unos días “tiene sus raíces en la tradición socialdemócrata”, es decir, en una de las tradiciones de la descalificada “casta”.
Se sienten atacados, perseguidos y maltratados. Precisamente ellos que han sido albergados en todos los programas televisivos y radiofónicos; ellos que todos los días ocupan al menos un par de páginas en los periódicos… Y todo esto ocurre antes de que tengan un solo Diputado en las Cortes Españolas, un solo Diputado en los gobiernos regionales, y un solo Alcalde o Concejal de Ayuntamiento. Bien, hay que admitir que su estrategia mediática ha sido extraordinariamente eficaz, pero ¿es suficiente? Sus propuestas primeras se han convertido en papel mojado, y ahora que, rodeados de colaboradores, están presentando su programa definitivo, los debates públicos con personas que responden a otras ideologías y tendencias, les parecen afrentas.
El problema de Podemos es que contienen su contradicción en su propio nombre, que es más un slogan que un nominativo. Lo suyo, hasta ahora, han sido las consignas fáciles, que no los discursos bien armados. “Sí se puede”, gritan en las plazas en que se congregan, pero no se atreven a romper realmente los esquemas. Ellos son la elite que habla a la “gente” para que les siga con los ojos cerrados. Les da miedo o vergüenza romper el sistema y ya, poco a poco, empiezan a ser socialdemócratas, ni siquiera socialistas.
El futuro se presenta interesante.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN  

sábado, 29 de noviembre de 2014

¿TODAS LAS IZQUIERDAS NO SON LA IZQUIERDA? El SIGLO de EUROPA (25 de Noviembre de 2014)

¿TODAS LAS IZQUIERDAS NO SON LA IZQUIERDA?
Reflexiones sobre un mal de la Izquierda

Cuando un chorro de agua que cae de lo alto golpea sobre un cuerpo sólido que está en las alturas comienza su conversión en chorros mucho menos gruesos y contundentes. Y si tras ese primer choque acontecen otros, con otros cuerpos sólidos intermedios entre las alturas y el suelo, ocurre que el agua llega en pequeñísimos hilos o en gotas cuyo impacto contra el suelo llega a ser tan débil que resulta desapercibido. Sirva este ejemplo para mostrar lo que, desde mi punto de vista, puede estar ocurriendo con las izquierdas (con la Izquierda en general), víctimas de un aturdimiento generalizado y de una competencia interna tan despiadada como letal para los fines que debe perseguir, que no han de ser otros sino conformar una sociedad más justa e igualitaria.
Asisto con gran pesimismo al brutal espectáculo que se inició hace unos pocos de años. La crisis, el fracaso de los últimos meses del Gobierno PSOE-Zapatero y la invasión más que justificada de las plazas españolas por el Movimiento 15-M han convertido a la Izquierda española en un mosaico en el que las piezas, convertidas en minúsculas voces aunque enfervorizadas, emplean las mismas fuerzas en combatir a las otras piezas del mismo mosaico que en combatir a la compacta losa de la Derecha.
En los últimos tiempos la lucha por el liderazgo político está fundamentada mucho más en combatir contra algo que en luchar a favor de algo. Ya no resulta esencial la ideología, porque previamente se ha extendido un fatal convencimiento: que la Izquierda y la Derecha son iguales. No solo el comportamiento de los corruptos que concurren en ambas, sino incluso sus principios ideológicos. De hecho, quienes han irrumpido en el mapa político actual de España, -copiando a otros esquemas ensayados en otros países europeos-, se han apresurado a integrar en un mismo concepto (“casta”) a dos fuerzas políticas, -PP y PSOE-, cuyos bagajes y comportamientos mientras han gobernado han sido casi antagónicos. Al mismo tiempo los pronunciamientos de sus líderes huyen de cualquier etiqueta porque su auténtico objetivo es hacer rebosar la caja de los sufragios suyos en las próximas elecciones, procedan de donde procedan y respondan a cualquier impulso o impacto. Por eso precisamente pregonan que su formación no es de izquierdas ni de derechas, vamos, que parecen abominar de la Política vieja sólo para hacerse dueños y señores de la nueva.
A la Izquierda la va a derrotar la propia Izquierda. En realidad se trata de que son tantas las izquierdas que compiten en su propio seño, que corren el riesgo de convertir su propio hábitat en un Patio de Monipodio. Cuando escribo estas líneas se está produciendo en Madrid un debate tan importante como esclarecedor: “Las corrientes de IU en Madrid acceden a integrarse en GANEMOS para las próximas elecciones municipales”, es el titular, pero la foto que ilustra la noticia recoge a personas y personajes bien variopintos, que pertenecen a grupos y plataformas de muy diferente procedencia e intenciones. Hay representantes de SOS Racismo (José Antonio Moreno), de Equo, de los movimientos del 15-M e, incluso, la mismísima Tania Sánchez, que además de ser militante de IU es compañera sentimental de Pablo Iglesias Turrión y lidera a una fracción muy importante de IU, es decir, que tal vez su neutralidad ahora mismo está en entredicho.
La gran Izquierda, en la que convergieron dos ideologías de parecido significado aunque diferente intensidad en los métodos prácticos, -socialismo y comunismo-, siempre combatió a la gran Derecha con una merma importante en los medios utilizados. En España la gran Derecha muestra una unidad y una uniformidad envidiables, mientras surgen por doquier grupos, partidos y plataformas de izquierdas cuya cortedad de miras les lleva a encontrar a sus principales enemigos en su propio terreno. Para el PSOE, el PCE fue un adversario preferente, incluso más adversario que una parte importante de la derecha heredera del franquismo. Para IU, que fue la consecuencia de la capitulación de los comunistas españoles, el PSOE fue un enemigo más nítido que el PP. De este modo resulta más que evidente que las izquierdas compiten entre sí, y es tal la inquina que provocan unos en otros que apenas dejan un hálito de aliento al derrotado, a pesar de que su victoria haya sido conseguida con muy malas artes en algunas ocasiones.
En la actual vorágine discursiva vale casi todo, porque el descontento acoge susurros y gritos lastimeros con la misma hospitalidad. Pero no por eso deja de ser una vorágine y, como tal, un ambiente favorable para que los pescadores capten presas en el río revuelto. Ahora mismo ya se están acuñando términos que resultan diabólicos en los oídos que los escuchan. Sobre todo dirigidos a esta Izquierda que se desmiembra, víctima de las rivalidades de tantas cabezas de ratón que prefieren serlo antes que colas de león. Resulta irritante escuchar el término “casta” para reunir en un mismo concepto o subgrupo al PSOE y al PP, esgrimiendo la gratuita razón de que hayan sido ellos, y sólo ellos, los que han gobernado España desde la llegada de la Democracia. ¿Acaso Pablo Iglesias, y los suyos, no distinguen entre la construcción política de un Estado de Bienestar (PSOE), o su agotamiento por ahogo (PP)? ¿Acaso Pablo Iglesias, y los suyos, no distinguen entre la recuperación de los derechos civiles para los españoles (PSOE), o su continuo cuestionamiento (PP)? ¿Acaso Pablo Iglesias, y los suyos, no distinguen una lectura responsable de la Historia española presenta y reciente, inherente a las generaciones aún vivas, (PSOE), de una lectura irresponsable de tal Historia, que pretende hacer tabla rasa de todo lo ocurrido (PP)? Entonces, ¿a qué viene hablar de casta, como si los viejos y nuevos socialistas pudieran equipararse con los franquistas o con sus orgullosos herederos?
Resulta igualmente absurdo el término “régimen del 78” con el que los nuevos “demócratas” pretenden definir a quienes iniciaron la construcción de la actual democracia española. Porque en el año 78, quienes decidieron construir un nuevo ambiente para la convivencia lo hicieron con gran responsabilidad. Desde el 78 han pasado más de 35 años, de modo que yo mismo, a quien por la avanzada edad se me considera caducado para el ejercicio de la Política, era en aquel momento casi un principiante como recién incorporado al mercado laboral. Quien, ahora mismo, usa el término “régimen del 78” para desacreditar esta situación, no tiene vergüenza, o no conoció cuanto ocurría durante aquel tiempo, o pretende conseguir beneficios a costa de la ignorancia de los otros.
Las izquierdas tienen la obligación de reconstruir el edificio de la Izquierda. No es de recibo que a su fornida atalaya se acceda por una sola entrada mientras de ella se sale por tantas vías, puertas, ventanucos y aspilleras. Sin embargo nadie pretenda buscar las contradicciones fuera, porque es en sí misma, en su propio seno, donde se producen las disensiones que hacen irreconciliables a unas izquierdas con otras. La disculpa ha sido esa bárbara y miserable afirmación de que la “casta” aglutina a la Derecha y a la Izquierda mayoritaria en una “clase” cerrada en la que no cabe nadie más. Quienes así se expresan demuestran que, o no conocen de qué modo acontecieron los hechos, -lo cual es harto extraño teniendo en cuenta la formación de los nuevos políticos “salvadores”-, o los interpretan a su manera, con el objetivo, tan preciso como artero, de hacerse con el poder a cualquier precio.
Lo cierto es que estos que llegan y pisotean la Historia de la Democracia más reciente llamándola “régimen del 78”, y tildando de “casta” a sus protagonistas, también están arrasando como el caballo de Atila el espacio en que construimos nuestra convivencia a partir de aquel año. Allí, en aquel “régimen”, coincidieron socialistas, comunistas y nacionalistas (los malditos para el franquismo), ilusionados ante el nuevo tiempo que querían construir. Sí, ha habido fracasos, han aflorado corruptelas y corrupciones, pero ha habido también ilusión y ansias de avanzar en aquella Izquierda que el franquismo persiguió y postergó. Y ha surgido ahora, como por arte de birlibirloque, la “auténtica” Izquierda, que edifica su edificio, o monumento constituyente, sobre el descontento social y la desafección de los españoles afectados por la crisis y profundamente enfadados. Es decir, un edificio con cimientos algo endebles.
Porque la Izquierda, -las izquierdas-, debe construir su espacio en una ágora en la que los ciudadanos de izquierdas, que son mayoría en España, se sientan a gusto. Las izquierdas han de poner en común aquello que les une antes de flagelarse con lo que les separa. La Izquierda española necesita irremediablemente a su fuerza política mayoritaria hasta ahora, el PSOE. Los nuevos advenedizos, que no deben ser descalificados, tampoco deben ser descalificadores. Sean respetuosos si quieren ser respetados; sean rigurosos si quieren que los demás lo sean con ellos; sean responsables, pues la Política lo requiere, y no debe ser entendida como una disciplina exclusivamente destinada a alcanzar el poder y ejercerlo, sino como una práctica que transforme a sociedad y la mejore. Es encomiable que busquen un nuevo escenario “que cambie la correlación de fuerzas a favor de las mayorías empobrecidas”, como ha expresado Iñigo Errejón (Podemos) en uno de sus artículos propagandísticos, pero una expresión tan irreprochable encuentra su negativa contrapartida en esta otra contenida en el mismo artículo: “En un Estado plurinacional (en el artículo se habla de Cataluña) solo el acuerdo y la seducción deberían ser pegamentos para reconstruir puentes, en un escenario de construcción de la soberanía popular frente a los poderes de minorías y el diktat financiero asumido por las castas catalana y española cuya única patria real es la Suiza”. Resulta difícil saber si este párrafo contiene algo de fundamento o es solamente una provocación más.
El nuevo tiempo acaba de empezar. La Izquierda española vierte sus aguas en chorros débiles y desparramados, cuando no en gotas dispersas, víctima de quienes se ocupan más en desacreditar a l PSOE, su formación más abundante, que en enseñar a la ciudadanía y acercarla a un proyecto político amplio y compartible. Ahora la duda que me queda es saber si realmente Podemos es una formación de izquierdas o de derechas, lo cual no es baladí, a pesar de que para Pablo Iglesias Turrión, y los suyos, sea un detalle menor.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN         

martes, 25 de noviembre de 2014

LOS LUGARES DE LA NIÑEZ ( DEIA, 25 de Febrero de 2014 )

LOS LUGARES DE LA NIÑEZ
Luis Landero empieza el capítulo que inicia la narración de su infancia, de su libro “El Balcón en Invierno”, con este párrafo: “Salí al balcón, a ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie ni a resguardo, y entonces me acordé de un anochecer de finales de verano de 1964”. En aquel recordado año él era un mozalbete de una docena de años que correteaba por las calles de la barriada de la Prosperidad de Madrid, y trasteaba por los campos de su Alburquerque natal en aquellos veranos de calina y calentura en que los animales y las personas convivían bajo soles abrasadores y atardeceres alumbrados por lunas benevolentes. Leyendo a Lardero he revivido los pasajes de mi niñez, igual que él, asomado a un balcón imaginario de hierros herrumbrosos del que colgaban geranios y gitanillas floridas. Supongo que la cara de un niño mostrando la alegría y la risa propias de la edad sería entonces una flor más, añadida a aquel mosaico de flores que con tanto esmero cuidaba mi madre para mostrar a todos que en aquella casa vivíamos gentes de buen gusto, cuidadosas en los detalles, limpias y decentes.
Los lugares de la niñez permanecen en nuestras retinas, pero no solo como si se tratara de un cuadro pintado que se exhibe en una de las paredes del salón, sino como espacios en los que se mueven las mismas figuras que nos acompañaban en aquel viejo tiempo. Los recuerdos permanecen allí amontonados, pero cada una de las visiones, cada uno de los pasajes, cada uno de los personajes y cada una de las vivencias corre a ocupar su lugar, el mismo que ocuparon cuando acontecieron los hechos, pero para que todo se repita, para provocar la añoranza, para emocionar o enrabietar, para distraer o ensimismar, para hacer que germine “un grano de alegría” o “un mar de olvido”, tal como culmina su obra Luis Landero.
Leyendo el libro de Luis Landero he revisado aquellos años en que mi casa era mi refugio, como una especie de bastión hasta el que corría después de haber hecho las fechorías propias de aquellos tiernos años: romper un cristal o una bombilla propinándoles certeras pedradas, robar unas piezas de fruta que esperaban su sazón aún colgadas del árbol, propinar algún empujón a algún otro niño más vulnerable que yo, hacer mofa de algún cojitranco de malas pulgas, sisar propinillas a las abuelas que ocasionalmente me utilizaban como mandadero,… Mi casa era el bastión, aunque entrar en él después de haber culminado una de mis fechorías era como meterme en la boca del lobo, porque mi rostro asustado me delataba, y mi madre ejercía unas veces de jueza y otras veces de justiciera. Algunas veces era peor el remedio que la enfermedad, porque mi madre-juez iniciaba un interrogatorio que iba adueñándose de mi aún débil voluntad, hasta tal punto que mis mentiras, por exceso de evidencia, se convertían en mi gran suplicio: una mentira contradecía a la anterior y la invalidaba, y así sucesivamente hasta que afloraban las primeras lágrimas en mis ojos, y las voces se convertían en balbuceos. Siempre había una máxima, una frase autoritaria que, acompañada por un cachete, culminaba el improvisado juicio y trasladaba de nuevo a mi madre a cumplir con sus labores (así rezaba en el apartado “profesión” de su carnet de identidad), y a mí a un rincón de la cocina donde había una banqueta en la que me sentaba hasta que las aguas se amansaran.
La niñez no fue la infancia. Eran dos cosas diferentes. Hoy, buscando la diferencia que bien sé que existe aunque no encuentre fácilmente las palabras que la pueden definir, recurro al Diccionario. Dice que la niñez es el periodo de la vida que desemboca en la adolescencia mientras que la infancia es el que desemboca en la pubertad. Yo prefiero usar el término “niñez” porque conservo en mi memoria, ya algo quebradiza, aquellas niñerías de poca importancia para los demás pero trascendentales para mi vida. En cambio, la infancia es algo mucho más hosco, porque nos deja en manos de la pubertad, y la pubertad empieza a doblegarnos y a someternos a los caprichos del pubis. Conforme he ido deambulando, de la mano de Luis Landero, por los paisajes de su niñez, he ido recordando la mía, y he ido superponiendo mis pasajes a los suyos, y viceversa, para componer esa dulce sinfonía de la Niñez, que nos sirve a todos y sirve para todos.
Yo bien sé que mi niñez no fue igual que la de otros, que no hay dos niñeces iguales, porque los protagonistas de cada niñez son bien diferentes, pero hay componentes que se repiten en todas: el cariño, la alegría, las ansias de sentir esa libertad desenfadada en que no se valora el riesgo ni se ve el peligro, la esperanza que lleva a los padres a soñar con un futuro mejor para sus hijos (niños), el deseo de proteger la debilidad de los vulnerables, la inquietud ante la sana pretensión de que quienes nos suceden sean más sabios y capaces que nosotros. En esa atmósfera (en que yo viví) caben muchas posibilidades, se agolpan las contradicciones y, en muchas ocasiones, se somete a la niñez a unos niveles de exigencia para los que no están preparados los niños. (No quiero parecer impertinente en este momento, pero me atrevo a afirmar que la niñez transcurría, en los tiempos en que yo la viví, con alicientes más potentes que los actuales: con menos instrucción académica se aprendían más cosas, y las cosas eran más útiles).
En la niñez las cosas ocurrían porque sí. “Sí o sí”, que decimos ahora para explicar lo irremediable y, a la vez, mostrar nuestra indefensión y redimirnos de ella. Todo ocurría porque sí, al menos aquello que era más importante. Asumía que la cigüeña hubiera decidido dejarme allí, donde me había dejado, y asumí que aquella mujer de pechos breves y poco copiosos en producción láctea era mi madre. Y que aquel hombre de genio prominente era mi padre. Sí, sí, pero ¿y si la cigüeña se hubiera equivocado de lugar? Entonces el lugar (o los lugares) de mi niñez hubieran sido otros. Yo siempre pensé que aquella cigüeña que me depositó en aquella casa debía parecerse a Jesús, el Cartero Manco, y que como él ella solo había leído la dirección y había aleteado hasta mi casa, hasta el primer lugar de mi niñez.
En nuestra sociedad actual, tan deshumanizada, los lugares de la niñez van perdiendo buena parte de sus encantos, porque se transforman con tanta rapidez que apenas nos dejan disfrutarlos en plenitud. Por eso ahora resultan tan importantes las reuniones amistosas, que ya no se hacen alrededor del fuego, como antaño, sino alrededor de una barbacoa en la que la carne asada es más importante (y no debiera serlo) que los visos que dibuja el fuego sobre los rostros. No importa, porque saciadas las ansias digestivas y corporales, aún queda algo de tiempo, y siquiera las brasas encendidas, para revolver en ellas y volver a aquel tiempo y a aquellos lugares de la niñez en que nuestras vidas se fueron conformando.
Igual que ha hecho Luis Landero en su libro, yo también he retornado a los lugares de mi niñez, no tan saltarina como la suya, y he descubierto esa patria común, insulsa e intranscendente, en que los niños vamos (des)aprendiendo que la vida de los adultos adultera las ilusiones que nos han hecho tan felices mientras sólo éramos niños.

NOTA: También hay niños pobres, entristecidos por la soledad, por la miseria, por la ausencia de toda alegría y de toda esperanza. Esos niños, que no sienten ni sentirán cuanto aquí intento describir, son los más importantes.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN             

martes, 18 de noviembre de 2014

¿ES ESTA LA EUROPA QUE QUERIAMOS? (EL DIARIO NORTE, 17 DE NOVIEMBRE DE 2014)

¿ES  ÉSTA  LA  EUROPA  QUE  QUERÍAMOS?
Cuando España solo era Europa en los libros de Geografía, recién salíamos de la Dictadura de Franco, éramos muchos los que soñábamos con ser Europa, para ser europeos con mayúsculas. Apostamos por serlo, pusimos todo el empeño y, los que éramos de la izquierda renunciamos a buena parte de nuestros principios ideológicos para abrazarnos en cuerpo y alma a aquella decena corta de Estados que decían estar dispuestos a construir una Europa próspera, democrática y social, frente al resto del Mundo, compartido por soviéticos, chinos comunistas y aquella Norteamérica, cuya grandeza militar eclipsaba las miradas más inquisitivas.
Ahora somos muchos más los europeos, desde que el bloque soviético pasó a mejor vida y el socialismo real perdió casi toda su credibilidad, arrastrando tras de sí incluso a una socialdemocracia que ahora mismo no encuentra su ubicación lógica. Lo cierto es que quienes, como yo, creímos oportuno renunciar a algo que considerábamos muy nuestro para ser europeos con los demás, nos vamos dando cuenta de que la renuncia quizás no tuvo demasiado sentido. Ahora me asalta el escepticismo: “¡Quizás Europa ha perdido las potencialidades que decía poseer, o quizás los europeos no generamos ideas potentes después de que la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría hayan convertido a Europa en un mercado de trileros!
Sí, así ha ocurrido. Sirva como muestra el hecho de que en apenas un par de semanas han acontecido dos hechos importantes. El Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha tenido que comparecer para explicar el escándalo atribuido a él, un escándalo fiscal bautizado como “luxeleaks”, que tiene que ver con los acuerdos fiscales secretos con 340 empresas multinacionales y muy poderosas, cuyo fin no era otro que favorecer la evasión fiscal en los países en que estuvieran ubicadas. Cuando se produjo aquel escándalo en su Luxemburgo Juncker era ni más ni menos que el Primer Ministro. Lo curioso es que este colaborador de evasores fiscales fue votado de forma mayoritaria para la Presidencia de la Comisión, por la derecha europea y por buena parte de la izquierda socialista. Parece evidente que una Europa dirigida por tal persona no es la Europa que queríamos.
¿Debería dimitir? Claro, no me cabe ninguna duda. Porque su promesa posterior de atajar la evasión fiscal en Europa ha perdido toda su consistencia. A quien le preguntó si creía que mantiene su credibilidad tras descubrirse el escándalo, le respondió que “sí, soy tan apto como usted”. Y a quien le interpeló sobre por qué debemos creerle ahora, cuando afirma que va a luchar contra la evasión fiscal, solo le quedó esgrimir “porque lo estoy diciendo”. De modo que la palabra reciente y poco contrastada aún, la puso por encima de los hechos ya contrastados. El líder socialista Pedro Sánchez, ha sido oportuno en un artículo publicado en EL PAIS: “Nuestra negativa a Juncker no se debía exclusivamente a las diferencias que nos separan de su programa político; era también un problema de credibilidad. Pese a que el candidato incorporó a su programa algunas de las demandas de los socialistas europeos, el perfil de la persona que tenía que aplicarlo nos generaba serias dudas”. Como fue oportuno cuando, recién elegido Srio. General del PSOE obligó a los socialistas españoles a oponerse al nombramiento de Juncker como Presidente de la C.E.       
Ha habido otro hecho, también procedente de Luxemburgo aunque se afección es a toda Europa, que incrementa mi escepticismo. El Tribunal de Luxemburgo ha avalado la negativa de Alemania a conceder ayudas sociales a quienes siendo extranjeros no encuentren un trabajo. Algunos comentaristas hablan de “turismo social” para referirse a los extranjeros que cobran ayudas sociales en sus países de acogida. Esta interpretación tan mezquina de lo que constituye una brutal tragedia para los extranjeros desempleados, tampoco había sido anunciada cuando la anfitriona Europa se nos mostraba como próspera, espléndida y solidaria. También aquello se acabó. Ahora los europeos se convierten en “máquinas” en cuanto llegan a otro país que no es el suyo. “Máquinas” a pleno rendimiento  que, en cuanto dejan de producir, porque su producción no es demandada, son tratados como chatarra.
Decía Jean Monnet, quizás el padre más importante y entregado a la causa de la UE, que el proyecto europeo no sólo tenía como objetivo unir los Estados sino, sobre todo, unir a sus gentes. Se inhabilitaron las fronteras en buena medida pero, desde el punto de vista económico y social, han sido muchas las fronteras levantadas desde entonces. Esta Sentencia establece una frontera tan invisible como infalible. Si nos atenemos sólo a inmigrantes españoles en Alemania, que es el país que solicitó el pronunciamiento del Tribunal, son 12.546 los españoles que perciben algún tipo de ayuda social básica allí. ¿Qué harán? Ellos que creyeron que la frase pronunciada por Alfredo Landa en el Cine (“Vente a Alemania, Pepe”) se refería a la solidaria hospitalidad europea, sabrán ahora que esta Europa que tanto añoramos en aquel momento, se ha convertido en inhóspita y triste.
Esta Europa que pone tanto interés en “distinguir” a los inmigrantes vagos de los diligentes, con el único fin de incrementar los beneficios empresariales y los PIBs, al tiempo que disminuye su gasto social, enarbolando un justicialismo populista e insolidario, no es la que queríamos. Ni la que queremos. De modo que, como Pedro Sánchez, creo que “la Unión Europea hace frente a nuevos retos globales pero también internos, y el avance del euroescepticismo no es el menor de ellos”.
El euroescepticismo ya es un problema cuya solución solo pasa por reconstruir y regenerar Europa, como continente y como idea, o romper la baraja y diseñar la nueva geopolítica sobre otras bases.
Fdo.  JOSU  MONTALBAN

domingo, 9 de noviembre de 2014

ANATOMÍA DE LA CORRUPCIÓN ( DEIA, 7 de Noviembre de 2014)

ANATOMÍA  DE  LA  CORRUPCIÓN
En algunos de mis ratos libres alterno por las tabernas de mi pueblo. Acompañado de otros amigos, o sólo cuando ellos están ocupados en otras labores diferentes a la mía, deambulo por las calles para degustar un vasillo de vino y comentar con quien se tercie las últimas noticias, sacar a la calle los comentarios acertados o desacertados de las tertulias que tanto proliferan en las emisoras de radio y las cadenas de televisión. Y me ocurre con demasiada frecuencia que escucho opiniones sorprendentes relacionadas con el asunto más de moda: la corrupción. Sí, la corrupción sin más, aunque es verdad que casi siempre se habla de la corrupción de los políticos. En mi condición de persona que me he dedicado a la Política, me siento aludido cada vez que escucho las opiniones ligeras y fatuas que se esbozan alrededor de los vasos de vino (o de cerveza o de txakoli,…) mediante las cuales se extiende basura y miseria sobre tantos y tantos que, como yo, creen que la Política es el arte noble de gobernar a los pueblos y sus instituciones, y no una actividad que sirve de instrumento para el enriquecimiento personal, sea a través de comportamientos morales o inmorales.
Lo cierto es que se sientan tres o cuatro alrededor de una mesa y recién han mojado los labios con el líquido elemento ya están pronunciando la fatídica frase: “Los políticos son todos unos corruptos”. No seré yo quien diga que no hay políticos corruptos, pero no me cabe ninguna duda de que el fenómeno de la corrupción, tan perverso y doloroso, es mucho más complejo que la mera adscripción de su ejercicio a quienes por el mero hecho de ostentar el poder político son ahora mismo los únicos señalados por el dedo acusador. Para resolver el bárbaro problema de la corrupción hay que intervenir resueltamente sobre el sistema social y económico que la permite y la facilita, mucho más que sobre quienes, valiéndose de él, se han enriquecido a su costa. Sin embargo los análisis someros que se han hecho cada vez que ha tenido lugar un caso de corrupción siempre han concluido en la imputación de algún político de cierto rango, cuyo rango precisamente eclipsa la categoría social o profesional de quienes, tan corruptos como él, son colaboradores imprescindibles para consumar la fechoría.
De modo que para vencer esa terrible epidemia de la corrupción en España es necesario practicar una anatomía previa muy meticulosa. Cabe afirmar que hay leyes más eficaces que otras para acabar con la corrupción, y que llegados al punto al que hemos llegado resulta necesario que las penas con que se castigue a los corruptos sean suficientemente contundentes como para convencerles a abandonar sus prácticas ilegales. Pero la opinión pública se equivoca cuando considera que la corrupción es un ejercicio en el que quienes tienen la misión de legislar son los únicos que se corrompen.
La especie humana es política por naturaleza. Las unidades de convivencia más reducidas se rigen mediante normas, usos y costumbres que tienen que ver con el arte de la política. La familia, la tribu, la aldea, y así sucesivamente, se someten a leyes y normas semejantes a las de la Política, y los políticos que rigen las Instituciones que nos gobiernan y, en muchos casos, nos protegen.
El poder que confieren las Leyes a quienes desde la Política tienen la misión de gobernar los pueblos, tanto puede ser utilizado para fines encomiables como para fines perversos. Pero las perversiones se quedan en casi nada cuando no encuentran a los necesarios colaboradores en otros ámbitos. Tan necesario es un legislador interesado o un administrador público proclive a la corrupción, como un agente externo capaz de corromperlos, eso sí, siempre compartiendo los beneficios económicos fraudulentos derivados de las operaciones realizadas. Al lado del político corrupto suelen comer los profesionales corruptos, los directivos corruptos, los propietarios corruptos que quieren poseer más, los influyentes corruptos y, si es necesario, los sicarios corruptos que consiguen que la corrupción siga los pasos del miserable protocolo que siempre le acompaña. Porque todo proceso de corrupción exige violencia, y amenazas suficientes como para que quienes intervienen lo hagan con la máxima discreción.
Es cierto que quienes intervenimos en la Política solemos pregonar previamente la ejemplaridad de nuestros comportamientos, lo cual hace que cualquier inclinación corrupta sea interpretada con la máxima severidad, pero la propia condición humana de todos, y no solo de los que están en el ámbito puramente político, debe exigir decencia en nuestros comportamientos. Los ciudadanos, atribulados por la crisis económica que pone constantemente rigores y tropiezos en sus vidas, imputan buena parte de sus males a la inacción o la acción nefasta de los responsables políticos, de modo que cuando afloran anécdotas en las que aparecen políticos corruptos apenas perciben que la corrupción siempre necesita de varios agentes de diferentes ámbitos para que gane en eficacia. Por eso, liquidar el problema achacando todas las responsabilidades al estamento puramente político no ayuda a encontrar la solución integral de la corrupción en nuestro país. Personas, -posteriormente convertidas en personajes-, con formaciones académicas solventes, de prosapia y nobleza contrastadas (al menos en teoría), han aparecido en los periódicos protagonizando hechos delictivos, apropiaciones tan ilegales como sofisticadas y tráficos de influencias groseros, pero al lado de ellos han aparecido los facilitadores que han puesto a su disposición las herramientas necesarias.
En España la corrupción no es una consecuencia de la Política mal concebida ni de la falta de principios de la clase política en general (la famosa “casta” según algunos atrevidos). La corrupción está en la sociedad y en ese convencimiento tan español de que todo vale si produce beneficio, que el fin justifica los medios y de la extendida necedad de quienes confunden el valor de las cosas con su precio. Pero los políticos, haciendo gala de su poder, en lugar de combatir abiertamente la corrupción se empeñaron en ejercerla y luego usar su poder para cubrir sus responsabilidades. Ha resultado tan ineficaz y absurda su estrategia que incluso en su debate más íntimo, en la lucha dialéctica entre los líderes de los partidos, los casos de corrupción están siendo utilizados como armas arrojadizas en la lucha electoral, sin apercibirse de que estando, como está la corrupción, instalada en la sociedad, ningún grupo político está libre de su sucio alcance. Las sospechas se han extendido como el sirimiri sobre los campos, y ahora todos los líderes políticos se empeñan en ser transparentes sin darse cuenta de que no se trata de eso, sino de ser íntegros. Cuando los partidos anuncian que van a obligar a sus afiliados a suscribir códigos éticos para combatir la corrupción da la impresión de que su análisis y diagnóstico, -su anatomía de la corrupción-, han determinado que todos sus militantes han sido corruptos, y que todos van a dejar de serlo mediante esta fórmula. Craso error, porque los corruptos son una cantidad ínfima en los partidos políticos, en todo caso muchos menos en porcentaje que los ciudadanos corruptos que no están afiliados a ninguna formación política.
Fue costumbre entre los líderes de mi partido (PSOE) decir que los políticos deberíamos tener los bolsillos de cristal, pero luego ocurrió que el cristal dejó ver algunas miserias en algunos lugares. Hubo quienes creyeron que era más importante el material de que estaban hechos los bolsillos que su contenido. Ahora se han puesto de moda los códigos éticos, pero yo estoy convencido de que la corrupción está ya instalada en la sociedad, y que el código ético, sea el que sea, no ha de estar reservado a los afiliados sino que ha de ser aplicado a todos los humanos por el mero hecho de serlo. Por eso os dejo aquí el Principio General del código ético  de mi partido, pero adaptado a la sencilla condición humana: “El Hombre y la Mujer han de tener una voluntad irreductible de mantener una conducta íntegra como exigencia inherente a la pertenencia al género humano”.
Así, sin más, sin siglas políticas ni zarandajas.

FDO.  JOSU  MONTALBAN       

miércoles, 5 de noviembre de 2014

TIEMPO DE MUDANZAS ( EL PAIS, 05 -11-2014 )


TIEMPO DE MUDANZAS
A las nueve de la mañana, mientras tomaba un café como acompañamiento a un hojeo rápido de periódico, he escuchado una conversación jugosa. Después de que una señora clienta haya llamado “sinvergüenzas” a “todos los políticos”, por “chorizos y ladrones”, entre bocado y bocado de cruasán, la camarera ha iniciado un diálogo con ella. Bien se veía que se trataba de amigas ocasionales, como poco de asiduas acompañantes en ese momento del desayuno matutino. La conversación ha sido tan simple como sencilla, y ha derivado en una conclusión basada en frases hechas y lugares comunes. Una de ellas decía que “al español solo hay que decirle donde está el dinero porque luego él se encarga de cogerlo”, como si no nos afectara nada eso de “prohibido robar”. La otra señora le ha contestado que ella nunca ha visto tanto dinero junto, y ambas han coincidido en una duda final: “A saber qué hubiéramos hecho nosotras si nos encontramos en ese trance”. Eso sí, también se justificaron de pensar así usando el argumento de que, habiendo tanta gente en apuros a causa del paro y la crisis los desfalcos de los poderosos son mucho más asquerosos. Pues sí, ¿y qué vamos a hacer? Los poderes públicos se han convertido en instrumentos imprescindibles para consumar latrocinios que, además, requieren la colaboración de otros poderosos que no son tan criticados por pertenecer a ámbitos privados. Los responsables políticos no dudan en usar estas tristísimas anécdotas de corrupción generalizada, en el debate político partidista, de modo que en ese tira y afloja  que se conoce como “y tú más”, la que queda maltrecha es la Política.
Habrá que preguntar a los líderes políticos algo tan sencillo como “¿qué queréis hacer con la Política?”. Y deberán contestar de forma rigurosa, teniendo en cuenta que lo hecho hasta ahora ha dejado abiertos tantos flancos en ella que el descrédito se ha instalado en ella de forma calamitosa. Quienes la ejercen ahora mismo, y lo hacen con clara vocación de servicio, están perplejos porque los políticos corruptos, junto con su cohorte de facilitadores y testaferros de la más variada condición, permanecen agazapados esperando no ser descubiertos. Y quienes aún no la ejercen pero desean ejercerla lo antes posible, arden en deseos de que haya muchos nuevos casos de corrupción que afloren, porque cada caso hace aumentar sus previsiones de voto en las siguientes elecciones.
Sin embargo, nuestra sociedad se desmadeja, alterada por la afluencia de sinvergüenzas y ladrones que, antes de robar, fueron capaces de jurar nuestra Constitución, y pregonar a los cuatro vientos que la Ética guiaría sus comportamientos. A la Dictadura franquista, basada en la corrupción derivada de un levantamiento militar que produjo más de un millón de muertos, le ha sustituido una Democracia que está mostrando una atroz podredumbre con solo treinta y tantos años de vida. Si nadie se atrevió a aplicar la justicia a los hijos de aquella Dictadura, no es extraño que la Democracia se haya entendido como blanda y permisiva. Así nos va.
Lo cierto es que en medio de las revueltas aguas de este río hay pescadores que quieren sacar provecho y levantar las redes llenas de pececillos indefensos que reaccionan al más mínimo atisbo de esperanza. Y claro, busquemos ahí la razón sencilla de que “Podemos” (y alguna otra fuerza emergente) sea ya el primer partido en intención de voto. Cierto, que se trata de una razón poco consistente que constituirá, si llega a consumarse, un flagelo excesivo contra el PSOE, IU y las demás izquierdas, que se empeñaron en luchar por los derechos sociales y ciudadanos cuando los ahora “elegibles” de Podemos no eran sino voluntarios convidados de piedra, que ahora se aprestan a coger a brazadas lo que antaño les molestaba en las manos.

Fdo.  JOSU MONTALBAN    

jueves, 23 de octubre de 2014

NUESTRO ESTADO DE BIENESTAR EN PELIGRO (DEIA, 22 de Octubre de 2014)

NUESTRO  ESTADO  DE  BIENESTAR  EN  PELIGRO
El Estado de Bienestar (E. de B.) que hemos venido disfrutando atraviesa una crisis inexplicable. Los ajustes infligidos por el Gobierno del PP a los españoles han desmantelado los servicios básicos: la Sanidad requiere copagos; la Educación ha visto decrecer las becas con que se ayudaba a la formación de los más desfavorecidos; los desempleados, que no hallan empleo porque la Economía ha sido fiel a las políticas de austeridad en lugar de propiciar un crecimiento que favorezca el consumo, cada vez cobran menos y durante menos tiempo; las pensiones, cada vez más inamovibles y congeladas, han convertido a los pensionistas en unos nuevos pobres; los funcionarios tienen sus sueldos congelados ya durante cuatro años; los servicios sociales han recortado su gasto en un 13,3% en los dos últimos años, precisamente cuando la pobreza más ha aflorado; las ayudas económicas han caído de tal modo que quienes las han venido percibiendo encuentran grandes obstáculos para mantener su dignidad, continuamente puesta en entredicho cuando los más aventajados económicamente les tildan de tramposos y estafadores; los inmigrantes que llegaron huyendo de la miseria de sus países subdesarrollados, empiezan a ser cuestionados y desacreditados como una rémora que hay que extirpar porque, al parecer, lo que ellos perciben va en detrimento de los deben percibir “los de aquí”.
Da la impresión de que el E. de B. constituye la seña de identidad de una izquierda “ultracomunista” que cercena a la iniciativa privada e intenta controlar el mercado con una meticulosidad extrema. Es tal la ignorancia con que muchos ciudadanos escuchan el término (Estado de Bienestar), e interpretan las consecuencias de su desarrollo, que cualquier osadía de cualquier derechoso con escasa conciencia, como el ex diputado del PP Manuel Pizarro, -“hay que repensar el E. de B. porque lo gratis no funciona en ningún sitio”-, es tenida en cuenta y llena las páginas de los periódicos. Pizarro utilizó un ejemplo para explicar lo dicho, porque a él no le resulta lógico que “los universitarios paguen 1.500 euros por una plaza universitaria que le cuesta 12.000 euros al Estado”. No sé cómo interpretar estas palabras pero, de ser aplicadas en la práctica las intenciones que esconden, parece que los hijos de los hogares más pobres no podrán estudiar por muy alto que tengan su coeficiente intelectual. Si ya es injusto que el hijo de un rico pueda culminar sus estudios universitarios en más años que el hijo de un pobre que esté disfrutando de una beca, la injusticia se sublimaría si, como ya viene ocurriendo, las becas se convirtieran en un hecho puramente anecdótico.
Sí, he hablado de ignorancia, aunque no lo haya hecho con intención meramente peyorativa. No, solo es una constatación, porque son muchos los ciudadanos pertenecientes a las clases más bajas, o a las clases medias tan amenazadas por la crisis, que se empeñan en mostrar reticencias ante las respuestas que son ahora mismo imprescindibles para que nuestra sociedad siga siendo un hábitat humano. Hagamos recuento, repensemos, que diría Pizarro. El E. de B. (Welfare State, para darle mayor realce) no ha constituido jamás un principio ideológico exclusivo de la izquierda. Tras la Segunda Guerra Mundial emerge un debate social que va configurando ese E. de B. en base a un acuerdo de síntesis en el que convergen el reformismo socialdemócrata, el socialismo cristiano, las élites conservadoras ilustradas y las representaciones de los trabajadores agrupadas en los grandes sindicatos industriales. En buena medida respondiendo a los requerimientos de los movimientos sociales y obreros que reclamaban un gran pacto social. La derecha más ilustrada se mostró dispuesta a llegar a tal pacto, aunque ello les supusiera ceder alguna parte de sus beneficios entre la población para evitar el malestar social y abortar todos los brotes de inseguridad pública que amenazaban a la clase más alta.
Alrededor de mesas de discusión se definieron los derechos sociales, siempre siguiendo la estela de los derechos humanos. Lo que el E. de B. persigue es auspiciar una buenísima relación entre la Democracia, el capitalismo  y la vida digna de todas las personas. En base a ello propugnan las políticas de Sanidad y Educación para todos provistas por la iniciativa pública, las pensiones de vejez e invalidez suficientes, los subsidios de desempleo orientados a la reinserción socio-laboral, el acceso a la cultura y la potenciación de los servicios públicos para todos, y no solo para los trabajadores. Fueron varios los ensayos previos que culminaron en las actuales políticas del E. de B.: la asistencia social de Inglaterra basada en las “leyes de los pobres”, o el Estado Providencia francés que atendió a los más menesterosos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, o las políticas “bismarckianas” de Alemania, que tenían su arraigo en la Ilustración. Lo cierto es que aquellos avances que desembocaron en el E. de B. no solo pretendían atenuar los rigores de las carencias, sino conformar una sociedad más equilibrada, de ese modo se estaba luchando contra la pobreza, sí, pero también contra los peligros derivados de ella: la inseguridad social y ciudadana, la esclavitud y las servidumbres, la crueldad penal, la discriminación racial, la falta de oportunidades e, incluso, las diferencias rígidas entre las clases sociales.
Europa es el ámbito en que el E. de B. se instaló con mayor fuerza, aunque lo hiciera en diferentes formatos que se acomodaron a los diferentes tipos de sociedad en unos países o áreas sociales u otros. Curiosamente España, que llegó demasiado tarde a él como consecuencia de las sucesivas inestabilidades políticas y la escasísima profundización de la democracia, empieza a ser la primera que le cuestiona. La ya famosa “crisis” no es motivo suficiente para que se produzca dicho cuestionamiento. En todo caso, la democracia española es demasiado reciente, y aún no ha dado tiempo a que la derecha, -que engloba en la misma formación a moderados y ultras-, asimile que el espíritu democrático ha de alcanzar más allá del mero sufragio universal y el imperio de las Leyes fundamentales.
Dice nuestra derecha montaraz y aprovechada que el E. de B. español no es sostenible, pero lejos de actuar sobre su financiación buscando las fuentes que lo hagan posible, prefieren adelgazarlo para que sea menos costoso. Lejos de empeñarse en su sostenibilidad se han empeñado en su crítica y cuestionamiento, sabedores de que la solidaridad es una virtud de los pobres y no una actitud de los ricos. Quienes viven con poco, aún pueden vivir con menos, al parecer. Eso sí, de vez en cuando se les echan unas migajas para tranquilizar las conciencias y se les conmina a extremar su prudencia advirtiéndoles que el fraude en las ayudas sociales (limosnas) puede arruinar a nuestro sistema social, mientras se corre un tupido velo sobre el más que escandaloso fraude fiscal.
Recientemente Juan Manuel de Prada recurría a un texto de Chesterton que también yo deseo usar como colofón de este artículo. Criticaba la supuesta infalibilidad de los gobernantes de su tiempo, que habían regido a sus pueblos “haciendo de su nación una eterna deudora de unos pocos hombres ricos; a apilar la propiedad privada en montones que fueron confiados a los financieros; a permitir que los ricos se hicieran cada vez más ricos y menos numerosos, y los pobres más pobres y más numerosos; a dejar que el mundo entero se partiera en dos, hasta que no hubo independencia sin lujo  ni trabajo sin opresión; a dejar a millones de hombres sujetos a una disciplina distante e indirecta y dependientes de un sustento indirecto y distante, matándose a trabajar sin saber por quién y tomando los medios de vida sin saber por dónde”. Cabría advertirle a esta derecha española, y a los ricos de hoy, lo que Chesterton advirtió a aquellos: “No os precipitéis ciegamente a decirles que no hay otra salida de la trampa a la cual los condujo vuestra necedad; que no hay otro camino más que aquel por el cual vosotros los habéis llevado a la ruina; que no hay progreso fuera del progreso que nos ha conducido hasta aquí. No estéis tan impacientes por demostrar a vuestras desventuradas víctimas que lo que carece de ventura carece también de esperanza,… Y un tiempo después … la masa de los hombres tal vez conozca de pronto el callejón sin salida donde los ha conducido vuestro progreso. Entonces tal vez se vuelva contra vosotros en la trapa. Y si bien han aguantado todo lo demás, quizás no aguanten la ofensa final de que no podáis hacer nada ya por evitarlo”.
¡Qué tengan presente todo esto los que, actualmente, cuestionan el Estado de Bienestar!
Fdo.  JOSU MONTALBAN        

sábado, 4 de octubre de 2014

INMIGRANTES Y CRISIS (EL DIARIO NORTE, 3 - 10 - 2014)

INMIGRANTES Y CRISIS
Si la olla llega a estallar, ¿de quién será la responsabilidad? Cuando el Alcalde de Sestao, refiriéndose a los inmigrantes dijo que “la mierda ya no viene porque la echo a hostias”; o cuando el Alcalde de Vitoria dijo que los inmigrantes magrebíes “no tienen ningún interés en trabajar e integrarse”; o cuando el Alcalde de Badalona vinculó a los inmigrantes rumanos con la delincuencia y prohibió las licencias de centros de culto para islamistas (pero no para cristianos); o cuando el Ayuntamiento de Zalla ha puesto una barrera a casi un kilómetro de un Área Natural de Recreo para evitar la proliferación de gitanos y “machupichus” (perdón por el término, pero lo uso porque ya ha sido acuñado en el lugar); cuando se producen estas situaciones, ¿no se está atizando demasiado la lumbre, y poniendo en riesgo la integridad de la olla y de cuanto la olla contiene? Uno de estos alcaldes, concretamente el de Vitoria, previno su declaración con una disculpa sin fundamento: “yo digo lo que se dice en la calle”. De modo que en su función de Alcalde ¿no figura la acción de contrarrestar las opiniones equivocadas e interesadas, o las actitudes peligrosas para la convivencia de todas las personas? Del polvo amontonado suele proceder el lodo, pero es necesario añadir agua al polvo para que se forme el barro que ensucia y molesta en demasía. ¿No son estas declaraciones y actuaciones de los alcaldes y ayuntamientos las que añaden el agua al polvo?
Ahora resulta que ya son bastantes las opciones políticas y las organizaciones sociales que, amparándose en actitudes xenófobas, quieren ayudar a los más necesitados suministrándoles alimentos y ropa, pero sólo si son españoles. Es decir, que no tienen como fin alimentar a los hambrientos o vestir a los desnudos, ¡no!, porque ponen por delante la excluyente condición de ser español y, según supongo, solamente español. Como diría uno de los alcaldes nombrados, nada de dobles nacionalidades: “ni doble nacionalidad ni hostias”. Las opciones políticas y ONGs que ejercen de este modo están copiando algunas fórmulas europeas, principalmente vinculadas a Amanecer Dorado y al Frente Nacional Francés de Marine Le Pen. La estupidez ha aflorado de tal modo que ha habido algún partidario de estos métodos que se siente muy satisfecho por su nueva actitud: “La crisis ha supuesto una oportunidad para demostrar nuestro patriotismo”. Claro, y dicen ser más modernos y actuales que los partidarios de las ideologías clásicas: “somos transversales, ni de derechas ni de izquierdas”. Por tanto, no comulgan con el dulce universalismo que contiene la letra de la Internacional: “La Tierra será un paraíso, la Patria de la Humanidad”. Su patriotismo es transversal, al parecer.
Desde luego que los que acuden a buscar ropa o alimentos a esos lugares lo hacen con una única prioridad: que les den algo. Y cuando se tiene esa urgente necesidad no cabe desgranar principios morales, pero los Alcaldes y los responsables políticos de las formaciones excluyentes y xenófobas tienen la obligación de ser éticos, de huir de las demagogias y de esgrimir verdades. Decía uno de los demandantes de alimentos, a la puerta de un puesto de Alcalá de Henares que “buscan gente de fuera (inmigrantes), que esté en el andamio cuando llueve y no cobre horas extras,…, han dejado entrar demasiados extranjeros y han conseguido que me sienta un inútil”. Dado que habla de sentimientos no puedo contradecir sus palabras pero, aún reafirmándolas, ¿dónde se debe buscar a los responsables de esta debacle? No hay duda, en los contratantes que aprovechan las vidas precarias de los inmigrantes para imponer sus condiciones leoninas, explotarles, y obtener ellos mayores beneficios.
Quienes acuden en demanda de alimentos se muestran contundentes: “esto no es discriminación, es supervivencia”. Ellos sobreviven, pero lo hacen a expensas de la gloria de esos dictadorzuelos y politicastros que, revestidos de populismo, lejos de racionalizar y enderezar las reflexiones xenófobas de ciudadanos escasamente avezados y crecidamente necesitados, se empeñan en que comprometan su voto en sus opciones partidistas ultraderechistas. Nada de transversales.
FDO.  JOSU  MONTALBAN  

martes, 30 de septiembre de 2014

VER PASAR LA VIDA ( DEIA, 30 de Septiembre de 2014 )

VER  PASAR  LA  VIDA  o LA IRRESISTIBLE  PASIÓN  DE  LOS  POETAS
(En torno al libro de Joan Margarit “Nuevas cartas a un joven poeta”)

Me gusta releer algunos libros. Incluso me gusta “rereleerlos”,… y más prefijos “re” encadenados aún.
Muchas veces he leído, -por tanto, tantas menos una le he releído-, el libro de Joan Magarit “Nuevas cartas a un joven poeta”. En él Joan rememora y revisa un libro anterior al suyo, “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke. Yo no había leído el libro de Rilke cuando compré el libro de Joan Margarit, pero recién terminé de leer el libro de Margarit compré el de Rilke y lo leí. Ahora resulta que tengo un dulce recuerdo e impresión de los dos y, aunque no sé bien cómo relatarlos, debo afirmar que han confirmado mi condición de poeta: una condición sencilla aplicable a quien escribe poesía.
Me une a la poesía un vínculo difícil de explicar pero fácil de vivir en él una vez que le he percibido y aceptado. Dice Joan que “el límite de la poesía es el de la emoción”. Sí, yo también siento una fuerza interior, una especie de satisfacción cuando leo la poesía que he escrito unos instantes antes y, una vez sosegada la mente, me balanceo en sus contenidos. Porque, como a Joan Margarit, “no me interesa el poema que no contribuya a hacerme mejor persona, a procurarme un mayor equilibrio interior, a consolarme, a dejarme un poco más cerca de la felicidad”.
Cuando me apresto a escribir un poema la idea ya ha anidado en mi mente, ya es imposible que el poema no surja como un polluelo que surge del huevo, y no sé bien si es el poema el que rompe la cáscara desde el interior o soy yo el que, aprisionado en mi inquietud y ávido de libertad y de libertinaje, la rompo para que surja mi hijo del alma. Ya no me importa que a los ociosos se les tache de modo despectivo de “vivir de la poesía”. Frente a quien lo diga yo le contrarresto con esos versos de Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
Mucho se ha dicho de la poesía y más se ha dicho de los poetas. No todo bueno, incluso en algún tiempo a los que llevaban los cabellos largos y desgreñados se les confundía con arruinados poetas. Tal ha sido considerada la poesía, una práctica común y sencilla, asequible para todos. ¿Quién no es capaz de escribir un poema? Sin embargo, ser poeta es una manera de ser o de estar en el mundo, como decía Heidegger. Si “poeta” fuera una profesión o un oficio habría escuelas en las que aprendieran los jóvenes a escribir los poemas, manuales en los que se enseñara a completar un soneto o una décima, una poesía épica o una lírica, un romance o una fábula. Y los poetas se especializarían en alguna de las disciplinas; tal vez dejarían de ser escuetamente poetas para adornar su currículo con la pertinente especialidad.
Hay quien se empeña en minusvalorar la poesía, o más bien en despreciar la obra de los poetas como algo inservible. Hay quien siempre tiene un verso en la punta de la lengua, o un poema en la punta de los dedos, pero nunca tienen tiempo suficiente para declamar o escribir versos porque “no tienen tiempo para perder” o “no tienen tiempo para nada”, como si la poesía fuera nada y el tiempo empleado en crearla fuera perdido. Al poeta le distingue, siguiendo a Rilke, el inevitable destino de manar versos, de verter el agua que calma la sed continuamente, como si de un manantial se tratara.
El poeta dice, pregunta, calla, exhorta, duda,… pero siempre estalla y siembra en el ambiente cuanto le sobresalta y le oprime la conciencia, sea alegre o triste, sea bello u horrendo. Eso sí, busca que la palabra escrita o escuchada golpee en lo más íntimo. Atrae hacia el universo, casi siempre poco convencional, en que se provocan debates internos, es decir, atrae hacia universos abigarrados, profundamente interiores. Mueve el ánimo y determina comportamientos. Excita e incita. Recluye para provocar la reflexión, pero luego se expande sin medida y sin discreción.
Dice Joan Margarit que quien escribe poesía se conoce bien a sí mismo. Dice también que “a veces el poeta no se da cuenta de que vive su propio engaño”. Y bien, ¿cuántos, de vida prosaica, se sienten orgullosos de virtudes que no poseen y las vocean con estrépito sin apercibirse de que quizás no sean tan virtuosos o quizás no posean tales virtudes? Y sin embargo el poeta ha de ser valiente porque cada verso del poema ha de tener vida propia, ha de decir incluso cuando se muestre desamparado de los otros versos del poema.
Cuando escribo un poema ni siquiera imagino cómo será quien se decida a leerlo, no sé si acariciará las pastas del libro mientras lo lee ni sé si su predisposición vendrá determinada por las impresiones que yo les haya podido causar. El poema tiene vida y tiene vocación. Puede ser que tenga ansias de posteridad pero siempre lleva implícita su vocación de servicio: servicio a la ética y servicio a la estética.
El poeta es valiente porque la sociedad sigue denostando a la Poesía. Siempre ha sido despreciado lo difícil cuando es enjuiciado por la gente común. Margarit dice que “hay que ser osado a la hora de escribir el poema”. Osado porque hay que decir todo lo que se quiere decir, con un límite de palabras y con el límite que imponen las reglas poéticas, pero dice también Joan que “(hay que ser) humilde antes y después de escribirlo”, porque la búsqueda de la palabra precisa en su significado tal vez no coincida con la precisa en su métrica y acentuación. Hay que evitar que la humildad y la osadía del poeta se conviertan en soberbia e ignorancia que, como afirma Margarit, conforman una mezcla que da los peores poemas imaginables.
Decía Fernando Pessoa que “el poeta es un fingidor”. Tal vez tuviera razón, pero se finge lo que se desea fingir, aquello que no se tiene pero se persigue con denuedo. Porque el poeta sueña con un mundo mejor y más justo, e imprime amor en casi todo lo que escribe. No sólo los poemas de amor contienen ternura. Lo mismo que el amor se convierte en un territorio casi místico en el que se mueven los enamorados, el poema se constituye en la fortaleza que defiende ese territorio. La poesía ha de ser ambiciosa: con poco, solo con las palabras, ha de invadir todo el espacio, “buscar con la palabra la verdad sin caer en el engaño que siempre espera dentro del brillo más verdadero” (Margarit). Esa es su misión, a ese empeño sirve.
La poesía no es un hobby. A veces se desacredita a la poesía a partir de la marginación de los poetas: “Un poeta da miedo por la verdad que busca y por al soledad que trae” (J.M.). El poeta no es un trabajador que produce poemas, no administra una máquina (ni siquiera de escribir, pues escribe en cualquier lado, en lo que tiene a mano en cada momento), no elabora tablas ni audita cuentas para saber la prosperidad de su negocio. Más bien, a la vista de los demás, vive en el ocio, como dejando pasar el tiempo, pero su entrega a los sentimientos más exigentes, que le hace buscar la soledad para recluirse en ella, le exige una responsabilidad especial, le obliga a soportar el dolor y el sufrimiento como pasajes ineluctables de quienes buscan la soledad para sobrellevar el suplicio de vivir en sociedad. También para esto, considera Joan Margarit, es necesaria la poesía, “porque ni siquiera el amor se entiende sin la experiencia del sufrimiento”.
He dejado lo anecdótico para el final. Compré el libro de Joan Margarit en una caseta ubicada en la calle Recoletos, en Madrid. Conocía al autor porque había sido Premio Nacional de Poesía en el 2008, y había aparecido muchas veces en los diarios. Pero compré el libro como quien compra un armario, abrí sus pastas y vi que era de fácil lectura. Calculé cuánto tiempo tardaría el leerle y lo contrasté con el tiempo que tenía libre en aquel momento. Me salió la cuenta. Fui al Café Gijón, que estaba al lado, y me senté al lado de una jarra de cerveza que no se separó de mí hasta que no llegué a la última página del libro.
Desde entonces, entero o a trozos, le he leído bastantes veces. Empiezo a pensar que es este libro, -junto a algunos otros que conservo con especial mimo-, el que sigue empujándome hacia la poesía como instrumento solidario, ético y estético. Tampoco renuncio a ella como entretenimiento o como mera manera de ocupar el tiempo, pero la siento tan íntima como útil. Al salir del Café Gijón vi el armario, aún lleno de los más variados artículos, que fue digno acompañante de Alfonso, el “cerillero del Café”, ya fallecido. En sus anaqueles de madera rezaba sobre un cartel blanco y escrito con escuetas letras negras: “Aquí vendió tabaco, y vio pasar la vida, Alfonso, cerillero y anarquista”.
Como poco, la poesía es una forma muy saludable, útil y comprometida de “ver pasar la vida”.
FDO.  JOSU  MONTALBAN