miércoles, 29 de agosto de 2012

NAVALENO  EN  FIESTAS   (ELOGIO  DE  LAS  COSTUMBRES)
Ya hace bastantes años que en cada Agosto acudo a un pueblo soriano coincidiendo con las fiestas patronales de la Virgen y de San Roque. Navaleno es un pueblo rodeado de pinos por todos los lados, que se perfuma con la fragancia de su copioso bosque y el áspero aroma de su resina. Menos de mil cuerpos, con sus respectivas almas, viven en ese pequeño pueblo que se arremolina a mediados de Agosto para festejar a sus patronos. Como en cualquier fiesta se repiten los actos en que los niños compiten en juegos infantiles, o disfrutan de atracciones ruidosas y pintureras. Hay competiciones de diverso cariz que reúnen tanto a quienes allí viven durante el resto del año como a quienes acuden a divertirse en las señaladas fiestas: los hijos que marcharon a buscar la miel de la vida en otros lares, los amigos que han sido invitados o los veraneantes, es decir, esa especie formada por los visitantes asiduos que año tras año convierten los meses estivales en un hervidero.
Lo que siempre destaca en todos los programas de todas las fiestas de España es lo tradicional, que curiosamente constituye claro está la Tradición, y termina por constituir la columna vertebral de la vida y de la historia de los pueblos. En Navaleno, siguiendo precisamente la Tradición, se celebran misas solemnes al mediodía, -una dedicada a la Virgen y otra a San Roque-, y después, bajo un sol casi siempre de justicia, una desordenada procesión recorre las estrechas calles: primero van las banderas, pendones y estandartes, cada año más descoloridos; después van los pasos sobre los que se exhiben sendas imágenes de la Virgen y de San Roque, que han sido abrillantadas para la ocasión; esparcidos por aquí y por allá hacen el recorrido los mozos y no tan mozos del pueblo, unos entregados a la devoción y otros a la costumbre, pero todos convencidos de que ese acompañamiento constituye un ejercicio de condescendencia en el que nadie pasa factura a nadie; más atrás van las autoridades, las civiles que administran el Ayuntamiento y las religiosas que imperan desde la Iglesia; para amenizar y solemnizar la travesía, ahora que apenas quedan bandas de música uniformadas en los pueblos, una fanfarria improvisa dos o tres piezas para la ocasión que los festivos músicos interpretan con respeto.
Así es el acto central al que acuden los navalenenses ataviados con sus mejores galas: los hombres han descolgado sus trajes, han sacado de sus bolsillos las bolitas de alcanfor que perdurarán durante un año y otro, las mujeres descuelgan sus vestidos más lujosos, esos que compraron no para vestir sino para lucir, y así unos y otras se presentan en esos mediodías tan señalados en los que hay que acompañar a la Virgen y a San Roque. Ni los trajes ni los vestidos son obstáculo para bailar la jota ante las imágenes con mayor o menor agilidad y destreza, y culminar la danza con un “¡Viva!” y un gesto de satisfacción. Luego es la hora de los aperitivos, las miradas furtivas y los parabienes, cuando los hijos que marcharon intercambian saludos e informaciones, la ronda en que todos sonríen y se complacen porque han dejado en el transitorio olvido tantas cuitas y desgracias como siempre nos amenazan y, algunas veces, nos afectan.
Cada año me convierto en un observador aventajado. Ya son muchos los que me saludan como si fuera uno más, aunque yo me vaya de su lado justamente cuando las Fiestas hacen balance y la Virgen y el San Roque vuelven a la hornacina del Altar Mayor de la Iglesia. Me desean suerte y buena ventura, y yo les deseo felicidad a sabiendas de que el tiempo nos deparará a unos y otros un destino que quizás ya está escrito entre las nubes. Me gustan esos actos centrales de estas fiestas de Navaleno que sobreviven a la era tecnológica y a los avances cibernéticos; que ocupan el espacio virtual precisamente porque no han abandonado el espacio real y han combatido pacíficamente las imposiciones del desarrollo que dice obedecer a los designios del brutal progreso. Aún me siento concernido con la Humanidad, con los hombres y mujeres que están más cerca para que, sumando los resultados de todos los actos, el cómputo sea una Humanidad más solidaria. La Tradición viene en nuestro auxilio cada vez que la requerimos, y si somos capaces de leer en sus páginas sin fatigarnos demasiado, discerniremos fácilmente en ella cuáles son los vínculos comunes que nos convierten en personas, en “animales racionales”, -¡qué absurda definición!-, de la misma especie.
En medio de la solemnidad, cuando los mozos bailan la última jota de este año, frente a la fachada principal de la Iglesia, valoro la complicidad de los rostros satisfechos. Son gentes humildes que aún creen que hay hados, vírgenes y santos que intervienen en nuestras vidas y las preservan de males que acechan, que nos atemorizan y nos hacen timoratos y remilgosos. Frente a esa sencillez solo cabe que quienes dirigen los destinos de los ciudadanos desde los Gobiernos y las Instituciones Públicas la tengan en cuenta y actúen con responsabilidad, ejerciendo ese otro valor que nos acerca y nos compromete que es la fraternidad. No es ético que el Poder aproveche la humildad de los pueblerinos españoles, sus acendrados miedos, para imponer una forma de vida cada vez menos humana, cada vez menos justa e igualitaria. Porque también es la Tradición la que nos une, la que nos engarza en pos de un destino compartido. Cuando veo este Navaleno sencillo represento en mi mente todo aquello que me hace sentirme responsable de la felicidad de los otros, tanto como de la mía. Porque esta fiesta de Navaleno, noble y grande, se da de uno u otro modo en todos los pueblos de España, desde los pobos y aldeas gallegas hasta las almerienses, desde el caserío vasco hasta los pueblos de paredes encaladas y blancas gaditanos, desde las masías catalanas hasta los rincones más abandonados de las vegas extremeñas…Y, ¿por qué no?, allende todas las fronteras.
Observando la fiesta de este Navaleno trabajador, honesto y humilde, siento que la Humanidad toda requiere un cuidado y una perseverancia constantes que respete las tradiciones y las preserve de todos los riesgos que las acechan y quieren convertirlas en virtuales.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN