jueves, 28 de marzo de 2013

“ÉGALITÉ”
Así, en francés, para realzar su auténtico significado, porque parece que no nos hemos dado cuenta de la brutal amenaza que puede llegar a ser la desigualdad galopante que actualmente impera, que hace que nuestra sociedad ya no sea un buen centro de acogida para todos los que la integramos. Constituyó, junto a la libertad y la fraternidad, el lema oficial de la Revolución Francesa. Durante buena parte del siglo XXI se convirtió en un grito que los republicanos y los liberales franceses esgrimían frente a los gobiernos absolutistas y tiránicos de todo tipo, siempre a favor de la Democracia. Sin libertad ni igualdad no hay democracia, y sin democracia no hay modo consistente de resolver los conflictos sociales. Por eso la actual desigualdad que está afectando a España y a los españoles pone en entredicho la democracia que con tanto empeño hemos defendido.
España es el país de Europa donde la desigualdad es más acusada, según los datos del EUROSTAT. Hay muchos datos que permiten constatar este hecho, y hay otros muchos que permiten valorar la consecuencia más desagradable de tal dificultad: la pobreza que afecta a casi la cuarta parte de los españoles. Constantemente ponemos el énfasis en este hecho que nos entristece y nos mueve a la conmiseración hacia los pobres, pero muy pocas veces concluimos en que la pobreza de unos contrasta con la riqueza de otros, y que la brecha que separa a los ricos de los pobres, -que crece con premeditación y alevosía vergonzosas, en este tiempo de crisis-, constituye el quid del problema: la desigualdad está en el corazón de la pobreza y la convierte en insoportable para cualquier persona que se sienta humana. Si nos atenemos al Coeficiente GINI para medir la desigualdad (aceptado en todo el Mundo), que relaciona al 20% de los que más ingresan con el 20% de los que menos ingresan, solo Letonia (de todos los países europeos de los que se conocen los datos) supera en desigualdad a España. Influye en ello que más de un millón y medio de los hogares españoles tienen a todos sus miembros en el paro, y que solo el 67% de los parados recibe algún tipo de ayuda. La consecuencia es que en España se están produciendo, silenciosa o ruidosamente, trescientos desahucios de vivienda. Todo ello hace que el 22% de los hogares están por debajo del umbral de la pobreza, y que esa pobreza está afectando al 27,2% de la población infantil, es decir, a más de 2.267.000 niños. Para quien pudiera pensar que los límites de la pobreza puedan ser espléndidos o benevolentes para quienes la sufren, conviene recordar que el umbral de la pobreza se fija en 15.820 euros/año para un hogar en que viven dos adultos y dos niños.
Hay que combatir la pobreza, pero sobre todo hay que impedir la desigualdad que constituye el auténtico problema. El llamado ocaso de las ideologías ha traído consecuencias fatales. La negación de las clases sociales supone que todos, izquierdas y derechas, se sientan suficientemente satisfechas discutiendo sobre la pobreza en lugar de hacerlo sobre la igualdad. Perdido el pudor, y buena parte de la decencia, el Presidente del imperio Forbes afirmó que “todo el mundo puede llegar a ser millonario”, que es a la vez un modo de culpabilizar también a los pobres por serlo. Sin decencia alguna, -ya que la noticia ha sido redactada sin una sola crítica añadida-, Amancio Ortega aparece fotografiado bajo el siguiente titular: “Su fortuna, 44.000 millones, es mayor que el PIB de la República Dominicana”. Curiosamente la noticia recoge que “los malos tiempos para la economía española no han impedido que el número de españoles presentes en la lista de multimillonarios aumente”. Faltos de pudor y discreción aparecen en otro diario los diez directivos de las diez empresas españolas más importantes, bajo un titular elaborado con segunda intención: “Los ejecutivos mejor pagados del país se han reducido el sueldo hasta un 37%, aunque alguno sigue ganando 23.000 euros al día.”. Menos mal, porque entre los diez percibieron unos ingresos en el año 2012 de alrededor de 65 millones de euros. Haciendo una sencilla división basta para comprobar que con lo que han percibido estos diez multimillonarios habría para pagar a 4.100 hogares en el borde del umbral de la pobreza.
No será posible combatir la pobreza si no se tiene en cuenta que la auténtica perversión del sistema reside en la desigualdad. En la lucha contra la desigualdad es donde deben contrastar sus diferencias la izquierda y la derecha. El inconfundible Vicens Navarro publicó recientemente en un artículo suyo: “Un burgués en España vive casi dos años más que un pequeño burgués, que vive casi dos años más que una persona de la clase media de renta media alta, que vive dos años más que una persona de clase trabajadora cualificada, que vive dos años más que una persona trabajadora no cualificada, que vive dos años más que los trabajadores no cualificados que haya pasado más de cinco años en el paro. La diferencia de esperanza de vida entre un burgués y un humilde trabajador de tantos como viven en España es de diez años, mientras que en la Unión Europea es de solo siete años”. Esto ocurre, además, porque nuestro Estado de Bienestar está deficientemente desarrollado, o sea, que las políticas públicas, ni en el capítulo de transferencias públicas (pensiones), ni en el de servicios públicos (sanidad, educación, servicios sociales, vivienda, exclusión social…), no alcanzan a resolver la importante desigualdad inherente al sistema capitalista. No alcanzan porque la carga fiscal es en España la más baja de la Unión Europea de los 15.
Además, la izquierda española parece haber olvidado sus principios. El viejo lema marxista: “A cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus habilidades”, basado en una interpretación humanista del comportamiento de los ciudadanos ante la colectividad, contrasta con lo que pensaba un ministro socialista del último gobierno de Zapatero, que propugnaba que “los impuestos no están para redistribuir la riqueza sino para obtener ingresos”. En la práctica se está viendo que tampoco están pensados para obtener ingresos, al menos no en cantidad suficiente para atenuar la pobreza que se viene instalando en nuestra desigual y desequilibrada sociedad.
En su libro “Derecha e Izquierda. Razones y Significados de una distinción política”, Norberto Bobbio expresó qué fue lo que motivó sus reflexiones: la constatación de que se venía generalizando la impresión de que la distinción entre derecha e izquierda carece de sentido. Yo también pienso, como él, “que las expresiones izquierda y derecha no se refieren solo a posiciones acuñadas a lo largo del tiempo, sino también a intereses y valoraciones relativas a la dirección que habría que dar a la sociedad”.  La desideologización de la izquierda, empeñada en competir con la derecha usando sus mismas armas es un hándicap en la búsqueda de la igualdad, es decir en la lucha contra la desigualdad. La “meritocracia” se ha convertido en una disciplina que tanto las derechas como amplias franjas de las izquierdas consideran infalible, pero supone la perpetuación de la desigualdad existente en cada momento. Prolifera la convicción en las derechas de que la libertad ha de estar por encima de la igualdad, hasta el punto de que la idea de la libertad ha de prevenirse aunque sea a costa de mantener las desigualdades existentes entre las personas. Esta actitud propia del más burdo liberalismo es criticada por Bobbio: “El liberalismo se inspiró en un ideal de libertad, pero es inútil ocultarnos que la libertad de iniciativa económica ha creado enormes desigualdades, no solo entre hombre y hombre sino que también entre Estado y Estado”.
Sin embargo, los complejos que interfieren en las mentes de las izquierdas cuando reflexionan sobre sus líneas ideológicas para resolver los problemas que aquejan a los ciudadanos convierten su excesiva mesura en ineficacia en la lucha contra la desigualdad. El sociólogo Squella , en un trabajo dedicado al libro de Bobbio, proclama que “asistimos hoy en la izquierda a una evidente crisis de identidad y de autoestima. Son pocos en ese sector los que continúan llamándose hijos de la Revolución de Octubre y que mantienen aún el brazo en alto y la mano empuñada, lista para asestar un golpe mortal a la burguesía”. De todos modos resalta las palabras de Bobbio: “El criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad (…) la izquierda valora más la igualdad que el desarrollo y la democracia más que el orden, mientras que la derecha mientras que la derecha y los independientes tienden a dar primacía al desarrollo sobre la igualdad y al orden sobre la democracia”.  
La lucha contra la desigualdad debe constituir la estrella polar de la izquierda, también ahora y aquí, en esta España tan desigual que, a pasos agigantados, va convirtiendo en súbditos a quienes debieran ser ciudadanos, igualmente dotados y, por eso, igualmente libres para tomar sus decisiones.  Como Bobbio, hago hincapié en la igualdad como seña de identidad de la izquierda, pero “no solo la igualdad ante la ley, o en cuanto a la participación de los ciudadanos en las citas electorales, ni siquiera en la igualdad de oportunidades: más que todo eso hay que perseguir la igualdad material, es decir, la igualdad en las condiciones de vida de la gente”. La razón de ser de los derechos sociales ha de ser una razón igualitaria. Todos los derechos sociales, debidamente desarrollados, han de reducir las desigualdades, aminorar las distancias entre quien tiene y quien no tiene. Todo derecho ha de redundar en una mayor igualdad.
Égalité. Igualdad. Esa ha de ser la utopía que debemos perseguir ahora. Igualdad en la diversidad. Iguales en nuestras posibilidades materiales, que nos permitan poder ser diversos y diferentes siguiendo los designios de nuestras voluntades libres. En suma, ser iguales para poder ser libres. ¡Égalité!

Fdo.  JOSU  MONTALBAN