jueves, 3 de abril de 2014

EL DESARME ÉTICO EN EUSKAL HERRIA

EL  DESARME  ÉTICO  EN  EUSKAL  HERRIA
Casi nadie duda de que el terrorismo de ETA está finiquitado. A algunos les desborda la alegría, a pesar de que el mero recuerdo, aún reciente, de sus asesinatos es razón suficiente para que nos sintamos aún tristes, porque lo perdido nos ha dejado a los vascos profundas y escandalosas cicatrices. A otros les desborda la tristeza, porque perdieron mucho en el trance: porque enterraron a familiares, porque despidieron para siempre a amigos con los que habían vivido grandes vivencias y aventuras, porque vieron sufrir a otros, y el sufrimiento propio o ajeno siempre sume en la pesadumbre y la melancolía a las gentes decentes. Y a otros les desbordan las dudas, pero se trata de dudas fundamentadas en el convencimiento de que algo ha quedado sin hacer, alguna parte de la obra ha quedado incompleta. Yo estoy entre estos.
Puede ser que estuviera equivocado cuando, en tiempos del franquismo, no veía con desagrado las acciones de ETA. Yo era un joven fogoso, hijo de alguien que había sido condenado a muerte por Franco, que después vio conmutada su atroz pena por cadena perpetua, y terminó por ser castigado a pasar en la cárcel tres años y un día. Mi padre, sin embargo, era un hombre bueno, normal, trabajador y austero en sus costumbres. Para el niño y muchacho que fui no había ningún motivo para que mi padre tuviera que haber pasado por aquel suplicio. Por eso, cualquier medida o acción en contra de Franco, de sus cómplices y de su régimen de gobierno estaba justificado. A la muerte del dictador mis reacciones fueron las normales para quien esperaba cambios importantes que tardaron en llegar: la ansiedad y la prisa jugaron en mi contra, y dudé de que lo que venía detrás no fuera algo más de lo mismo.
No era más de lo mismo. Era muy diferente, desde luego que mucho más razonable, aunque aquello que se llamaba “transición”, que estaba siendo gestionado por gente que no había criticado en exceso al franquismo, llevaba un ritmo tan lento como desesperanzador. Sin embargo hubo varios momentos que recondujeron mis convicciones con respecto a la existencia de ETA. Como era lógico la organización terrorista (clandestina, claro) sufría en su interior luchas intestinas diversas que provocaban disensiones, rupturas, creación de grupos de contestación a la dirección, etc… Como nunca me interesaron demasiado los entresijos de ETA solo diré que los dos procesos de amnistía que tuvieron lugar y el abandono del terrorismo y entrega de las armas por parte de ETA Político-Militar (ETA-PM), ponía fin a cualquiera de mis devaneos condescendientes con ETA, aunque nunca partidario desenfrenado.
Desde aquel momento ETA solo ha sido un tumor canceroso que ha necrosado a la sociedad vasca hasta convertirla en una masa de carne corrompida. Porque, siendo Euskal Herria una región escasa en territorio y escasa en habitantes las posibilidades de una metástasis global eran muy grandes. Y así ha sido, que poco a poco la cizaña invadió los trigales vascos provocando serios problemas en la convivencia. Empezaron a aparecer síntomas de una degradación social evidente. Los “peros” empezaron a ser más importantes que las afirmaciones basadas en la ética. Primero lo fueron a través de la coletilla “algo habrá hecho” como colofón explicativo de cualquier asesinato. Después ya bastaba un simple “pero…” para terminar una conversación tras cualquier masacre cometida por ETA. Y al final, el silencio, incluso las manifestaciones públicas ante los atentados eran demasiado silenciosas, mucho más parecidas a entierros que a muestras de indignación. Para entonces ya había anidado el miedo y sus polluelos emitían unos “píopíos” tan estruendosos que amedrentaban a las gentes hasta convertirlas en sordomudas.
Las calles fueron tomadas por las hordas más indómitas que, entre destrozo y destrozo, vitoreaban a los asesinos. Y casi todos los demás callaban sin combatir con la debida contundencia a aquella canallesca irredimible. La lucha política partidista no se esmeró tanto en rearmar éticamente a la sociedad como en arrimar votos a sus buchacas. La lucha antiterrorista se encontraba una y otra vez con la oposición de quienes concedían a los terroristas la misma condición ciudadana que a las víctimas y a los amenazados, que cada vez eran más numerosos. Fue necesario un alarde de atrocidad inhumana como el que tuvo lugar en el asesinato de Miguel Ángel Blanco, -secuestro, anuncio de la hora de ejecución y ejecución a la hora anunciada-, para que los vascos empezáramos a sentir la rabia al unísono. Pero, curiosamente, no se produjo ni un acto de venganza que mereciera la pena reseñar. Desde entonces hasta hoy la sociedad vasca asiste resignada a este final de ETA que parece diseñado por diabólicos miserables.
A los presos etarras no se les aplica excepcionalidad alguna. Ya las calles les han acogido: toman sus vinos en las tabernas rodeados de amigos tan campechanos como ellos. De vez en cuando acuden a algún acto convocado por la organización (u organizaciones) a la que aún pertenecen. En el acto correspondiente reivindican aquello que ETA les ha escrito en un papel, porque ahora ellos también tienen miedo a ETA. ETA les ha transmitido una sola palabra: ¡chitón!, que escrita al modo de sus antepasados se escribe “¡txiton!”. Y los demócratas, que nos hemos pasado bastantes años callados, -cuarenta callados ante Franco, y treinta y tantos ante ETA-, nos volvemos chiribitas procurando que los etarras y sus secuaces de la Izquierda Abertzale (IA) no se sientan atacados en exceso. Todo esto, que algunos consideran que responde a una evolución saludable socialmente hablando, obedece al desarme moral y ético que sufre actualmente la sociedad vasca.
La expresión “por la paz una avemaría” con que se hacen oídos sordos o se mira hacia otro lado cuando los antiguos etarras, actualmente inmersos en la IA, cometen alguna de sus brutales arbitrariedades dialécticas, solo responde al miedo que nos aflige. Son demasiados los vascos que exigen al Estado un comportamiento ejemplar, como es lógico, mientras aceptan ser despreciados por sus vecinos recién incorporados a una convivencia en igualdad. La última charlotada protagonizada por el grupo de verificadores internacionales que mostró un vídeo en que ETA inhabilitaba tres de sus más de doscientas y pico pistolas, y entregaba algunos gramos de explosivos, provocó satisfacción en la IA y defraudó a todos los demás, pero muy pocos líderes políticos se atrevieron a manifestar que se sentían burlados, todo lo contrario, asumieron su ridículo papel como “positivo aunque escaso”. Peor aún fue el papel que representó el Lehendakari Urkullu acudiendo con el grupo verificador a la Audiencia Nacional a la que fueron citados.
Ahora mismo la formación política que ocupa el lugar que ocuparon los defensores de ETA es la segunda fuerza política en Euskadi, tanto en número de votos como en representación institucional. Esta segunda fuerza amenaza seriamente la supremacía de la primera fuerza que es el PNV. Pero esta situación no obedece exclusivamente al funcionamiento democrático y electoral, porque fue tal el miedo escénico de los demócratas, que no tuvieron ni tino ni agallas suficientes para cerrar el paso a quienes podrían llegar a administrar las Instituciones vascas como Patios de Monipodio a su servicio. O fue por debilidad o fue por miedo, pero esa cobardía de los demócratas contrastados ante los “demócratas de caparazón” denota el devaluado sentido ético con que deciden sus posiciones y toman sus medidas quienes sufren los rigores del miedo infligido durante el último medio siglo.
En tanto no nos rearmemos ética y moralmente los vascos, deberíamos ser discretos y huir de los triunfalismos. Estoy casi convencido de que el terrorismo no va a volver a nuestras calles, pero de ahí a pensar que la normalidad ha llegado a nuestras vidas media un importante trayecto: el que va del miedo a la serenidad, el que va de la candidez a la picardía, el que va de la Ética a la deshonestidad con la que la Izquierda Abertzale sigue amparando a los antiguos asesinos. Que el terrorismo produciría heridas era algo claro e ineludible: ahora se trata de que las cicatrices no nos ridiculicen en el futuro. Pero sobre todo se trata de que a nadie se le ocurra hacer desaparecer las cicatrices mediante ningún tipo de cirugía estética. En Euskadi la auténtica y única Estética tiene que ser la Ética.
FDO.  JOSU  MONTALBAN