jueves, 8 de mayo de 2014

EL FÚTBOL NO SE MERECE ESTO

EL FÚTBOL NO SE MERECE ESTO
En el que es, en mi opinión, uno de los libros más bellos de cuantos se han escrito sobre el fútbol, - “El Fútbol, a sol y a sombra”, de Eduardo Galeano -, el autor hace una primera confesión que deberían tener muy en cuenta tantos lenguaraces que pueblan las tertulias radiofónicas y televisivas, y lo hacen con la única intención de ensalzar a sus equipos y denostar a sus rivales al margen de los merecimientos reales de unos y otros. Confiesa Galeano: “”Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: ‘Una linda jugadita por amor de Dios’. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.
El fútbol es un deporte bello que se mira y admira desde las gradas alineadas en los cuatro lados de la cancha rectangular. Pero es también un espectáculo, y es sobre todo un negocio que mueve cantidades ingentes de dinero. Para que el negocio fuera cuanto más productivo se inventaron las competiciones, y se instrumentalizaron los equipos, alrededor de los cuales los hinchas enarbolan banderas, insultan a los jugadores contrarios, amedrentan y amenazan a los árbitros y, por fin, demuestran sus alegrías o tristezas usando el mobiliario urbano de las ciudades de modo inapropiado, sea movidos por la pena o por la euforia. Sí, también hay hinchas comedidos que entonan himnos y columpian sus bufandas acompasadamente en las gradas. Pero la gran mayoría, incluidos estos, adolecen de buenas dosis de ceguera cuando se disponen a valorar el espectáculo que están contemplando sobre el césped. Allí, en el cuadrilátero, los hinchas vitorean a los jugadores de su equipo, que son los “ángeles”, y abuchean a los del rival, que son los “demonios”. Es curioso que sean once los jugadores por cada equipo, contabilizados uno a uno, mientras los miles de espectadores e hinchas solo son contabilizados como uno: ellos -todos- son el jugador número doce, para el que no hay entrenamientos, y si en algún partido se le alaba por parte de los informadores es porque ha voceado sin cesar y con el mayor estruendo. Para poder ser el jugador número doce hay que pagar una entrada al estadio, nada barata, cuyo dinero se reparten entre los jugadores del uno al once y algún otro cargo técnico del equipo.
A pesar de ser un deporte complicado en el que comparten espacio ingredientes difíciles de definir y calibrar, son demasiados los que se consideran expertos, más bien todos los que lo contemplan. Pero casi nadie de los que más opinan ha leído libros sobre técnica y estrategia del Fútbol. Ellos hablan de impresiones, pero no de las percibidas a través de sus sentidos, sino de las que fluyen del corazón, que suele ser fuente inagotable de pasiones. Por eso, ahora que el fútbol arremolina a su alrededor negocios abusivos y, en muchos casos, fraudulentos, da pena ver a tertulianos de los espacios deportivos, que en lugar de hablar de Fútbol estrujan su magín para inventar ocurrencias cuyo único destino es realzar a los dos equipos, -Real Madrid y Barça-, que más vergüenza y rabia producen a tantos españoles agobiados por la crisis y sus consecuencias, dados sus dispendios, las fichas multimillonarias que pagan a sus jugadores mediante fórmulas sofisticadas que les ayudan a evitar el pago de impuestos, el descubrimiento de fraudes alevosos en determinados contratos y el escaso ejemplo ético que sus deportistas dan en los estadios. Estos tertulianos, aunque no en todos los casos, acuden al foro de debate ataviados con camisetas y distintivos de “su” equipo. ¿Por qué pensar que estos banderizos saben de Fútbol? ¿Por qué tener en cuenta lo que dicen? Sirva como ejemplo que, ahora que ha surgido un tercero (que actualmente es primero) en discordia, tampoco ha conquistado en las tertulias el lugar que le corresponde. El Atlético de Madrid es aún una especie de convidado en tales debates.
Y sin embargo el Fútbol es un bonito juego, un deporte muy completo y un vistoso espectáculo. Imagino al primer practicante del fútbol: un muchacho pensativo que caminaba mirando hacia el suelo y vio una pequeña piedra a la que golpeó con su pie. Algunos metros más adelante vio otra piedra a la que golpeó con otra pretensión: mandarla cuanto más lejos. Más adelante vio una tercera piedra a la que golpeó con otra intención, cual era dirigirla contra el tronco de un árbol que había a poca distancia de allí. Cuando llegó el muchacho a su aldea contó a sus vecinos aquella experiencia y casi todos los muchachos ensayaron aquella práctica que él les había descrito. Organizaron fiestas y concursos en los que unos exhibían su fuerza y otros su habilidad en el golpeo de las piedras con el pie. Cuando al más sagaz de los muchachos se le ocurrió que todo aquello podía ejecutarse en equipo, los concursos de fuerza y de habilidad devinieron en competiciones en que unos grupos se enfrentaban a otros, en espacios improvisados a los que acudían los vecinos y aplaudían con admiración a los más fuertes y virtuosos.
Alguien diseñó un espacio limitado cuando vio que los espectadores se confundían con los jugadores porque no tenían adjudicado un lugar concreto para ellos. Y alguien fue poniendo las reglas que debían regir los concursos y los campeonatos para que todo fuera evaluable mediante la exactitud que garantizan los números. Cuando se delimitó el espacio que debían ocupar los jugadores y el que debían ocupar los espectadores, quedó instaurado el espectáculo. Al principio un espectáculo casi rudimentario, pero muy pronto se pensó que si se establecía  otra barrera en las espaldas de los espectadores que impidiera acceder a los meros fisgones, la autoridad competente podría imponer el pago de una cantidad para poder disfrutar del espectáculo. ¿Adónde debería ir a parar el dinero reclutado de este modo? Los dueños del espacio ocupado reclamaron su parte, y los artífices del espectáculo también reclamaron la suya. Así hemos llegado a nuestros días, de este modo sencillo, pero en algún momento la naturalidad se ha mudado en artificio, de modo que ya no hay niños que hagan porterías despojándose de su jersey para jugar al fútbol en medio de una plaza pública. El juego de entretenimiento llamado Fútbol ya no se improvisa en un instante: se programa y se anuncia. La infancia juega pero no se divierte realmente porque, desde muy pequeños son atosigados, se les exige desenvolverse como si se tratara de los grandes ídolos del Real Madrid o del Barça, pero no exactamente porque la perfección sea algo bello sino porque a un costado de la cancha algún familiar directo, que sueña con que su niño sea millonario en el día de mañana, no para de reconvenir cada una de las andadas futbolísticas del niño.
Mientras tiene lugar este proceso los expertos tertulianos de los espacios deportivos hablan de su Real Madrid y de su Barça olvidando que de lo que deben hablar es de Fútbol. Galeano lo explica con gran habilidad: “Cuando concluye la vibrante jornada en el coloso de cemento, llega el turno de los comentaristas. Antes los comentaristas han interrumpido varias veces la transmisión del partido, para indicar a los jugadores qué debían hacer, pero ellos no han podido escucharlos porque estaban ocupados en equivocarse. Estos ideólogos de la WM contra la MW, que viene a ser lo mismo pero al revés, usan un lenguaje donde la erudición científica oscila entre la propaganda bélica y el éxtasis lírico. Y hablan siempre en plural porque son muchos”.
Hay que terminar. El Fútbol es un bello juego, un gran deporte y un vistoso espectáculo que no merece convertirse en lo que realmente es ahora mismo: un escandaloso negocio.
Fdo.  JOSU MONTALBAN