domingo, 9 de noviembre de 2014

ANATOMÍA DE LA CORRUPCIÓN ( DEIA, 7 de Noviembre de 2014)

ANATOMÍA  DE  LA  CORRUPCIÓN
En algunos de mis ratos libres alterno por las tabernas de mi pueblo. Acompañado de otros amigos, o sólo cuando ellos están ocupados en otras labores diferentes a la mía, deambulo por las calles para degustar un vasillo de vino y comentar con quien se tercie las últimas noticias, sacar a la calle los comentarios acertados o desacertados de las tertulias que tanto proliferan en las emisoras de radio y las cadenas de televisión. Y me ocurre con demasiada frecuencia que escucho opiniones sorprendentes relacionadas con el asunto más de moda: la corrupción. Sí, la corrupción sin más, aunque es verdad que casi siempre se habla de la corrupción de los políticos. En mi condición de persona que me he dedicado a la Política, me siento aludido cada vez que escucho las opiniones ligeras y fatuas que se esbozan alrededor de los vasos de vino (o de cerveza o de txakoli,…) mediante las cuales se extiende basura y miseria sobre tantos y tantos que, como yo, creen que la Política es el arte noble de gobernar a los pueblos y sus instituciones, y no una actividad que sirve de instrumento para el enriquecimiento personal, sea a través de comportamientos morales o inmorales.
Lo cierto es que se sientan tres o cuatro alrededor de una mesa y recién han mojado los labios con el líquido elemento ya están pronunciando la fatídica frase: “Los políticos son todos unos corruptos”. No seré yo quien diga que no hay políticos corruptos, pero no me cabe ninguna duda de que el fenómeno de la corrupción, tan perverso y doloroso, es mucho más complejo que la mera adscripción de su ejercicio a quienes por el mero hecho de ostentar el poder político son ahora mismo los únicos señalados por el dedo acusador. Para resolver el bárbaro problema de la corrupción hay que intervenir resueltamente sobre el sistema social y económico que la permite y la facilita, mucho más que sobre quienes, valiéndose de él, se han enriquecido a su costa. Sin embargo los análisis someros que se han hecho cada vez que ha tenido lugar un caso de corrupción siempre han concluido en la imputación de algún político de cierto rango, cuyo rango precisamente eclipsa la categoría social o profesional de quienes, tan corruptos como él, son colaboradores imprescindibles para consumar la fechoría.
De modo que para vencer esa terrible epidemia de la corrupción en España es necesario practicar una anatomía previa muy meticulosa. Cabe afirmar que hay leyes más eficaces que otras para acabar con la corrupción, y que llegados al punto al que hemos llegado resulta necesario que las penas con que se castigue a los corruptos sean suficientemente contundentes como para convencerles a abandonar sus prácticas ilegales. Pero la opinión pública se equivoca cuando considera que la corrupción es un ejercicio en el que quienes tienen la misión de legislar son los únicos que se corrompen.
La especie humana es política por naturaleza. Las unidades de convivencia más reducidas se rigen mediante normas, usos y costumbres que tienen que ver con el arte de la política. La familia, la tribu, la aldea, y así sucesivamente, se someten a leyes y normas semejantes a las de la Política, y los políticos que rigen las Instituciones que nos gobiernan y, en muchos casos, nos protegen.
El poder que confieren las Leyes a quienes desde la Política tienen la misión de gobernar los pueblos, tanto puede ser utilizado para fines encomiables como para fines perversos. Pero las perversiones se quedan en casi nada cuando no encuentran a los necesarios colaboradores en otros ámbitos. Tan necesario es un legislador interesado o un administrador público proclive a la corrupción, como un agente externo capaz de corromperlos, eso sí, siempre compartiendo los beneficios económicos fraudulentos derivados de las operaciones realizadas. Al lado del político corrupto suelen comer los profesionales corruptos, los directivos corruptos, los propietarios corruptos que quieren poseer más, los influyentes corruptos y, si es necesario, los sicarios corruptos que consiguen que la corrupción siga los pasos del miserable protocolo que siempre le acompaña. Porque todo proceso de corrupción exige violencia, y amenazas suficientes como para que quienes intervienen lo hagan con la máxima discreción.
Es cierto que quienes intervenimos en la Política solemos pregonar previamente la ejemplaridad de nuestros comportamientos, lo cual hace que cualquier inclinación corrupta sea interpretada con la máxima severidad, pero la propia condición humana de todos, y no solo de los que están en el ámbito puramente político, debe exigir decencia en nuestros comportamientos. Los ciudadanos, atribulados por la crisis económica que pone constantemente rigores y tropiezos en sus vidas, imputan buena parte de sus males a la inacción o la acción nefasta de los responsables políticos, de modo que cuando afloran anécdotas en las que aparecen políticos corruptos apenas perciben que la corrupción siempre necesita de varios agentes de diferentes ámbitos para que gane en eficacia. Por eso, liquidar el problema achacando todas las responsabilidades al estamento puramente político no ayuda a encontrar la solución integral de la corrupción en nuestro país. Personas, -posteriormente convertidas en personajes-, con formaciones académicas solventes, de prosapia y nobleza contrastadas (al menos en teoría), han aparecido en los periódicos protagonizando hechos delictivos, apropiaciones tan ilegales como sofisticadas y tráficos de influencias groseros, pero al lado de ellos han aparecido los facilitadores que han puesto a su disposición las herramientas necesarias.
En España la corrupción no es una consecuencia de la Política mal concebida ni de la falta de principios de la clase política en general (la famosa “casta” según algunos atrevidos). La corrupción está en la sociedad y en ese convencimiento tan español de que todo vale si produce beneficio, que el fin justifica los medios y de la extendida necedad de quienes confunden el valor de las cosas con su precio. Pero los políticos, haciendo gala de su poder, en lugar de combatir abiertamente la corrupción se empeñaron en ejercerla y luego usar su poder para cubrir sus responsabilidades. Ha resultado tan ineficaz y absurda su estrategia que incluso en su debate más íntimo, en la lucha dialéctica entre los líderes de los partidos, los casos de corrupción están siendo utilizados como armas arrojadizas en la lucha electoral, sin apercibirse de que estando, como está la corrupción, instalada en la sociedad, ningún grupo político está libre de su sucio alcance. Las sospechas se han extendido como el sirimiri sobre los campos, y ahora todos los líderes políticos se empeñan en ser transparentes sin darse cuenta de que no se trata de eso, sino de ser íntegros. Cuando los partidos anuncian que van a obligar a sus afiliados a suscribir códigos éticos para combatir la corrupción da la impresión de que su análisis y diagnóstico, -su anatomía de la corrupción-, han determinado que todos sus militantes han sido corruptos, y que todos van a dejar de serlo mediante esta fórmula. Craso error, porque los corruptos son una cantidad ínfima en los partidos políticos, en todo caso muchos menos en porcentaje que los ciudadanos corruptos que no están afiliados a ninguna formación política.
Fue costumbre entre los líderes de mi partido (PSOE) decir que los políticos deberíamos tener los bolsillos de cristal, pero luego ocurrió que el cristal dejó ver algunas miserias en algunos lugares. Hubo quienes creyeron que era más importante el material de que estaban hechos los bolsillos que su contenido. Ahora se han puesto de moda los códigos éticos, pero yo estoy convencido de que la corrupción está ya instalada en la sociedad, y que el código ético, sea el que sea, no ha de estar reservado a los afiliados sino que ha de ser aplicado a todos los humanos por el mero hecho de serlo. Por eso os dejo aquí el Principio General del código ético  de mi partido, pero adaptado a la sencilla condición humana: “El Hombre y la Mujer han de tener una voluntad irreductible de mantener una conducta íntegra como exigencia inherente a la pertenencia al género humano”.
Así, sin más, sin siglas políticas ni zarandajas.

FDO.  JOSU  MONTALBAN