martes, 21 de abril de 2015

POLÍTICA O ECONOMÍA (DEIA, 21 de Abril de 2015)

POLÍTICA O ECONOMÍA
¿Economía o Política? ¿Política o Economía? ¿Cuál se supedita a cuál? Este es el gran dilema. ¿Cuál de ambas es el instrumento para que la otra progrese o triunfe?
Hace algo más de diez años el columnista Manuel Fidalgo escribió: “A veces tengo la sensación de que el hombre del siglo XXI ha abandonado todos los ideales. Está enfermo del peor de los males, la indiferencia. Sólo quiere vivir apoltronado en lo cómodo… Huye de la responsabilidad, no supera casi nada, a las primeras de cambio abandona… Ni siquiera se pregunta lo que a voz en grito resuena en la película Moulin Rouge: “Otro héroe, otro crimen sin sentido; tras el telón, en la pantomima una y otra vez ¿sabe alguien para qué vivimos?”. Y recurre Fidalgo al antiguo dilema, -marxismo versus cristianismo-, para concluir categóricamente que “el hombre de hoy ha derivado en el pasotismo, el agnosticismo, el relativismo. Y ahí instalado no defiende ya nada. Su peligro deviene no de su fiereza sino de su mansedumbre. Ha agotado las ideologías… Sestea, abandonado a la bonanza económica. Hedonista, relativista y cuando es algo, laicista por conveniencia. Y siempre laigth… Nos hace falta un revulsivo para no morir por inanición mental”. Estoy convencido de que Manuel Fidalgo estuvo asistido por algún visionario infalible cuando escribió todo esto. Han pasado más de diez años y solo nos cabe adjudicarle toda la razón.
No quiere esto decir que vivamos sumergidos en la más profunda sima oscura y lóbrega, húmeda e inhóspita. Pero caben todas las preguntas. ¿Sabemos para qué vivimos? ¿Creemos acaso en un destino común y halagüeño para todos, o estamos dispuestos a aceptar lo que venga porque sabemos de la finitud de nuestras atribuladas vidas? ¿Responderemos a las obligaciones de algún ideal, de alguna inquietud social, o nos entregaremos a la molicie y la desidia dejando pasar el tiempo sobre nuestras azarosas vidas? ¿Qué escribiría ahora mismo Manuel Fidalgo, una reafirmación o una reconvención ante lo que dijo hace casi once años? Estoy convencido de que nos hallamos sumidos en una especie de melancolía que añora los viejos tiempos en los que la revolución era posible. No ya una revolución brutal ni cruenta, sino una discusión pública que sirva para  contrastar ideas y construir razones prácticas. No ya una revolución para imponer la fuerza, sino para que la razón se imponga sin necesidad de recurrir al martirio de nadie. Pero no es así, porque el debate se ha sistematizado en demasía, y empiezan a ser más valiosas las “conclusiones” que salen de las máquinas, que no tienen cerebro, que las ideas que surgen de las personas dotadas de él. Ahora mismo las personas se dejan embaucar más fácilmente por los cerebros electrónicos enmarañados por cables y conexiones, que por los cerebros humanos que han inventado los cerebros electrónicos. “Acatar” es el triste slogan. Sin más.
Por eso, entre otras cosas, la Política se ha supeditado a la Economía, de modo que un gurú que ordena con habilidad los números en una pizarra se convierte en un enviado divino que nos transmite el oráculo al que no podemos renunciar. Para los políticos la responsabilidad, para los economistas la gloria. El error del político se paga con su inmediata destitución, que tiene lugar en los procesos electorales, mientras el economista esgrime causas y culpabiliza de sus errores a todo tipo de factores, incluidos los errores que imputa, a veces gratuitamente, a los propios políticos. Sin embargo, los líderes políticos, que no tienen por qué saber de todas las disciplinas, conforman sus equipos económicos con personas especializadas en su disciplina, pero si cosechan fracasos reciben ellos el riguroso castigo, y no quienes bisbisearon en sus oídos las consignas aplicables. Vivimos tiempos difíciles para la Economía, pero mucho más difíciles para la Política. Como afirma Fidalgo, la ciudadanía vive apoltronada en lo cómodo, sin embargo cada vez es mayor la franja de las personas que no alcanzan lo indispensable para sentir esa comodidad.
El Mundo es muy grande, inabarcable. La estrechez y el rigor que afecta a las vidas de la gran mayoría de los habitantes del mundo desarrollado nos viene conformando una conciencia que va haciéndose inhumana. El internacionalismo ya no es un empeño de los humanos. Nuestra patria no es el Mundo, ni nuestra comunidad convivencial es la Humanidad. ¿Por qué? Porque si asumimos tales esquemas tendremos que admitir nuestro fracaso como humanos: no haber sido capaces de vivir en paz y condescendiente armonía con nuestros semejantes. Sí, el progreso suponía que se eliminaran las fronteras, que los avances científicos y tecnológicos se movieran por el Mundo con absoluta libertad beneficiando a todos por igual, que el Mundo entero se pudiera sobrevolar en menos de doce horas, que a través de una pantalla diminuta un australiano y una bilbaína pudieran enamorarse, y amarse incluso, mientras esperaban el jubiloso encuentro para el momento indicado. Sí, todo eso es posible, pero las mentes humanas viven asediadas por el miedo a que esos beneficios no les alcancen. La Política puede ser tan animosa como para prometer que conseguiremos gozar de todo ello, pero la Economía es la que pone los precios, -en brutal colaboración con la Política, muchas veces-, y son ellos los que disuaden y convierten las promesas de los políticos en papel mojado.
No deseo que de lo anterior se desprenda que son los economistas los que influyen negativamente en la felicidad de todos, pero en ese dilema que tanto nos afecta, que enfrenta a la Política y la Economía, los economistas apenas pagan por sus errores, mientras que los políticos se ven actualmente desacreditados y, en buena medida, perseguidos por la opinión pública.
Resulta curioso que en medio del clima adverso en el que los políticos son considerados oportunistas y aprovechados, cuando no ladrones de guante negro o, como poco, de guante blanco, las fuerzas políticas emergentes exhiben equipos de economistas, -de reconocido prestigio, se apresuran a decir-, que no anunciaron la llegada de la crisis ni advirtieron de la burbuja inmobiliaria cuando ya era una pompa tan gigantesca como imparable. También es curioso que bastantes de tales economistas antes aconsejaran a los políticos de otras tendencias o partidos, incluso de los partidos de la ya famosa “casta”, y que su cambio para asesorar a las nuevas formaciones no se haya producido después de anunciar que su anterior partido no les había hecho caso. ¿Tiene algún sentido que esté  asesorando a Podemos el mismo economista, -de reconocido prestigio-, que formó parte del equipo de notables que asesoró y llevó a Zapatero a la Moncloa? ¿Tiene algún sentido que a Ciudadanos le esté asesorando alguien que ha sido anteriormente Secretario de Estado con la “casta”, y Vicepresidente para el Sector Financiero del Banco Mundial? ¿Serán ellos los que reconduzcan la dirección que, según se ha visto, ha resultado errónea? ¿Por qué habremos ahora de depositar la confianza en ellos?
No estoy hablando de meros administradores de máquinas registradoras. Sus currículos están llenos de títulos, de licenciaturas y de doctorados, y de periplos vividos en Foros y Universidades de fama mundial, -como corresponde a profesionales de reconocido prestigio-, pero no dan con la solución, quizás porque no están de acuerdo en los preceptivos diagnósticos previos. Los libros con los que todos ellos se prepararon fueron los mismos, pero ahora hay economistas que dicen ser de izquierdas y de derechas, justamente ahora que ya las fuerzas emergentes dicen responder a la transversalidad. Podemos, según palabras de su amo y señor, no es de izquierdas ni de derechas; como Ciudadanos, que tampoco responde a tal modelo de clasificación. Peor aún, dice Soledad Chapetón, que es la alcaldesa de El Alto, segunda ciudad de Bolivia, que ha destronado al partido del “ideologizado” Evo Morales, que “es importante dejar de lado al partido y evitar hablar de temas ideológicos y políticos que nos separan, para unirnos y ponernos a trabajar a favor de todos con una gestión transparente… Tiene que prevalecer El Alto como prioridad”. ¿Qué modelo social pretendemos crear con estas premisas previas? ¿No están confundiendo a los Gobiernos con simples oficinas de lo público, meras asesorías?
Termino. Loa economistas y la Economía son imprescindibles, pero los políticos y la Política lo son más. Si hay que salvar a alguien de la quema es a la Política, que es el arte de gobernar a las personas y a los pueblo, en suma, a la Humanidad.

Fdo.  JOSU  MONTALBAN