viernes, 6 de noviembre de 2015

LA OMNIPOTENCIA DE BARRO DE LA POLÍTICA ACTUAL (Deia, 05 - 11 - 2015 )


LA OMNIPOTENCIA DE BARRO DE LA POLÍTICA ACTUAL

Ahora que tenemos a menos de dos meses unas elecciones trascendentales es urgente formularse una pregunta: ¿Tienen los dirigentes políticos poder suficiente para resolver los gravísimos problemas que acucian a los ciudadanos? ¿No será acaso la altanería de los líderes cuando exponen sus medidas “infalibles”, una muestra más de la debilidad del sistema y de la inanidad de ellos mismos cuando proclaman su “yo” por encima del “nosotros”? Cualquier debate a dos entre líderes de formaciones políticas se convierte en un match, en una especie de partido de pelota, que pretende más destruir al contrario, o descalificar brutamente sus razones, que exponer las virtudes de los posicionamientos. ¿A qué es debido? Principalmente al escaso bagaje ideológico que soporta actualmente al ideario de los partidos. Por eso tiene tanta importancia lo ocasional, las ocurrencias, las medidas impactantes al instante, en suma la propaganda.
Es evidente que los dirigentes políticos no pueden saber de todo, que tienen que rodearse de asesores y de personalidades notables, pero llama la atención que, en tantos casos, recurran a quienes no están afiliados a sus formaciones políticas, incluso a quienes nunca han tomado partido ni han mostrado opiniones críticas ante cualquier hecho acontecido. Los partidos hacen gala del número de afiliados o simpatizantes contabilizados en sus sedes, pero luego recurren a quienes no sabe siquiera la ubicación de las oficinas centrales del partido. Peor aún, hay veces que ignoran o desoyen las resoluciones aprobadas en sus Congresos a la hora de hacer sus Programas de Gobierno, de modo que ambos documentos (Resoluciones y Programa) se parecen entre sí como un huevo a una castaña. Poco importa que en sus filas haya políticos preparados y bien dispuestos a dejar la piel en los debates, porque al final lo que los dirigentes subrayan en las páginas de los diarios es que les asesoran los doctores honoris causa, a poder ser ostentadores de títulos expedidos en las legendarias Universidades americanas. Pero estos doctores, que aplican fórmulas complejas para interpretar las situaciones más simples, casi nunca dan con la solución definitiva.
Aunque aún queden dos meses para el día trascendental, los monitores de radio no paran de ofrecer discusiones, y las televisiones no cesan de mostrar debates que siempre terminan en tablas. Los partidos antiguos, aquellos que afrontaron el dificilísimo trance de la Transición, han caído en eso que los más recientes líderes llaman la “vieja política”. Frente a ella está la “nueva política”, que no trae con ella ni una sola solución garantizada, pero se sustenta en el fracaso de la “vieja” y en la aparición de comportamientos corruptos que, curiosamente y a pequeña escala, ya han empezado a cultivar los mandamases de las nuevas formaciones.
Sin embargo, lo que viene siendo una losa mortal sobre la Política no es tanto el comportamiento legal o ilegal de los dirigentes, ni siquiera su comportamiento moral o inmoral. La losa más brutal es un poder económico tan omnímodo que afecta a todos los ámbitos de nuestras vidas. Las autoridades políticas acuden a las reuniones y conferencias que organizan los poderosos económicos para consolidarlas y darlas boato. Se reúnen los empresarios, los banqueros, los lobbys más variopintos de cuantos existen, y requieren la presencia del Rey, si fuera necesario, y sólo reciben parabienes y bendiciones. Todavía nunca he escuchado al Rey, ni al Presidente del Gobierno, cuando han acudido a la clausura de una reunión de adinerados poderosos, pedir a los banqueros que no desahucien, o a los empresarios que sean espléndidos a la hora de conformar sus plantillas de trabajadores y fijar sus salarios. No lo hacen nunca. En contrapartida alaban sus esfuerzos para convertirlos en los artífices de los empleos que crean, aunque lo hagan con sueldos de miseria.
En contrapartida también, este sistema imperante, tan desnivelado y machista, convierte a las figuras femeninas de la Familia Real y a las Gobernantas en presidentas de honor de Juntas de Caridad y ONGs cuyo fin es atenuar los rigores que la Economía elitista provoca en la sociedad. La crisis, o mejor las sucesivas crisis, han conformado una sociedad desequilibrada en la que son demasiados los que sufren la pobreza y la miseria, que es consecuencia de la excesiva abundancia de los opulentos, pero no parecen cerciorarse de ella los poderosos. Dicen ser ellos los que generan riqueza, pero no están dispuestos a repartirla ni a redistribuirla. Tienen razón en una sola cosa: la redistribución no es algo que deban hacer ellos, para eso está el Estado y el poder político del Gobierno de turno. Lo malo es que los gobiernos toman sus decisiones obsesionados por el temor a que el dinero se mueva, salga de sus fronteras y les deje de ser útil para el éxito de sus empeños, si los tuvieran. Y lo malo es, también, que las sedes ministeriales y la Moncloa, reciben con mucha mayor frecuencia la visita de los poderosos, económica mente hablando, que la de los menesterosos sufridores de la crisis.
Dicen que la Política tiene que cambiar, y los políticos regenerarse. Es verdad que una tos descuidada puede acarrear una bronquitis, mucho más peligrosa, pero no es lo más idóneo tratar una tos como si se tratara de un cáncer galopante. Lo mismo está pasando ahora con la Política. Los que enarbolan la “nueva política” apenas esgrimen novedades respecto de la “vieja”, salvo la lucha contra la corrupción. Sin embargo, su mayor empeño es convertir la acción política en un ejercicio de asesoría, en una gestoría en la que lo mismo se completa un seguro que se confecciona un traje o se diseñan los pertrechos para hacer frente a un invierno frío. Nada, que no hay izquierda ni derecha en la actual política, justificando la afirmación en el hecho de que algunos impostores hayan representado con escaso entusiasmo su papel en los partidos clásicos e ideologizados.
Se equivocan. Hay izquierda y hay derecha, y cada uno de ambos flancos tiene sus señas diferenciales. No solo eso, sino que la Política tiene que recuperar su lugar y sus funciones, no supeditada a la Economía sino al frente de ella, convirtiéndola en útil para todos y no sólo para los banqueros, los empresarios y los lobbys de presión. Lejos de constituir la piedra angular en las vidas de los ciudadanos, la Política ha venido sirviendo últimamente a intereses gremiales, lejos de ser el Poder se ha comportado como un soporte del poder económico, con la coartada de que una Economía floreciente es la garantía del bienestar. Sí, lo es, pero mal distribuida la riqueza que genera, solo provee bienestar a unos pocos.
Los dirigentes de las fuerzas políticas deben recuperar ese lugar preferente, convertir al Estado en severo vigilante del Mercado, doblegar la Economía, desoír las voces de los lobbys tan interesados como poco interesantes. En suma dedicarse a recuperar las ideologías para que la sociedad que cada cual proponga sea Una, pero no una cualquiera, dúctil y maleable, como ahora se pretende.


Fdo.  JOSU  MONTALBAN