jueves, 27 de junio de 2013

¡VAYASE,  SEÑOR  RAJOY!
Aún no he escuchado ninguna voz que pida a Rajoy que dimita. Crudamente. Y yo lo voy a hacer. No estoy diciendo que presente su dimisión en la Cámara de los Diputados, lo que traería aparejado que, una vez más, su mayoría absoluta le aclamase, le vitorease y le sacase a hombros por los pasillos forrados de mármoles vistosos del Congreso, sorteando los bustos de antecesores suyos, iluminado por los flashes, sonriente, haciendo con sus dedos la V de la victoria, seguido por detrás por sus fervorosos partidarios entusiasmados. No digo esto: digo que tiene que dimitir. Sin preámbulos de ningún tipo. Recuerdo al ensoberbecido Aznar, que nunca se expresó ante el Presidente Felipe González con el académico y educado término “dimisión”, sino que le pidió reiteradamente que se fuera como si fuera un proscrito: ¡Váyase Señor González! Es decir, abandone su puesto en el puente de mando, desaparezca, tírese por la borda, escóndase en la profundidad del negro océano, o muérase si fuera necesario. En una ocasión, cuando Zapatero y su Gobierno mostraron síntomas de gran debilidad, también Rajoy se atrevió  a conminarle por el mismo camino. “Usted es el problema”, llegó a decirle,… y tronaron los aplausos procedentes de los bancos de la derecha.
¿Y ahora qué? Pues bien, es verdad que los tiempos son difíciles, que administrar la cosa pública no es nada sencillo, que gobernar con responsabilidad exige mucha discreción y bastantes dosis de humildad. Toda euforia es gratuita, pero ya lo era cuando el Rajoy triunfador de las últimas Elecciones Generales salió a saludar al balcón más elevado de la sede del PP en la calle Génova. Aquella desbordada alegría, acrecentada por lo abultado de la victoria, fue el prólogo del libro que está escribiendo el Presidente Rajoy en el Gobierno y en su propio partido, el PP, del que es Presidente. Después de casi dos años de legislatura ni un solo logro puede apuntar en su Haber, aunque en su Debe se agolpa una lista bien nutrida de fracasos. Este hecho, que todos los españoles podríamos soportar e incluso admitir dadas las dificultades en que la crisis nos tiene inmersos, se convierte en una potente acusación precisamente por la soberbia con la que tanto Rajoy como su equipo se han comportado.
Nunca se ha administrado en España una mayoría absoluta con la rotundidad con que Rajoy lo viene haciendo. La democracia constituye un buen sistema para que las grandes mayorías muestren su ilimitado poder con buenas maneras. En manos de Rajoy el Congreso de los Diputados se ha convertido en un palmero de cuanto el Gobierno ha ido aprobando a golpe de Decreto-Ley. De algún modo esta práctica innecesaria ha hurtado a la Cámara del que es, quizás, el más importante de sus métodos: el parlamento. Como si se avergonzara de sus propias decisiones, Rajoy ha decidido por sí mismo lo que podría haber decidido con el beneplácito de su mayoría parlamentaria y, con algún mínimo esfuerzo de comprensión y condescendencia, también podría haber compartido alguno de sus éxitos con las demás fuerzas políticas minoritarias. Ha utilizado esta estrategia porque la mayoría de sus decisiones no han obedecido ni a cuanto dijo en su campaña electoral ni a lo que estaba contenido en el Programa que enarboló ante los ciudadanos. Ha basado su defensa en un sistemático ataque al PSOE, recurriendo a la socorrida táctica de culparle tanto de la crisis como de sus consecuencias.
Rajoy partió con un slogan poco creativo pero eficaz: “Lo que España necesita”. Esta frase, repetida hasta la saciedad a personas atribuladas por la crisis y sus dos consecuencias más inmediatas, el alto desempleo y el riesgo de pobreza y de exclusión social, cumplió con creces, pero pasado el tiempo el paro ha crecido hasta los seis millones (de los que dos millones de personas pertenecen a hogares con todos los miembros en paro), el riesgo de pobreza está ya por encima del 22%, es decir, que las amenazas se muestran ahora con mayor severidad y todas las frases que pudieron incitar a la esperanza se han quedado en una mezcla de melancolía y desconsuelo. En plena Campaña Electoral Arenas dijo que “el Programa del PP es el que creó cinco millones de empleos y está claro como el agua”, refiriéndose al periodo del Gobierno de Aznar. Puede afirmarse que el aumento del paro hasta los seis millones de personas es el gran fracaso, no en vano fue Rajoy quien afirmó en uno de los mítines más concurridos que “el Empleo es el motor de la Economía, pilar del Bienestar y clave de la Igualdad”. Fracasadas las políticas de creación de empleo impulsadas por el PP, la Economía vive momentos de recesión peligrosos, las políticas de Bienestar están sufriendo los más bárbaros hachazos, y la desigualdad campa a sus anchas, habiéndose abierto una grieta abismal entre la minoría más acaudalada y los pobres, que cada vez son más.
Y mira que fueron altaneros y soberbios los del PP cada vez que se referían al Gobierno socialista… En su Programa rezaba, nunca mejor dicho, que era “un Programa contra la resignación, para garantizar la educación, la sanidad y el bienestar de todos sin excepción”, pero llegados al poder se han comportado como siempre lo ha hecho la derecha: adueñándose de él y poniéndole al servicio de sus intereses. Sin embargo, los españoles solo pueden soportar tantos incumplimientos y estrecheces a base de resignación y de ir agotando sus ahorros quienes aún los conservaban. Es cierto que los Programas Electorales son un gran listado de buenas intenciones, cuyo cumplimiento suele chocar con la realidad, pero la mayoría electoral absoluta, obtenida por medio de añagazas y promesas que sabían incumplibles, les debería obligar a cumplir lo prometido. “Queremos una España en que los ciudadanos sean protagonistas de su propio futuro”, dijeron, pero exhortan a los jóvenes (aunque suficientemente preparados) españoles a que busquen sus empleos y orienten sus vidas en Alemania u otros lugares de Europa, o si pueden quedarse aquí, ganando sueldos de miseria en puestos de trabajo inseguros, y les dejan indefensos ante los patronos más desalmados. “Tenemos que asegurar la protección social para que nadie quede excluido”, dijeron, pero amenazan sin piedad con la insostenibilidad de las pensiones para disculpar sus disminución, implantan un copago farmacéutico también a los mayores que son quienes más medicamentos consumen, paralizan el desarrollo de la Ley de Dependencia y reducen las prestaciones derivadas de la Ley de Violencia de Género, reducen las partidas destinadas a las becas de Educación y Universitarias, impidiendo que muchos jóvenes de familias humildes se beneficien del objetivo igualador de la Educación.
El artículo da para bastante más, pero quiero enfatizar solo cuatro aspectos importantes en los que las contradicciones en que incurre el Gobierno de Rajoy son insoportables. “Fortaleceremos la independencia del Tribunal Constitucional como órgano, y la de sus miembros, mejorando los procedimientos de selección”, dijeron, pero su soberbia al imponer al Juez Enrique López, en contra de la opinión de buena parte de sus miembros demuestra que hablaban de mentirijillas. “Potenciaremos los programas de ayuda al desarrollo”, para que los ciudadanos del Tercer Mundo se desarrollen en sus países de origen, pero las Ayudas al Desarrollo se han reducido a bastante menos de la mitad. “Queremos ser influyentes (en Europa); para ello seremos socios leales y consecuentes, y promoveremos la estabilidad económica e institucional”, pero han convertido a España y a los españoles en súbditos europeos, acatando todas las órdenes sin sopesar sus consecuencias, siguiendo odas las líneas que les han marcado y aceptando todos los rigores que nos han ido imponiendo por infundados que pudieran parecer. Y dijeron: “Queremos lograr una España que sea respetada y admirada, que hará de la transparencia y la responsabilidad sus señas de identidad”, pero los periódicos, españoles y extranjeros, no paran de criticar a España, a su Gobierno y al partido –PP- en que se sustenta, porque la corrupción se ha instalado de tal modo que nadie escapa a esa costumbre, vicio o miseria de cobrar sobresueldos obtenidos mediante cambalaches y donaciones procedentes de donaciones corruptas.
De modo que Rajoy, como máximo responsable del Gobierno y del PP, ha engañado a España y a los españoles. O fue un frívolo y un timador cuando hizo su Programa Electoral, que sabía que no podría cumplir, o es un incapaz que no puede llevar a buen término su programa, tan plagado de buenas intenciones. Fue un galanteador y ahora es ya una especie de chantajista que repite como un papagayo que lo que está haciendo es “lo que España necesita” (slogan electoral). Mientras tanto España padece una anemia preocupante, y los españoles se están desangrando. Por lo uno y por lo otro: ¡Váyase Señor Rajoy!

Fdo.  JOSU  MONTALBAN