miércoles, 22 de enero de 2014

LA  DIFICIL  ENCRUCIJADA  DE  LA  IZQUIERDA  VASCA
La importante influencia que ejerce el nacionalismo sobre la ciudadanía vasca impide que la izquierda pueda consolidarse en Euskadi formando las diferentes izquierdas un bloque capaz de destronar al conservadurismo nacionalista. El Gobierno Vasco que ha presidido el socialista Patxi López hasta hace un año aproximadamente, valiéndose del apoyo del PP, en ningún momento se comportó como un gobierno de izquierda, porque sus valedores más significativos eran el PP y un solitario parlamentario de UPyD, porque en el Parlamento no estaba representada la Izquierda Abertzale que podría acompañar al PSE en algunas medidas sociales avanzadas, y porque el PNV vivió la legislatura sumido en el rencor que le produjo la pérdida del Gobierno Vasco como consecuencia de un Pacto entre fuerzas políticas del ámbito nacional español. De este modo al Gobierno de Patxi López le quedaba asumir una estrategia tímidamente de izquierdas, que pusiera todo el interés en la solución del problema terrorista, en la consecución de la paz y en la consolidación de la convivencia, que estaban seriamente amenazadas en Euskadi.
La labor fue ardua y difícil. El éxito fue posible por la discreción que acompañó al Gobierno y al propio Lehendakari, por otra parte imprescindible para que el proceso del fin de ETA culminase con la debida decencia. El equipo de Gobierno incorporó a profesionales de cierto prestigio en algunas carteras importantes, algunos de ellos de marcada tendencia liberal, que se dedicaron a gestionar sus áreas pensando en clave de mera eficacia, sin enfatizar ninguna línea ideológica. Bien poco podían hacer maniatados por un Parlamento Vasco en el que, si fuera necesario, los conservadores del PNV y la derecha del PP frenarían cualquier muestra de progresismo.
Las Elecciones posteriores no fueron justas con Patxi López y el PSE. Diezmado ya por la deriva descendente que se había hecho notar en las Elecciones Generales y Municipales, el PSE volvió a caer, más si cabe porque en esta ocasión la llamada Izquierda Abertzale participó en las Elecciones Autonómicas formando parte de una coalición nacionalista-independentista cuyo programa electoral estaba lleno de propuestas  de corte soberanista, -derecho a decidir, referéndum de autodeterminación, etc-, que dejaban en segundo término sus propuestas sociales. Como quiera que su vinculación a una ETA que había anunciado el abandono del terrorismo, pero que no anunció su disolución, les convirtió en rehenes de la formación armada, las posibilidades de llegar a articular una izquierda vasca útil en el ámbito social se hicieron imperceptibles.
Más aún, IU (EB en Euskadi) fue rompiéndose como un terrón de azúcar en un vaso de agua. Primero salió huyendo una de sus porciones (ALTERNATIBA), dirigida por uno de los prebostes (Oscar Matute) que se integró en la coalición BILDU, junto a EA (del ex lehendakari Garaikoetxea) y a la IA. Y posteriormente se rompió en dos partes, como consecuencia de desavenencias internas, cuya endeblez dejó a ambas sin representación en las Instituciones vascas. ¿Qué futuro tendrán ambas formaciones? Es un misterio que dependerá de la evolución, ideológica y electoral, que siga el PSE. Sólo una integración, formal o por puro trasvase de votos, de los militantes y votantes de IU-EB en el PSE puede ayudar a que la izquierda vasca útil pueda rehacerse.
Lo que casi nadie ve como posible, de momento, es que la izquierda “nacional” (PSE) y la izquierda abertzale (SORTU) puedan llegar a un acuerdo potente que permita desarrollar en Euskadi ambiciosas políticas de izquierda. Incluso el asunto es más complicado, porque el nacionalismo del PNV flota sobre una ambigüedad perfectamente calculada como para que en sus aguas puedan sobrevivir y solazarse autonomistas tenues e independentistas acomodados, cristianos y agnósticos, herederos del viejo carlismo y acomodaticios que en la dictadura engordaron su libreta bancaria y ya han comprobado que el PP vasco tiene su techo demasiado limitado, humanistas poco dispuestos a sobresaltos y socialdemócratas que desean pasar desapercibidos. Es verdad que a algunos de ellos les sobresaltó el hecho de que el ex lehendakari Ibarretxe les embarcara en un Plan casi diabólico que hacía temblar los cimientos de la sociedad vasca, pero incluso aquello fue soportado porque, más allá, amenazaban los vascos irredentos e irreductibles, armados de metralla y de miseria. El lapsus que supuso el Gobierno de Patxi López  la derrota de ETA (que aconteció en dicho lapsus) sirvieron también en provecho del PNV, que solo tuvo que pagar el débil coste de orillar a su líder más carismático durante algún tiempo (Josu Jon Imaz) para enjuagar la llaga que supuso el abandono de Ibarretxe y sus vacaciones voluntarias en América.
Sí, en Euskadi hay gente de izquierdas, socialistas convencidos que creen en la igualdad y ansían una sociedad en la que los derechos no dependan del origen de cada cual, ni de la lengua que cada cual hable de modo preferente, ni de que su nombre se escriba en euskera o en castellano, pero se adscriben a una u otra tendencia o formación política siguiendo otros dictados. Olvidan su procedencia poco a poco, conforme sus hijos cambian las costumbres y aficiones, conforme se cruzan y entablan parentesco con nativos o gentes con las que no comparten su procedencia. Es normal que así sea. Lo que no resulta tan normal es que arraiguen de ese modo quienes debieran discernir fácilmente que todas las tierras son iguales y que todas las personas también debemos serlo, incluso quienes viven en lugares distantes unos de otros. Es esto lo que deja en condiciones de inferioridad a aquellas ideologías de la izquierda, puras, para las que sus posicionamientos sociales no dependen de su condición autonomista, nacionalista o independentista.
Porque cada vez que una fuerza de izquierdas se para a discutir en el bucle perverso del nacionalismo, rebaja sus exigencias y, sobre todo, se amedrenta ante las consignas absolutas con que el nacionalismo se apuntala a una sociedad tan pacata como la vasca. Cuando la Izquierda Abertzale se dispone a enardecer a sus bases no les habla de socialismo ni de igualdad, prefiere calentar sus ánimos esgrimiendo discriminaciones inventadas, subrayando comparaciones tramposas y pidiendo por todo ello soberanía y libertad,… pero ¿de qué libertad hablan? Como en el caso catalán, aunque con más tino y moderación, -Urkullu no es Más-, buscan siempre que pueden juntar sus votos con el nacionalismo del PNV para reivindicar esa independencia que siempre está coronando el horizonte como si se tratara el cortante filo de una espada de Damocles. En Euskadi, a las formaciones no nacionalistas les pesa la consideración de España en los términos que aún arrastra desde los tiempos del franquismo. Aunque los años de democracia han demostrado con creces que todo ha cambiado, el nacionalismo ha seguido cultivando la semilla del miedo en muchos de los vascos que se atreven a afirmar que “en España no nos tratan bien”.
Mientras tanto el Estatuto de Autonomía Vasco confiere a los vascos una libertad máxima después de que la Constitución Española escribiera una alusión a los Derechos Históricos de los vascos como si se tratara de una orla condecorativa de gran valor. Esta consideración fue posible por el empeño de los socialistas españoles y vascos, no precisamente por los nacionalistas, y mucho menos por los independentistas de la Izquierda Abertzale. Sin embargo, ahora mismo, la izquierda vasca sólo está compuesta por el PSE y esos pequeños grupos resultantes de la fractura de IU-EB. Demasiado poco. La Izquierda Abertzale podrá integrarse en ella, pero eso solo podrá ser después de que resuelva sus dudas respecto de la cuestión nacional vasca.
FDO.  JOSU  MONTALBAN