martes, 15 de diciembre de 2015

COMO ACÉMILAS EN LA NORIA (EL CORREO, 14 - 12 - 2015)


COMO ACÉMILAS EN LA NORIA

¿Por qué se da la condición, nada paradójica, de que los líderes políticos de las formaciones vascas utilizan enfoques y jergas tan disímiles cuando hablan del mal llamado “conflicto vasco”? ¿Será acaso que esta profusión de jergas obedece precisamente a la estrategia de añadir complejidad al ya de por sí enrevesado conflicto? No negaré que existe un problema o conflicto, pero resulta preocupante que los líderes políticos no lleguen a ponerse de acuerdo ni siquiera en sus dimensiones ni en sus características más elementales, es decir, en el diagnóstico del mal que nos ha venido aquejando: el terrorismo de ETA. Porque el virus ha sido la existencia de ETA, aunque luego los síntomas se hayan extendido por diferentes áreas del organismo vasco, de la sociedad vasca principalmente, si bien la invasión se extendió a todo el territorio del Estado español.
El virus bautizado como ETA pretendió contagiar a formaciones políticas, entonces clandestinas, durante la década de los sesenta. La dictadura franquista ponía un caldo de cultivo inmejorable porque las formaciones políticas estaban ávidas de venganza tras treinta años de opresión y falta de libertad. Sin embargo ni una solo, de las más importantes, optó por apadrinar al terrorismo etarra. No lo hicieron las fuerzas españolas de la izquierda social (comunistas y socialistas), ni lo hicieron los nacionalistas vascos, a pesar de que los fundadores de ETA provinieran de sus filas. El PNV renunció a apoyarles, más aún, expulsó de sus filas a los terroristas. Que mientras duró el franquismo la beligerancia de los demócratas ante ETA fuera escasa sólo obedeció al “miramiento” de los propios terroristas que elegían a sus víctimas en los aledaños de la misma Dictadura, y al rechazo que anidaba en las mentes de los ciudadanos hacia quienes ejercían el poder de forma inmisericorde, utilizando a las Fuerzas del Orden para oprimir y coartar libertades y convivencia, o aplicando la pena de muerte como método coercitivo y amenazante.
De modo que todo lo que ETA ha protagonizado a partir de los años ochenta, en que la Democracia se asentó en la sociedad vasca y española, ha sido terrorismo brutal y gratuito, sólo achacable al capricho abominable de quienes empuñaban las pistolas y aderezaban las bombas. Y sí, cabe tener en cuenta que mientras ETA mataba hubo quienes pretendieron contrarrestarla de malos modos, recurriendo a prácticas ilegales que, en todo caso, sólo aterrorizaron a los propios terroristas o a sus cómplices, lo cual no es justificante ni atenuante de nada.
Mientras ETA mataba y extorsionaba nos obsesionamos todos en reclamar que los líderes políticos y los gobernantes no debían sacar provecho de la violencia, ni los unos amedrentando ni los otros poniéndose como ejemplo de recta conducta ante el terror. El terrorismo, como la tuberculosis o el cáncer, era una lacra que atacaba igualmente a unos o a otros, no formalmente porque las víctimas siempre eran del mismo lado, pero sí como enfermedad o como práctica de conducta tan inhumana como abominable. Se pedía constantemente un comportamiento ético de repulsa y rechazo al terrorismo etarra, pero los líderes políticos no fueron capaces de uniformizar su lenguaje para que el terrorismo y ETA se sintieran realmente arrinconados. La sociedad vasca, y la española, necesitaron de un asesinato tan brutal como el de Miguel Ángel Blanco para empezar a gritar con una sola voz y un solo eslogan. Fue necesario demasiado tiempo, y sangre, y dolor, que siendo tan indiscriminados en su condición y procedencia, auspiciaron que el grito se convirtiera en unánime.
Cuando ETA anunció su cese hace cuatro años, todos (sobre todo los más directamente amenazados) respiramos. Pero ETA anunció su cese porque su derrota había sido muy clara: la sufriente y pacífica sociedad le había ganado la batalla que ETA había emprendido sin que hubiera ninguna “Bastilla” que conquistar. Ese anuncio de ETA debería haberse culminado con un proyecto de paz y convivencia normal, de comprensión sencilla, que no se basara en un relato tan engañoso e interesado como el que ahora utilizan algunos líderes políticos. Hay terroristas y hay víctimas. ¿Hay algo más? Para los primeros, de momento, sólo cabe la aplicación de la Ley, porque han matado a personas, han extorsionado y han perjudicado sin piedad. Y hay víctimas, de diferente grado y condición, a los que se ha de tratar cuidadosamente, procurando que se sientan resarcidos de sus perjuicios.
Lo perverso es que los terroristas no se arrepientan realmente de sus fechorías, con la cerviz debidamente humillada. Lo brutal es que sus cómplices se quieran justificar con disculpas tan poco consistentes como las de la existencia de un conflicto que responde a una discusión propia de enajenados mentales. Lo ruin es que los protagonistas del terror estén jugando a aparecer y desaparecer en los actos y memoriales que se celebran como si fueran funambulistas. Lo miserable es que quienes fueron cómplices incondicionales del terror renieguen de buscar la concordia con los cercanos, y llamen a “expertos” internacionales, despreciando la opinión de quienes fuimos el blanco de las balas. Lo imperdonable es que no lleguemos a comprender que ETA no consumó ni un solo acto encomiable. Lo incomprensible es que sigamos dando vueltas a la noria, como acémilas adiestradas, buscándole razones a un acontecimiento tan irracional y bárbaro como el terrorismo de ETA y sus secuelas.


FDO.  JOSU  MONTALBAN