jueves, 14 de julio de 2016

MIGUEL ÁNGEL BLANCO (El Correo, 14 - 07 - 2016)



MIGUEL  ANGEL  BLANCO

(Asesinado por ETA el 13 de Julio de 1997)

En Euskadi, y en toda España, quienes vivimos aquella atrocidad no podemos olvidarla. Era el mes de Julio del año 1997, hace diecinueve años. ETA mataba sin descanso, y aquel concejal de solo 29 años estaba en su punto de mira. Volvía hacia su casa, en transporte público a pesar de pertenecer a un partido de derechas, y fue abordado por una mujer. No sé cuál era entonces el porte y prestancia de aquella mujer, pero bien cabe pensar que Miguel Angel pudiera haberse sentido atractivo al ver cómo se acercaba a él, sin embargo, fue reducido por ella y conducido a algún escondrijo, a alguna covacha de ratas o de comadrejas. Aún no sabemos dónde pasó sus últimas horas de vida aquel muchacho que los asesinos de ETA le robaron a la Vida, a la Humanidad que merece ser respetada. Ellos, los asesinos, formaban parte de la otra Humanidad, la inhóspita, la indigna y miserable.

Es preciso recordar a Miguel Angel Blanco en esta fecha porque su asesinato no fue un pasaje cualquiera. El ultimátum, además de ser un desafío al Estado, constituyó toda una condena a muerte dictaminada por las mentes negras de aquellos tres asesinos, porque tenía adjudicada una hora para su ejecución en solo 24 horas, y porque la reivindicación, -el acercamiento de los presos etarras en solo 24 horas-, no era admisible, y menos en respuesta a un oprobio de tal envergadura. Desde entonces hasta hoy han cambiado bastantes cosas, ahora no acudimos a funerales por los asesinados ni se producen atentados, pero aún ponemos demasiados impedimentos para llamar a las cosas por su nombre, para culminar un diagnóstico certero que subraye la evidencia de lo que ocurrió: que un puñado de asesinos vascos se dedicaron durante demasiado tiempo a matar a sus semejantes reclamando una quimera en nombre de una patria que, por ser tal, en modo alguno podría adoptarlos como hijos. Recuerdo cómo pasé aquel terrible día. En la madrugada del sábado escuché a un encapuchado cobarde leyendo el ultimátum. Su voz surgía de las tinieblas que ocultaba su capucha arrugada, en la que dos ojos vidriosos se asomaban a dos orificios ovalados. No recuerdo si llevaba boina. No quiero recordarlo porque yo estaba acostumbrado a ver la boina noble que siempre llevaba mi padre. El texto que leyó fue escueto, como corresponde a la razón de los asesinos: sin adornos ni explicaciones, solo brutal… Porque los asesinos no reflexionan, solo hablan desde el estruendo y las detonaciones, desde el vientre enlodazado de la muerte.

Por la mañana del sábado ya estaba yo en Bilbao. Pidiendo libertad para Miguel Angel, como lo hacían miles y miles de vascos, desprovistos de pegatinas. Allí estábamos los decentes. Quienes detestaban aquella movilización eran los indecentes, que no eran pocos en aquel tiempo, los que en mayor o menor medida acompañaron a Txapote, o a Nora, o a Mújica, a apretar el gatillo de la pistola. Recuerdo que apenas comí, y que me senté ante la televisión a la espera de información. Cuando la noticia saltó fue como si un puñado de ortigas brotara en mis oídos. “Le han matado”, me dije. “¡Estos hijos de puta le han matado!”, repetí. Y en aquel momento yo, que era concejal de mi pueblo y diputado foral, empecé a sentir muchísima rabia y un poquito de miedo. Rabia, porque yo no podría sentirme nunca más una persona, ni me sentiría vasco, si aquellos asesinos eran tenidos o tratados como tal. Y miedo, porque yo era como Miguel Angel, un ciudadano normal y corriente, y socialista, o sea de la misma condición que las víctimas de aquellos matones.

Así de sencillo es el recuerdo que yo tengo de los asesinatos etarras. Es cierto que el de Miguel Angel marcó un antes y un después en la lucha contra ETA, porque la atrocidad colmó cualquier paciencia y porque, como me ocurrió a mí, los párpados de muchos estallaron en lágrimas incontenibles, las voces se convirtieron en sollozos de dolor, las palabras fueron gritos de protesta y desconsuelo, y ya no cabía ninguna compasión con aquellos embajadores de la muerte que mataban por placer. Ahora que ETA ya no mata me atrevo a segurar que, aunque todos los asesinados por ETA tuvieron la misma importancia, la muerte de Miguel Angel sacó a la calle a muchos nacionalistas y abertzales que nunca habían salido. El asesinato de Miguel Angel fue el principio del fin y la señal de una constatación: ETA no surgió como consecuencia de nada, como quedó demostrado cuando no abandonó la lucha armada al llegar la Democracia.

La violencia de todo tipo, en el País Vasco como en el resto de España, sólo obedece a la existencia de ETA, cuya única característica es ser un grupo generador de terror. Los constantes esfuerzos que los demócratas vascos venimos haciendo por revisar la Historia son el tributo gracioso que estamos pagando a quienes nos amargaron la existencia a tantos y luego, en un alarde de cinismo y de miseria, nos han premiado enterrando (que no entregando) sus pistolas. Yo he visitado varias veces la Plaza de la Memoria que ha instalado el Instituto de la Memoria en diferentes lugares de nuestras ciudades y pueblos. Los testimonios merecen valoración y respeto, incluso los aportados por los familiares de algunos asesinos, pero la iniquidad fue hecha por los asesinos etarras. Ahora que hay quien reclama el acercamiento de los presos como factor de pacificación, conviene recordar que, avenirse a ello sin que ETA previamente se disuelva es cumplir el ultimátum que se llevó por delante a aquel muchacho de 29 años llamado Miguel Angel Blanco.


FDO.  JOSU  MONTALBAN