jueves, 10 de noviembre de 2016

ESTE MUNDO TAN INHÓSPITO ( DEIA, 03 - 11 - 2016)




ESTE MUNDO TAN INHÓSPITO…

Hace menos de un mes el Fondo Monetario Internacional (FMI), con la apuesta Christine Lagarde a la cabeza, se reunió en Washington para sacar una conclusión que solo merece el calificativo de “obvia”. Sus palabras no han sonado en esta ocasión con quienes increpaban desde la calle porque apenas quedan pobres que protesten por ningún lado. Los pobres ahora son bastantes más, pero quienes mantienen la reivindicación de la igualdad aún latente son menos: hay más pobres y son más pobres. Pero, a pesar de todo, los pobres dan miedo. Faltos de lo imprescindible los pobres son capaces de emprenderla a mamporros contra los ricos ya que no tienen casi nada que perder.

Lagarde, esa mujer “juiciosa” de pelo plateado, que acumula discreción y sabiduría además de prudencia, se dirigió a los banqueros y economistas de derechas del FMI en estos términos: “El crecimiento (económico) solo ha beneficiado a unos pocos. La globalización debe ser diferente, no puede ser ese impulso por el comercio como hemos visto históricamente, debe tenerse en cuenta la inclusión, la determinación de que funcione para todos, debe prestarse atención a aquellos en riesgo de quedarse atrás”. Imagino los rostros de asombro de los presentes en la reunión. Más aún cuando reclamó a EEUU que “suba el salario mínimo”. “Esta mujer ha bebido”, pensarían algunos, pero no, solo ha escuchado las voces de alarma que alertan de un desbarajuste social de dimensiones extraordinarias que puede desatar violencias muy difíciles de aplacar.

Los economistas, sobre todo los más conservadores que siempre han supeditado la Política a la Economía, sienten que algo rechina y que el desarrollo no alcanza por igual a todos, en todo caso a cada cual en proporción a su posición predominante o no. Stiglitz afirmó hace poco tiempo que “existía la creencia –muy estúpida desde el punto de vista económico- de que si los gobiernos mantenías sus cuentas públicas saneadas, los mercados funcionarían y habría pleno empleo y todo el mundo se beneficiaría. Los ideólogos olvidaron la distribución”. No genera dudas, ni sorpresas, esta afirmación de Stiglitz porque él, por encima de su condición de economista, exhibe su condición de ideólogo progresista. Pero llama la atención que otro economista, Jacob Kirkegaard, del Instituto Peterson de Washington, alertara sobre los errores cometidos cuando “se pasaba de puntillas por los efectos adversos de la globalización”, lo que ha provocado un auge de los populismos a los que el FMI teme ahora. “Este es el debate al que el FMI llega demasiado tarde…Hemos fracasado en prestar atención a esos problemas hasta llegar al punto en el que estamos cuando, obviamente, con fenómenos como Trump y otros, no se pueden ignorar”, terminó Kirkegaard. Culminó su aportación afirmando que si el crecimiento económico va al 2% de la población, y el 98% pierde, el crecimiento genera un problema político”.

Bien, ¿cómo es posible que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de ello los sabios del FMI, o los economistas del Banco Mundial, de la Casa Blanca, de la Reserva Federal, o de tantos Organismos como hay, cuya función dice ser convertir la Economía en un instrumento útil para la Humanidad? Permitidme, lectores, trasladar mi preocupación a otro ámbito igualmente espinoso, que tiene que ver con la economía, con la riqueza y la pobreza que generan una trashumancia desordenada de personas entre las regiones pobres y las ricas. En el fondo, quienes trashuman solo desean vivir, es decir, que van a otro lugar huyendo del caos, las miserias y las guerras, con ánimo de suavizar los rigores de sus vidas para hacerlas un poco más dignas y soportables.

Me refiero a las últimas decisiones tomadas en Europa dirigidas a impedir las migraciones, ya sea mediante la impermeabilización de las fronteras exteriores, o dificultando con todos los medios a su alcance la llegada de los inmigrantes de origen africano a través del Mediterráneo. Varias noticias han coincidido en los últimos días que tienen que ver con ello. Europa, tierra de promisión y acogida hasta ahora, se va convirtiendo en un territorio inhóspito que cierra los brazos ante la llegada de quienes se muestran tan dispuestos y arriesgados a perder sus vidas en el intento. Europa parece dispuesta a blindarse en exceso, incluso ignorando aquel Tratado de Schengen, en vigor desde 1995, que suprimía las fronteras interiores y favorecía la libre circulación de europeos de todos sus países en el interior. Los ataques y atentados yihadistas, principalmente en Francia y Bélgica, pusieron en marcha controles importantes en todas las fronteras que dejaron Schengen en agua de borrajas.

No solo eso, los acuerdos en torno a la acogida de refugiados que huían de las diversas guerras y conflictos del norte de África se ha quedado en muy poco, porque los países de acogida no han cumplido ni sus promesas ni sus compromisos. Sin embargo la Comisión Europea sí ha puesto en marcha la nueva agencia de control migratorio que instala una Policía de Fronteras cuyo objetivo es blindar el espacio Schengen enviando hasta 1.500 agentes a los países que se encuentren en apuros. El descaro de la medida es tan importante que ha empezado por blindar la frontera entre Bulgaria y Turquía a pesar de que en Turquía, que no pertenece a la UE, se toman iniciativas esenciales para frenar la llegada de refugiados a Europa.

Para que no quepan dudas de que el Tratado de Schengen está moribundo antes casi de iniciar su andadura, los gobiernos europeos están tomando medidas legislativas para frenar las migraciones interiores. Alemania ha decidido frenar la llegada de emigrantes europeos humildes y sencillos modificando la ley que regula sus ayudas sociales: si antes eran necesarios cinco meses de residencia en el país para acceder a las ayudas sociales, a partir de ahora deberán haber residido en territorio alemán al menos cinco años. En este blindaje de las fronteras “legislativas” están de acuerdo los liberales de la derecha y también los socialdemócratas. Todos. La llegada de refugiados, de pobres, de perseguidos por regímenes antidemocráticos, en una palabra, de los parias de la Tierra, está siendo respondida por los sobrados poderosos desde la más cruel insolidaridad e inhumanidad. Lo peor es que los desalmados amos del Mundo han contagiado a los más humildes de los lugares de acogida para que sean ellos los que miren mal a los que llegan y les expulsen, para que sea su “inhospitalidad” la que justifique la miseria moral de los más ricos y potentados. Ciertamente el Mundo es un lugar tan infinito como inhóspito.

Como diría el poeta español Félix Grande, “lugar siniestro este Mundo, Caballeros”.

Fdo.  JOSU MONTALBAN