¡BASTA YA!
No se me ocurre otra frase. Las gentes salen
a la calle. Gritan airadas. Estrujan sus neuronas para encontrar un dicho
sugerente, un slogan que llame la atención. Los más armónicos inventan
canciones y los poetas componen poesías que se entonan o recitan en las plazas
públicas. Como no es tiempo de armas se arman de osadía, se disfrazan de lo que
sea menester para que la gente les mire
y, de paso, lea el cartel que llevan en las manos. Elaborarlo les ha llevado un
tiempo, pero tiempo es lo que les sobra. Les falta trabajo y les falta ocio,
porque el trabajo escasea y el ocio es costoso, por eso les sobra hastío y les
empieza a sobrar rabia y enfado. Tanto les sobra que eso de gritar en las
calles se les hace imprescindible para liberar sus tensiones internas y para
agotar una de las escasas medidas revolucionarias que aún quedan a los
humildes: la reivindicación. Las calles están furiosas. Cierto que están llenas
de gente, pero de gentes que no van a ningún sitio concreto, que gritan sin
descanso y dicen sus miedos, sus desdichas y sus deseos, pero que una vez
acabada la manifestación, cuando retornan a sus casas, encuentran la misma
imagen en su televisor: por un lado la imagen de la creciente desolación y por
el otro la imagen del Gobierno más descarado e insaciable.
Se sientan, cansados, ante esa televisión
que, de tanto mostrar rostros hieráticos e impasibles, comienza a ser un motivo
de discordia en las casas, ahora que las chirigotas y los chascarrillos de los
programas de telebasura son más soportables, y menos agresivos, que los informativos, los reportajes y los
documentales de actualidad. Han Llegado de reclamar la dignidad que el Gobierno
les está robando con la disculpa de que la auténtica dignidad les llegará a
raudales, pero “mañana”. Han llegado de vocear palabras bellas, de esas que
siempre vemos escritas en la lejanía del horizonte. Pero ese horizonte que
siempre está a la vista, que nos seduce mostrándose a nuestro alcance, siempre
está en el último confín al que tan difícilmente se llega. En cambio, el
televisor siempre está presente y cercano y, de pronto, el recién llegado a su
casa se ve en una imagen tomada a la multitud que se ha manifestado, y reclama
la atención de sus familiares para que le vean con el puño en alto y portando
en la otra mano un cartel en que intenta denunciar con dos palabras las razones
que le atemorizan.
Porfían por el éxito de la manifestación, que
siempre está basado en el número de los manifestantes. Nunca son suficientes
para enternecer a este endiablado Gobierno del PP, porque no cuentan a todos,
porque unos son los que acuden a esas llamadas con vocación y pretensión de
multitudinarias, pero son muchos más los que protestan en las reuniones de
vecinos, en las reuniones de trabajadores de las empresas o de los tajos, en
los centros sociales, en los corrillos que se forman en las aldeas al
atardecer, en las plazas de los pueblos, en los parques de las grandes
ciudades, en las aceras de la avenidas, en las barras de los bares, en los
pasillos de los supermercados, en las salas de espera de los servicios públicos,
en la intimidad de las alcobas, en… Nunca son suficientes para este Gobierno
tan insensible ante los humildes como servil ante los poderosos.
Si fueran humanos serían algo más discretos
en sus interpretaciones de la realidad, sobre todo en el modo de expresarlas,
pero les sobra la altanería y la soberbia de quienes se creen infalibles, de
quienes se sienten signados por el dios de la abundancia. No les basta lo
suficiente. Quieren competir para acaparar, pues bien saben que en esa
competición brutal que es la vida unos van sobre bólidos sofisticados y otros
sobre la débil suela de sus zapatos, cuando no van descalzos. Por eso nunca les
parecen suficientes los que acuden a las manifestaciones. Debieran sumar
también como manifestantes a los niños a los que esquilman su formación y su
educación; a los mayores a los que les amenazan con disminuir sus prestaciones
sanitarias, o les recortan las pensiones a través de amañadas medidas, o les
cobran los medicamentos que toman para sobrevivir; a los enfermos crónicos que
temen que su precariedad se acreciente; a los parados que ven pasar el tiempo y
desean que el futuro no llegue nunca porque se les puede hacer demasiado largo
en sus condiciones; a los excluidos a los que casi nadie quiere incluir; a los
inmigrantes que cuidan a los hijos y a los padres de los poderosos por una
limosna escasa, pues tal es la costumbre de los poderosos.
“¿Había mucha gente?”, le preguntan sus hijos
al recién llegado mientras sigue informando el televisor. Y él, que ha llegado
exhausto y ronco pero entusiasmado, les responde: “Muchísimos,… estábamos
todos”. Así lo cree, porque iba rodeado por todos los lados, y por todos los
lados escuchaba voces y consignas que él repetía. “Estábamos todos”, les repite
alborozado. Pero en el televisor aparece el rostro circunspecto de Rajoy, el
semblante inhóspito de De Guindos, el irrespetuoso rictus de Montoso, la fisonomía despreciativa como de oveja que
mira al tren de Ana Mato, el ultrasatisfecho gesto de Fátima Báñez, el rasgo de
tahúr al acecho de Gallardón, el rostro de lobo con piel de cordero de Pert, la
cara de vicepresidenta repipi de Soraya Sáenz, … Y todos entonan a coro que el
mal viene de tiempos pasados y que, para mejorar la situación, todo debe aún ir
a peor para poder remontar el vuelo. Así dicen y piensan ellos que ya están en
las alturas y, desde ellas, miran a la tierra en la que tienen sus posesiones
para que los más humildes las hagan prósperas. Por si fuera poco , el jefe del
tinglado muestra su inflexibilidad: “Cada viernes se hará público un nuevo
ajuste” (Rajoy dixit).
Así que cuando los hijos interpelan de nuevo
al recién llegado a su casa, a él solo le queda responder: “Son unos
desalmados. A mí no me va a parar ni dios”. Y se levanta, y sale del salón, y
vuelve en unos segundos con la pancarta que ha llevado en la manifestación, y
la coloca sobre el televisor. En la pantalla, Rajoy continúa con sus amenazas
”tan imprescindibles” mientras la pancarta clama a gritos: “¡Basta ya!”.
Fdo.
JOSU MONTALBAN