lunes, 7 de mayo de 2012


VIAJE A LA COMUNIDAD DE LOS “HOLGAZANES”

Recuerdo mi primer viaje a Andalucía, bueno, el segundo porque el primero fue para cumplir con la patria, al campamento de Campo Soto en San Fernando, donde permanecí quince días, los suficientes para demostrar que tengo los pies planos y que, como todos ustedes saben, constituyen un hándicap fundamental para la preparación para la guerra, pues no de otra manera se puede interpretar aquello que todos llamábamos “mili” menos las autoridades de entonces que lo llamaban “servicio militar”. De modo que volví hacia el norte casi sin haber paseado ni una sola de las calles de San Fernando, sin haber olfateado el azahar de sus jardines ni haber admirado las flores rojas de las adelfas, porque mi urgencia era huir de aquel traqueteo de órdenes y desfiles, del oscuro trajinar de los uniformes de lona y las armas untadas con grasa consistente. Fui, ví y vencí: mi victoria fue enseñar los pies sin engañar a nadie pero, sin darme cuenta, estaba también haciendo un importante favor a la patria porque, ¿qué podía aportar a la defensa nacional un poeta adiestrado en un campamento militar?

Pero volví sobre aquellos pasos. Bastante tiempo después. Mi hermano Javier dirigía en Palma del Río la sucursal de un Banco vasco, así que cuando llegué, al mediodía, allí estaba esperándonos, en la Plaza más céntrica, justamente frente al Ayuntamiento. Y es a partir de aquel reencuentro con Andalucía, y de todos los que han tenido lugar después de aquel, que he sacado todas mis consecuencias, las que me han movido  a amar a ese pueblo andaluz y a considerarle un ejemplo digno de reseñar. Máxime ahora que la derecha española (mediática, económica y política) la han emprendido a mamporros dialécticos con los andaluces porque no les han votado en número suficiente para recuperar aquel poder absurdo e inhumano, hecho de caciques fascistas y señoritos acaballados. Resulta que el 25 de Marzo los andaluces han dicho que, a pesar de los treinta años de socialismo democrático, en que algunos socialistas se han contagiado de caciquismo y han robado, no es aquella derecha ni sus herederos la alternativa: que lo sigue siendo la izquierda, otra vez el socialismo, pero avisado y diezmado como pago o castigo ante lo que han sido prácticas de gobierno poco recomendables.

La reacción ha sido terrible. Las voces surgidas de la caverna mediática de la derecha no han podido ser más desatinadas. Las explicaciones aportadas por la derecha política no han podido ser más despreciativas. Y las surgidas de la derecha económica tampoco han sido nada constructivas. Los intelectuales han abandonado su intelectualidad para sugerir comportamientos miserables ante todos los millones de andaluces que han respondido a los caramelos envenenados de la derecha con un giro de desaprobación. La pregunta más atinada ahora mismo es: ¿quién volverá a votar a esta derecha en Andalucía, salvo que la debacle llegue a obnubilar las conciencias y las voluntades de los andaluces?

La derecha inmisericorde se ha expresado con el más absoluto desprecio. Una ministra se cuestionó, cuando aún no lo era, que “todos” los andaluces tuvieran suficiente criterio  como para votar y elegir debidamente. El derechoso Durán i Lleida  llegó a decir que “los trabajadores del campo andaluz se pasan el día en el bar con el dinero de los catalanes”. Para el presidente de la empresa Sacyr, una de las importantes empresas que representan cabalmente al poder económico, “se está fomentando la vagancia en Andalucía,…, hay que revisar el PER y poner a los andaluces a hacer labores de arreglo de los bosques, o sea, incentivos para salir del paro,…, si extremamos el camino actual vamos hacia las reservas indias donde solo habrá apaches con tabaco y alcohol”. Para la política catalana Montserrat Nebrera la exministra andaluza Magdalena Álvarez “tiene un acento (andaluz) que parece un chiste”. Ana Mato se permitió decir que “los niños andaluces son prácticamente analfabetos”. Y el Presidente catalán Mas sostuvo que los niños andaluces, aunque hablan castellano, “no se les entiende”. Peor aún, la falta de consideración ha llegado a tal punto que Vidal-Quadras se atrevió a considerar al padre de la patria andaluza, Blas Infante, como “un personaje grotesco y un cretino integral”. La última joya la ha vertido recientemente Cayetano de Alba en un programa televisivo: “En Andalucía hay pocas ganas de trabajar; los jóvenes andaluces no tienen ganas de progresar”. De poco sirve que tras las ofensas todos recurrieran al perdón. ¡Miserables!

Yo los vi. Cruzaba Despeñaperros a bordo de un coche modelo 127, sin aire acondicionado por tanto, a finales de la década de los setenta. Las ventanillas bien abiertas para que el insoportable aire se moviera y refrescara nuestros rostros. Nos decíamos: “si volvemos otro año habrá que viajar de madrugada o al atardecer”. Pero a través de la ventana empezamos a ver a los jornaleros, doblados sus espinazos, acarreando remolachas, cargándolas en los remolques ansiosos de atiborrarse. Y veíamos aquellos rostros ajados y morenos, atezados por el implacable sol del mediodía, y suplicándose, como si preguntaran en qué libro del destino estaban escritas sus encomiendas, sus ansiedades y sus deseos.

En Palma del Río, donde tenía mi campamento base, me gustaba madrugar y acudir a la Plaza del Ayuntamiento para ver llegar a los jornaleros para comprobar en las listas allí expuestas si habían sido requeridos o contratados para aquel día. Deseosos de tomar el camino del campo para que la tarde, o el último día de la semana, les deparara algo de dinero para procurarse unas vidas más dignas. ¿Qué pasaba si no eran contratados? ¿Habrían acaso de esconderse, de ocultarse para que nadie les tachara de vagos y holgazanes? No. Se sentaban ante las casas porque sus huertos, cuando los tenían, eran tan escasos que apenas les requerían, y la umbría de sus casas hundía sus pensamientos y presentimientos en un pesimismo brutal. Vivían como podían mientras los potentados les explotaban. Les explotaban también con su presencia física, justamente hasta el mediodía, la hora en que debían acudir al centro del pueblo a tomar sus aperitivos. Entonces ya se hacía alguna huelga, o se ocupaban algunas fincas, lo que motivaba reacciones curiosas. Recuerdo a un tabernero facha que deseaba que volviera Franco, y lo representaba haciendo reverencias ante una figura de escayola que era el mismísimo Caudillo. Y recuerdo a un empresario del campo que decía que los jornaleros y sus sindicalistas deberían ser enterrados con la cabeza hacia abajo para que, si intentaban salir de la tierra valiéndose de sus manos, se metieran más abajo. ¡Así lo proclamaba a voz en grito! Cuando he escuchado las palabras de Cayetano de Alba he recordado al peón de una ganadería que fue solicitado por su dueño para que nos mostrara una inscripción que llevaba tatuada en sus encías uno de sus caballos más queridos: era el nombre de su hija Laya y una fecha que ya no recuerdo. El caballo forcejeó y le hirió en una mano. El dueño le ordenó al tiempo que le daba la espalda: ¡Mete la mano en agua!

Así son, así eran, y de allí provienen los “vagos y holgazanes” de Andalucía. Tan despreocupados que no han sido capaces de votar a Arenas, cuya figura tan bien representa al señorito andaluz, tez morena y brillante, eses silbantes que se descuelgan acompasadamente al hablar, y ceceo o seseo según para qué lado de Andalucía derive. Todo ha resultado censurable tras estas Elecciones para la derecha, derrotada por su propia intransigencia y ajusticiada por quienes distinguen entre unos y otros, entre quienes tienen nostalgia del señoritismo a caballo y quienes han luchado porque la Democracia fuera, no ya un Rey Mago, sino un Juez equitativo.

No ha de servir para casi nada que yo proponga un homenaje a los andaluces en este tiempo de tribulación y dificultad que ellos sufren en mayor medida que el resto de los españoles, pero Andalucía bien merece que sean recordadas tantas injusticias de caton, tantas miserias perpetradas en nombre de la patria que con tan escaso ahínco protegió a sus hijos, tantas cunetas con las almas y los cuerpos de los ajusticiados del franquismo esperando salir a la luz. Sirva ese 25 de Marzo como Homenaje a quienes han sabido, y se han atrevido a reaccionar ante la injusticia de las prácticas horrendas de algunos socialistas que no merecieron nunca tal nombre, y ante la inveterada condición de una derecha caciquil y señoritinga, engominada y acaballada, que no merece mejor suerte que la que ha tenido.

¡ANDALUCÍA!

Te conozco Andalucía.
Andalucía son sus gentes, sus tierras fértiles, sus ásperas cordilleras, sus costas benignas, sus desiertos inhóspitos, sus castillos vigilantes, sus ciudades ajardinadas, sus catedrales implorantes… Andalucía es un vaho que impregna e incita al sosiego, a la hermandad y a cierto recogimiento interior que se desborda en un canto profundo y aguerrido, en un poema contagiado de solemnes metáforas que surgen de sus vidas y de sus costumbres… El rigor se disfraza para que la tristeza no se desborde ni se contagie.

Dice un tal Lolo en una de esas redes sociales, dirigiéndose a un destinatario desconocido: “¿Tanto les duele que en el sur al mal tiempo le pongamos buena cara?”. Así parece,… y parece que esa holganza criticada se tradujo en importantes hallazgos y descubrimientos. La salada claridad de Cádiz, el agua oculta que llora en Granada, el silencio para encontrarse con uno mismo en Córdoba, los cantaores entregados en Málaga, el color dorado que el sol reparte en Almería, la plata que las hojas del olivo distribuyen por Jaén, la inmensidad que se abre al océano en Huelva, y la incalificable Sevilla. Así lo expresó Machado, don Antonio. Así la he disfrutado yo.

En esa sublimación han cabido todas las interpretaciones. Grandes maestros del Cante Hondo, tal como fueron descritos a través de su canto: “Andalucía canta y en su cantar suspira,/ Andalucía canta y en su cantar implora,/ Andalucía canta y cuando canta llora”. No es malo llorar, pues el lloro hace derramarse la tristeza y el sentimiento. Pero el canto es denuncia y es recuerdo y es alma. A veces los poetas pusieron las letras para que otros, los cataores, les pusieran la entonación, la dulzura o amargura que sus pechos apasionados les dictaron. José Hernández, que no era andaluz, escribió su glosa a los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, la más agria denuncia de la injusticia que les sojuzgaba: “¿quién levantó los olivos?”. Y se respondió: “No los levantó la nada, ni el dinero ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor”. Pero la denuncia continúa en el excelente poema: “Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor. No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza”.

Andalucía tiene un alma que ha aflorado en muchas conciencias silenciosas, en las manos que han rasgado las cuerdas de las guitarras, en las gargantas que han convertido las voces en lamentos. La rebeldía ha respondido como un grito ante los agravios: “Ay de tu rebeldía;/ si sometes tu honor al engaño,/ de los trepas, sin escrúpulos,/ y si te dejas manejar por malos apaños”, cantaba Manuel Gerena. Y ponía sentimiento a la tristeza del pueblo desangrado que veía marchar a sus hijos buscando la vida que su misma tierra les negaba: “Los campos se quedan solos, tristes los pueblos, los niños y los ancianos solos en ellos”. Ciertamente, una literatura sencilla para afrontar la pena, o para relatar la imagen de la miseria como si fuera un grito de libertad, de mañana, de futuro: “Duerme mi niño,/ que pronto vendrá,/ con el canto de tu padre/ la libertad”. Manuel Gerena ha sido la voz ronca del pueblo zaherido, quizás denuncia o quizás renuncia, como resolvió Vazquez Montalbán en el epílogo de una de las obras del cantor: “A este chico le dejan cantar poco porque a la clase obrera le dejan expresarse poco”.

Manuel Gerena escribió “a contracorriente por la dignidad” (título de uno de sus libros), en los espacios intermedios entre las múltiples condenas que sufrió. Igual que Carlos Cano escribió “a duras penas” (título de uno de sus discos) su colección de coplas que eran vivencias de la realidad. Carlos Cano creyó en Andalucía con pasión (“Amo mi tierra, lucho por ella, mi esperanza es su bandera verde, blanca, verde”), cantó con ese deje que el sentimiento convierte en la voz de la conciencia porque estaba convencido de que “la aventura de vivir y la utopía anidaban en las prisiones de la soledad”. La Democracia puso la utopía al alcance de los andaluces después de que “se hubieran acostumbrado a vivir con la mentira, la manipulación y la hipocresía, a justificarse con ellas en nombre de la supervivencia”.

¡Ay, si hubieran encarnado antes su realidad doliente los andaluces! Ellos, los andaluces, fueron alma y crespón anclados en la bandera del franquismo que solo les sirvió de mortaja. Para sus alcobas, para la intimidad de sus patios quedaban las voces del flamenco, profundas y dulces, tan válidas para reflejar la pena y el dolor como para engrandecer las pasiones y acrecentar las ansias del amor. Sí, allí sentó también sus bases la Iglesia más fastuosa que convierte las calles de la Semana Santa en un gemido que se rompe en alabanzas al Cristo crucificado, para pedirle después que remedie las miserias. Tal es la cara que se muestra en ese semblante alegre que produce envidia en quienes no pueden soportar que al mal tiempo le combatan los andaluces con buena cara.

Por eso, solo por eso, los resultados del 25 de Marzo constituyen un bello homenaje a su profunda sabiduría.

FDO.  JOSU MONTALBAN