domingo, 27 de mayo de 2012


 EL ESPEJO


Una vez obtenido cuanto precisamos para garantizar nuestra supervivencia, lo más necesario es disponer de un espejo. En cualquiera de sus muchas formas y modelos, pero un espejo, porque a través de él podemos tener una idea clara de nuestro aspecto, de nuestro semblante e, incluso, de nuestras intenciones.

Nuestras vidas están llenas de encuentros en los que compartimos requiebros y adulaciones, frases dulces y aquiescencias dulzonas surgidas de manuales del “saber estar”, mucho más que de los impulsos del “saber ser”. Por eso resulta tan importante que seamos capaces de autointerpretarnos, de mirarnos al espejo, clavando nuestros ojos en nuestros ojos, para espetarnos y obligarnos a desterrar las intenciones perversas que, casi siempre llevamos latentes en el fondo de nuestras miradas.

¿Creen acaso que los asesinos seguirían matando si se miraran a los ojos instantes antes del momento fatal? . ¿Es posible, acaso, resistir una mirada de odio sin tornarla en bondadosa, cuando tal posibilidad está en nuestras manos?. A través del espejo no sólo verá el asesino el odio que le empuja a la vileza, sino también la bondad que le puede llevar a la vida y a la templanza de ánimo..

¿Creen acaso que los violadores podrían resistirse a sí mismos, si vieran dibujado sobre el bruñido brillo del espejo el rostro de su propia miseria humana?. ¿No verían incluso el rostro azorado de sus víctimas preguntándoles “porque”?.

Porque lo cierto es que la maldad rehúye los espejos y desea la soledad para favorecer el anonimato. Lo certero es que la perversión se oculta de todo y de todos, y a quien más teme es a sí misma. Lo verdadero es que sólo la bondad busca las multitudes para mostrarse y conseguir el beneplácito de cuantos más, sólo la bondad acepta de buen grado el efecto multiplicador de los espejos. Y, si esto es así, ¿porqué no admitir el efecto contrario, es decir, que el espejo puede disuadir al malvado de sus perversiones?. No aceptarlo sería admitir la maldad como una de las posibles condiciones del hombre.

¡Oh, los espejos eternizando los instantes!. ¡Oh, los espejos dibujando los instantes sucesivos como perpetuadores de ese instante algo mas duradero que es la vida!. ¡Oh, los espejos como flecha que nos ayuda a mirarnos hacia dentro a través de nuestras propias pupilas!. ¡Oh, los espejos como dictadores que son capaces de reinventar el tiempo!.

La imagen de un espejo es la narración de un instante. Si como dice Omar Jayyam: “Un instante separa devoción de blasfemia,/un instante divide lo cierto de lo incierto;/disfruta de este instante y tenlo en mucho aprecio,/ que el total de la vida suma lo que este instante”, bien puede ser la fugaz imagen del espejo la que nos aleje de la blasfemia o de lo falso y nos haga devotos de los verdadero. Basta una mirada a nuestros propios ojos para encontrar en ellos la secuencia continuada de nuestra vida. En ella estará plasmado cuanto nos inquiete y cuanto nos agrade, los pasos que dimos con seguridad de triunfadores y los que dimos calzados en nuestras propias limitaciones y miserias.

Si, tal cual lo dibuja el poeta “La esencia de esta vida y el ser del mundo son/un sueño, una quimera, un engaño, un instante”, busquemos un espejo en el que quepan todas las cosas y regodeémonos en los sueños, atormentémonos en las quimeras, irritémonos en los engaños y convirtamos todo en un instante. A través del espejo, mirándonos a los ojos, podemos conseguir que del lado del brillo queden vivos los sueños y, detrás, en la opacidad oscura del envés, se pudran las quimeras y los engaños. En suma, que en el instante variado que es nuestra vida, lo bueno triunfe sobre lo malo.


JOSU MONTALBAN