El cancerbero del gobierno: El administrador
del nuevo tiempo
Acabo de leer una interpretación del tiempo
que nos está tocando vivir que comparto plenamente. Por fin leo a alguien que
niega la actual “crisis” y la define de otro modo. La sacralización de la
palabra “crisis” siempre ha servido al interés por atemorizar, por hacer que
los ciudadanos acepten cuanto el poder les propone por considerarlo inevitable.
La satanización de la expresión “brotes verdes” buscó eliminar toda esperanza
de la mente de los ciudadanos en tanto la coartada de la crisis conseguía sus
objetivos. Ni siquiera síntomas tan evidentes como un parón en el descenso del
desempleo, un repunte tenue de la economía, o alguna noticia concerniente a
inversiones multimillonarias de capital extranjero en España o capital español
en el extranjero, han sido considerados brotes verdes, porque la crisis y
quienes la están administrando han prohibido la primavera.
Lo ha escrito Maruja Torres en uno de sus
certeros artículos (“Sin piedad”): “En primer lugar, esto no es una crisis.
Esto es una remodelación del mundo, emprendida por los poderosos para que los
débiles pierdan lo poco que han conseguido a lo largo de décadas de lucha. Esta
es una asiatización, una tercermundialización de Europa, de la más indefensa, y más que eso,
es el surgimiento de cosas que ni siquiera somos capaces de imaginar”. Rajoy,
como responsable de la servil derecha española, ya se ha puesto al servicio de
los poderosos, de ese Capital que ha mudado su nombre por Mercados, aunque las
decisiones las tomen personas de carne y hueso, algunas de ellas procedentes de
gobiernos nacionales, generalmente de ideologías conservadoras y reaccionarias.
¿Alguien esperaba otro comportamiento?
Este proceso de asiatización y tercermundialización
que anuncia MT ha requerido un proceso delicado de afirmaciones y tesis
debidamente imbricadas, para que nada permita que se generen dudas que se
convierten en vías de escape para que opinen todos. Los Mercados nunca han
aceptado las opiniones porque quienes opinan, y lo hacen en el océano de la
democrática diversidad, no entronizan verdades absolutas. Los Mercados, como el
Capital, son una verdad absoluta que no admite interpretaciones. Son ellos los
que han bombardeado a los gobiernos progresistas de Grecia y Portugal; los que
quitaron al Gobierno italiano para poner a Monti, que fue director de la Comisión Trilateral, un
lobby de cariz neoliberal que fundó hace cuarenta años David Rockefeller, el
famoso banquero de EEUU; y también fueron los Mercados los que hicieron
estallar al gobierno español de
Zapatero, propiciando este de Rajoy en el que no hay que perder de vista
al enviado de los Mercados, Luis de Guindos. Ha venido a cubrir espacios de los
Ministerios de Economía y Hacienda y del de Ciencia e Innovación, pero su papel
es el de cancerbero del Gobierno.
Va y viene, se cubre con la mano para dar a
entender que no desea ser sorprendido, pero al final destapa su semblante para
decir todo lo que está contenido en el guión del PP y de los Mercados. Es osado.
Ha agriado su semblante para marcar una distancia insalvable con sus
interlocutores. Probablemente ha sido su descaro facial el factor que ha
contado más en su elección para el cargo que ocupa. Cuando los comentaristas de
la caverna mediática de la derecha criticaban los currículos de algunos
ministros socialistas, por escasos, jamás pusieron pegas a aspectos
cualitativos relativos a los avatares en que hubieran estado inmersos en sus
vidas privadas o sus ejercicios profesionales. Ahora lo entiendo. De Guindos estuvo presente en la mayor quiebra de la
historia hasta el momento en que se produjo, la de la compañía Lehman Brothers.
Si Rajoy hubiera hecho su selección en base a criterios serios jamás hubiera
podido aceptar a Luis de Guindos, pues los créditos subprime que motivaron la caída de Leman son créditos que se
caracterizan por tener un riesgo de impago muy superior a la media del resto de
tipos de crédito. En la medida que participó en aceptar tales créditos cabe
aplicarle el calificativo de “negligente” que le hubiera imposibilitado para
ser ministro.
De la crisis saldremos como se sale de todas
las crisis, es decir, por el arte de birlibirloque. Habrá quien se arrogue el
mérito diciendo que fueron sus fórmulas las más eficaces, o concluyendo con esa
frase socorrida “eso ya lo dije yo hace tiempo”, pero habrá que analizar con
detalle los efectos colaterales de la crisis. Todas las medidas tomadas hasta
ahora van creando efectos y motivando consecuencias que harán del futuro un
tiempo diferente. Se trata de remodelar el mundo, como ha escrito MT, de hacer
un mundo diferente, pero no un mundo diseñado entre todos. Esta remodelación
obedece a un dictado pronunciado desde un púlpito, al que nadie se muestra
dispuesto a responder, porque las izquierdas se han quedado sin voz después de
que todas sus reflexiones aceptaran que el sistema de Libre Mercado era el
único posible, y que el Estado de Bienestar era el único beneficio que el
Capital cede a las clases sociales más humildes. Es cierto que se ha avanzado
hacia ese Estado pero, amparados en la condescendencia del Capital siempre
cicatera, y cuando el Libre Mercado se ha despiadado un poco más, han sido el
Estado del Bienestar y sus beneficiarios quienes han sufrido las carencias.
Los nuevos tiempos van a ser, sin duda,
nuevos. Primero nos han infligido un miedo que nos atenaza, no solo para obrar
sino también para pensar. En estos tiempos de precariedad laboral, el desempleo
es una amenaza que ha borrado del mapa de las reflexiones colectivas debates aún
no resueltos. Cuando las izquierdas debatíamos en torno a la semana laboral de
35 horas, o el reparto del trabajo, la derecha no combatió lo suficiente
aquellas inquietudes de los trabajadores y los sindicatos porque su hoja de
ruta era otra. Aquella versión del sistema capitalista que pretendía que
trabajáramos menos para poder trabajar todos, nunca le sirvió. El Capital nunca
entendió que los beneficios derivados de que una máquina ejecutara la labor de
veinte obreros en mucho menos tiempo y con mayor calidad, fueran a parar a los
trabajadores, que iban a pagar sus consecuencias sufriendo el brutal desempleo.
El Capital se entregó a un mercado, no ya libre sino libertino, que ha
enmarañado tanto el ambiente como para convertirle en un abismo.
Y así es como se ha generado el hábitat en el
que el ultraliberal De Guindos se siente satisfecho. Mientras la brutal reforma
laboral se muestra implacable con el trabajador, ante el empresario al que se
conceden todos los privilegios para hacer de los obreros esclavos. Mientras se
suben los impuestos indirectos en lugar de los directos. Mientras se amamanta a
los bancos desde la ubérrima ubre pública, obteniendo como contrapartidas
desahucios generalizados, y negaciones sistemáticas de créditos para las PYMEs.
Mientras se rebajan las prestaciones y servicios sociales derivados de la Dependencia , que
generan bolsas de pobreza y miseria. Mientras se desmantela el Estado Social de
forma drástica, y se destruyen de un plumazo la cohesión social y la solidaridad…Mientras
todo esto es ya un hecho insoslayable, Luis de Guindos ha dicho: “Podemos
equivocarnos pero no es un ajuste de cuentas contra nadie”. Las decisiones
políticas siempre tienen consecuencias, y cuando las medidas favorecedoras de
una clase social son excesivas, redundan en perjuicios para las otras, máxime
si las beneficiadas son las ya aventajadas. .
Hasta tal punto Luis de Guindos está
convencido de los excesos del Gobierno que ha dado un aviso a navegantes:
“tenemos que poner orden en la casa porque si no la alternativa es mucho peor.
Como vengan otros a hacer los presupuestos va a ver usted lo que es un ajuste
de cuentas”. Esta aseveración es sintomática de algo: España ya está
intervenida por el interventor Luis de Guindos, que actúa del mismo modo que lo
hace Monti en Italia. Tal como preve Maruja Torres, esta remodelación que
algunos llaman “crisis”, que es el término que los Mercados y sus poderosos
mensajeros han entronizado en nuestras orejas para que retumbe en nuestros
oídos, tiene el mezquino objetivo de hacer que los más débiles (o sea, los
pobres) lo sigan siendo más y más, mientras los ricos ejercen el poder
insaciable que les suministra su creciente abundancia.
Fdo.
JOSU MONTALBAN