SOCIALISMO VASCO O
VASQUISTA
Con motivo de la presentación de
la “Historia del Socialismo Vasco (1886-2009)” se ha vuelto a suscitar de nuevo
una disyuntiva que no ha dejado de estar presente desde la Transición en el
socialismo vasco: “vasco o vasquista”. Incluso el autor y Presidente del PSE-EE
fue más lejos al alentar al partido a que “se abra al centro (político) y al
vasquismo sin temores”, y que todo ello puede venir de la mano de los
dirigentes más jóvenes porque son “los que menos prejuicios tienen”. Nada de
esto es nuevo, pero es nuevo que se reflexione de este modo precisamente ahora
que el socialismo gobierna en Euskadi.
La evolución del socialismo vasco
desde la Transición
ha estado guiada, o al menos mediatizada, por la tentación de llegar a
convertir el socialismo vasco en el socialismo catalán, aunque todos los
intentos han fracasado porque ambas estructuras ni responden a un mismo modelo
ni tienen el mismo modo de relacionarse con el PSOE desde su formación y, sobre
todo, a partir del advenimiento de la democracia, cuando se produjo en Cataluña
el proceso de reunión o convergencia de varias formaciones socialistas de su
ámbito para formar el Partido de los Socialistas Catalanes. No ocurrió lo mismo
en Euskadi donde el PSE siempre fue una parte del PSOE, e incluso su
implantación primera, en el año 1886,
precisó la presencia de un manchego, Facundo Perezagua, hombre de absoluta
confianza del fundador del PSOE Pablo Iglesias, y enviado por él. No fue casual
que así fuera porque a Euskadi llegaban en aquel tiempo gentes de todas las
procedencias a trabajar en las minas y en las actividades derivadas
(metalurgia, siderurgia, industria naval, etc), en unas condiciones laborales y
vitales deplorables, a manos de una oligarquía conservadora que gozaba de una
buena reputación entre los ciudadanos de entonces, que no merecía. Es verdad
que, de no haber venido Perezagua bien podía haberse articulado la respuesta a
la explotación desde la propia Euskadi, pero lo cierto y real es que quienes se
integraron a la lucha por la dignidad de aquellos trabajadores lo hicieron
después de que llegara Facundo Perezagua.
Si algo caracterizaba a Perezagua
era su radicalismo ante la injusticia que suponían aquellas jornadas de trabajo
interminables en las minas, de sol a sol, mal equipados y siempre expuestos a
unas condiciones miserables que provocaban accidentes todos los días y
producían, a la vez que pingües beneficios para los patronos, una buena
cantidad de muertos en los tajos y una pléyade de “lisiados y tullidos” (así
eran llamados) que eran expulsados a vivir escondidos en la espesura de los
montes, y solo acudían a los poblados para mendigar.
En aquel momento el nacionalismo
vasco daba sus primeros pasos y, aunque surgiera como reacción a la invasión
“maketa” (de gentes no vascas, llegadas de otros lugares de España), tenía
serias dudas sobre la relación que deberían mantener Euskadi y España. A
Perezagua no le impacientaba demasiado qué hiciera el nacionalismo, más bien su
empeño se volcaba exclusivamente en la mejora de las condiciones de trabajo y
vida de los trabajadores. En aquel ambiente Perezagua organizó una primera
huelga, la de los tres ochos, en la que los trabajadores de las minas e
industrias afines reivindicaron “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8
horas de educación y formación”. Fue en el año 1890, siendo secundada por
30.000 trabajadores que fueron arengados en la Plaza de la Cantera de Bilbao y por la tarde en el frontón de
La Arboleda
por un Facundo Perezagua enardecido, y siempre acompañado por el lugareño
Toribio Pascual.
Este germen fundacional a través
del cual dio sus primeros pasos el socialismo vasco acarreó secuelas
importantes, aunque viviera después una importante convulsión cuando,
incorporado al elenco Indalecio Prieto, -igualmente incorporado desde allende
las fronteras vascas-, intentó imponer nuevas ideas y nuevas estrategias, a la
vista de que la presencia socialista en la lucha obrera no se traducía en poder
real en las instituciones. Primero propugnó una alianza con los republicanos
que produjo el fruto inmediato del acta de diputado de Pablo Iglesias en
Vizcaya en 1910, y un año después, tras fracasar una huelga general promovida
por Perezagua, su propia acta de diputado. De este modo se inició el ocaso que
llevó a Perezagua a las filas del Partido Comunista junto a buena parte de
trabajadores de la minería y la siderurgia, si bien la mayoría de los
trabajadores continuaron fieles a la
UGT que imperaba el tales sectores. La idea de Indalecio
Prieto resultó ser más práctica y produjo unos mejores frutos electorales.
Conviene detenerse en la figura
de Indalecio Prieto. Sus objetivos políticos fueron debidamente explicados en
aquel memorable discurso pronunciado el 21 de Marzo de 1921 en la Sociedad “El Sitio” de
Bilbao, de eminente vocación liberal. En dicho discurso pronunció su más famosa
frase definitoria: “Soy socialista a fuer de liberal”. De ella deriva que
persiguiera con más ahínco la libertad y la democracia, y en segundo término el
socialismo, y eso sólo era posible y alcanzable a través de la República. El objetivo de
Prieto no fue el socialismo como doctrina o ideología sino, como afirma Ricardo
Miralles, “la reforma del Estado y la mejora social mediante el establecimiento
de una verdadera democracia republicana, (…), transformar la sociedad a partir
del Estado, pero reformando previamente el Estado”. Este afán republicano, que
dio alas al liberalismo y
regeneracionismo y favoreció la
extensión del socialismo vasco mucho más allá de los ámbitos en que dio sus
primeros pasos, corrió parejo por sus venas con un antinacionalismo que no
había profesado Perezagua. Sin embargo, la impresión más generalizada pasa
porque el radicalismo social de Perezagua fue un signo de intransigencia,
mientras que el antinacionalismo de Indalecio Prieto queda diluido en su
ideario liberal.
La pregunta que surge de
inmediato es si está en aquellas primeras semillas ese vasquismo que se
propugna hoy en algunos ambientes del socialismo vasco. Desde luego que tampoco
el contradictorio sentido de combatir lo vasco sólo porque la oligarquía que
explotaba a los obreros foráneos hiciera gala de vasca, o porque el
nacionalismo que surgió como ultradefensor de las esencias vascas frente a la
invasión maketa hiciera ostentación, pero hay una manera de ser vasco que está
basada en la naturalidad y no requiere esfuerzos. Será esta forma de ser y de
actuar la que mejor defina al socialismo
vasco actual, máxime ahora que el Gobierno Vasco permite trasladar
ciertas visiones que antes no producían los mismos efectos ni resonaban con la
misma intensidad en los oídos y las conciencias de los ciudadanos.
Los años de la Guerra Civil y, sobre todo, los
años de la posguerra y del franquismo debieran hacer reflexionar a los
socialistas vascos actuales de cómo la adversidad, cuanto mayor sea, más
razonables nos hace para discernir lo conveniente una vez pasada ésta. ¿Sirvió
para algo el Estatuto de Estella aprobado en los prolegómenos de la Guerra ? ¿Sirvió para algo
el Gobierno Vasco que recién nombrado tuvo que tomar la senda del exilio?
Quienes no lo vivieron y quienes no se han preocupado por informarse y
documentarse al respecto dirán que no
sirvieron para nada. De ese modo pierden una oportunidad inmejorable para
enriquecer su bagaje político acercándose a aquel tiempo en que los viejos
socialistas –junto a nacionalistas, republicanos y comunistas-, forzaron un
acuerdo histórico entre ellos para que la República y la democracia siguieran presentes,
siquiera en la Memoria ,
a la espera de nuevos tiempos. Por eso, no creo que sea atinado confundir la Memoria con los
prejuicios. Sería deseable que los actuales jóvenes socialistas conocieran los
avatares de los socialistas que actualmente son abuelos, sus impresiones y sus
opiniones. Desde luego que a mí me han enriquecido mucho las enseñanzas
recibidas de Ramón Rubial a través de largas conversaciones amistosas. (O las
de otros socialistas mayores, veteranos, como el “Padre” Félix, o Alejandro
Pérez Valle, o Sahuquillo, o Bombín, o de tantos históricos socialistas vascos
que vivieron aquellos tiempos fundamentales en nuestra evolución como
socialistas y como vascos). Lejos de alimentarme con prejuicios nocivos, han
fortalecido mis juicios y han enriquecido mis opiniones haciéndolas más humanas
y, por tanto, más valiosas.
El combate entre el socialismo
vasco de corte intransigente y marcado tinte españolista encarnado en García
Damborenea, y el socialismo moderado de Txiki Benegas o Ramón Jauregui inclinó
la balanza del lado de los segundos. El intento de formar una alianza entre el
PSE-EE dirigido por Nicolás Redondo y el PP de Mayor Oreja resultó frustrado,
tanto que provocó la dimisión de Redondo y desembocó en un tiempo de
radicalización nacionalista justamente cuando las políticas del PP gobernante
en Madrid y la debilidad socialista en Euskadi no favorecían dar una respuesta
comedida a tal radicalización. Como se ve, en todo el tiempo de la transición,
con especial incidencia en los ocho últimos años, la trayectoria del PSE-EE ha
estado caracterizada por la normalidad, huyendo tanto del españolismo como del
vasquismo, fiel a su historia y a los avatares del destino, y respetuoso con la
sociedad vasca y con su Memoria.
Es cierto que el socialismo vasco
tiene “gotas de sangre jacobina”, como corresponde a su origen y evolución,
pero es igualmente cierto que para combatir ese jacobinismo, -si es que debe
ser combatido, de lo cual tengo dudas porque nunca ha supuesto un factor
desestabilizador del partido en sí mismo-, malo será recurrir a visiones
identitarias propias de la antigua EE. Por eso resulta gratuita la frase
pronunciada en la presentación del libro de la Historia del Socialismo
Vasco en la que el autor subrayó que “la convergencia con EE debe recoger ahora
los frutos que no dio en su día”, a partir de una reflexión en torno a un nuevo
socialismo que se abra al centro y al vasquismo sin temores, de la mano de los
dirigentes más jóvenes que son los que menos prejuicios tienen. Precisamente la
apertura a la “vasquidad” exige desterrar el vasquismo, que sólo puede
desarrollarse desde el absurdo prejuicio de quien cree que ser vasco es ser
algo especial y exige esfuerzos añadidos al ya arduo esfuerzo de vivir. Llamar
al vasquismo es tanto como admitir un cierto nivel de desarraigo inherente a la
condición de socialistas vascos.
Si huimos de las luchas
identitarias propugnadas por el nacionalismo, con especial virulencia durante
los mandatos de Ibarretxe, debemos hacerlo huyendo de mostrarnos, siquiera en
la más mínima proporción, como aquello a lo que nos oponemos. Para gobernar a
una sociedad, a un pueblo, a un país, a una colectividad, -da igual el término
que utilicemos-, no es necesario recurrir a las esencias de los demás, sino a
la responsabilidad del compromiso social derivado de nuestra pertenencia al
género humano, universal, cuyo destino es el mismo para todos sus miembros.
Porque, en palabras de Gioconda
Belli, “uno no escoge el país donde nace; pero ama el país donde ha nacido”.
Quizás sea por esto por lo que yo me siento vasco e intento huir del vasquismo.
FDO. JOSU MONTALBAN