sábado, 19 de mayo de 2012


SOCIALISMO  VASCO  O  VASQUISTA

Con motivo de la presentación de la “Historia del Socialismo Vasco (1886-2009)” se ha vuelto a suscitar de nuevo una disyuntiva que no ha dejado de estar presente desde la Transición en el socialismo vasco: “vasco o vasquista”. Incluso el autor y Presidente del PSE-EE fue más lejos al alentar al partido a que “se abra al centro (político) y al vasquismo sin temores”, y que todo ello puede venir de la mano de los dirigentes más jóvenes porque son “los que menos prejuicios tienen”. Nada de esto es nuevo, pero es nuevo que se reflexione de este modo precisamente ahora que el socialismo gobierna en Euskadi.

La evolución del socialismo vasco desde la Transición ha estado guiada, o al menos mediatizada, por la tentación de llegar a convertir el socialismo vasco en el socialismo catalán, aunque todos los intentos han fracasado porque ambas estructuras ni responden a un mismo modelo ni tienen el mismo modo de relacionarse con el PSOE desde su formación y, sobre todo, a partir del advenimiento de la democracia, cuando se produjo en Cataluña el proceso de reunión o convergencia de varias formaciones socialistas de su ámbito para formar el Partido de los Socialistas Catalanes. No ocurrió lo mismo en Euskadi donde el PSE siempre fue una parte del PSOE, e incluso su implantación primera,  en el año 1886, precisó la presencia de un manchego, Facundo Perezagua, hombre de absoluta confianza del fundador del PSOE Pablo Iglesias, y enviado por él. No fue casual que así fuera porque a Euskadi llegaban en aquel tiempo gentes de todas las procedencias a trabajar en las minas y en las actividades derivadas (metalurgia, siderurgia, industria naval, etc), en unas condiciones laborales y vitales deplorables, a manos de una oligarquía conservadora que gozaba de una buena reputación entre los ciudadanos de entonces, que no merecía. Es verdad que, de no haber venido Perezagua bien podía haberse articulado la respuesta a la explotación desde la propia Euskadi, pero lo cierto y real es que quienes se integraron a la lucha por la dignidad de aquellos trabajadores lo hicieron después de que llegara Facundo Perezagua.

Si algo caracterizaba a Perezagua era su radicalismo ante la injusticia que suponían aquellas jornadas de trabajo interminables en las minas, de sol a sol, mal equipados y siempre expuestos a unas condiciones miserables que provocaban accidentes todos los días y producían, a la vez que pingües beneficios para los patronos, una buena cantidad de muertos en los tajos y una pléyade de “lisiados y tullidos” (así eran llamados) que eran expulsados a vivir escondidos en la espesura de los montes, y solo acudían a los poblados para mendigar.

En aquel momento el nacionalismo vasco daba sus primeros pasos y, aunque surgiera como reacción a la invasión “maketa” (de gentes no vascas, llegadas de otros lugares de España), tenía serias dudas sobre la relación que deberían mantener Euskadi y España. A Perezagua no le impacientaba demasiado qué hiciera el nacionalismo, más bien su empeño se volcaba exclusivamente en la mejora de las condiciones de trabajo y vida de los trabajadores. En aquel ambiente Perezagua organizó una primera huelga, la de los tres ochos, en la que los trabajadores de las minas e industrias afines reivindicaron “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de educación y formación”. Fue en el año 1890, siendo secundada por 30.000 trabajadores que fueron arengados en la Plaza de la Cantera de Bilbao y por la tarde en el frontón de La Arboleda por un Facundo Perezagua enardecido, y siempre acompañado por el lugareño Toribio Pascual.

Este germen fundacional a través del cual dio sus primeros pasos el socialismo vasco acarreó secuelas importantes, aunque viviera después una importante convulsión cuando, incorporado al elenco Indalecio Prieto, -igualmente incorporado desde allende las fronteras vascas-, intentó imponer nuevas ideas y nuevas estrategias, a la vista de que la presencia socialista en la lucha obrera no se traducía en poder real en las instituciones. Primero propugnó una alianza con los republicanos que produjo el fruto inmediato del acta de diputado de Pablo Iglesias en Vizcaya en 1910, y un año después, tras fracasar una huelga general promovida por Perezagua, su propia acta de diputado. De este modo se inició el ocaso que llevó a Perezagua a las filas del Partido Comunista junto a buena parte de trabajadores de la minería y la siderurgia, si bien la mayoría de los trabajadores continuaron fieles a la UGT que imperaba el tales sectores. La idea de Indalecio Prieto resultó ser más práctica y produjo unos mejores frutos electorales.

Conviene detenerse en la figura de Indalecio Prieto. Sus objetivos políticos fueron debidamente explicados en aquel memorable discurso pronunciado el 21 de Marzo de 1921 en la Sociedad “El Sitio” de Bilbao, de eminente vocación liberal. En dicho discurso pronunció su más famosa frase definitoria: “Soy socialista a fuer de liberal”. De ella deriva que persiguiera con más ahínco la libertad y la democracia, y en segundo término el socialismo, y eso sólo era posible y alcanzable a través de la República. El objetivo de Prieto no fue el socialismo como doctrina o ideología sino, como afirma Ricardo Miralles, “la reforma del Estado y la mejora social mediante el establecimiento de una verdadera democracia republicana, (…), transformar la sociedad a partir del Estado, pero reformando previamente el Estado”. Este afán republicano, que dio alas al liberalismo  y regeneracionismo  y favoreció la extensión del socialismo vasco mucho más allá de los ámbitos en que dio sus primeros pasos, corrió parejo por sus venas con un antinacionalismo que no había profesado Perezagua. Sin embargo, la impresión más generalizada pasa porque el radicalismo social de Perezagua fue un signo de intransigencia, mientras que el antinacionalismo de Indalecio Prieto queda diluido en su ideario liberal.

La pregunta que surge de inmediato es si está en aquellas primeras semillas ese vasquismo que se propugna hoy en algunos ambientes del socialismo vasco. Desde luego que tampoco el contradictorio sentido de combatir lo vasco sólo porque la oligarquía que explotaba a los obreros foráneos hiciera gala de vasca, o porque el nacionalismo que surgió como ultradefensor de las esencias vascas frente a la invasión maketa hiciera ostentación, pero hay una manera de ser vasco que está basada en la naturalidad y no requiere esfuerzos. Será esta forma de ser y de actuar la que mejor defina al socialismo  vasco actual, máxime ahora que el Gobierno Vasco permite trasladar ciertas visiones que antes no producían los mismos efectos ni resonaban con la misma intensidad en los oídos y las conciencias de los ciudadanos.

Los años de la Guerra Civil y, sobre todo, los años de la posguerra y del franquismo debieran hacer reflexionar a los socialistas vascos actuales de cómo la adversidad, cuanto mayor sea, más razonables nos hace para discernir lo conveniente una vez pasada ésta. ¿Sirvió para algo el Estatuto de Estella aprobado en los prolegómenos de la Guerra? ¿Sirvió para algo el Gobierno Vasco que recién nombrado tuvo que tomar la senda del exilio? Quienes no lo vivieron y quienes no se han preocupado por informarse y documentarse al respecto dirán  que no sirvieron para nada. De ese modo pierden una oportunidad inmejorable para enriquecer su bagaje político acercándose a aquel tiempo en que los viejos socialistas –junto a nacionalistas, republicanos y comunistas-, forzaron un acuerdo histórico entre ellos para que la República y la democracia siguieran presentes, siquiera en la Memoria, a la espera de nuevos tiempos. Por eso, no creo que sea atinado confundir la Memoria con los prejuicios. Sería deseable que los actuales jóvenes socialistas conocieran los avatares de los socialistas que actualmente son abuelos, sus impresiones y sus opiniones. Desde luego que a mí me han enriquecido mucho las enseñanzas recibidas de Ramón Rubial a través de largas conversaciones amistosas. (O las de otros socialistas mayores, veteranos, como el “Padre” Félix, o Alejandro Pérez Valle, o Sahuquillo, o Bombín, o de tantos históricos socialistas vascos que vivieron aquellos tiempos fundamentales en nuestra evolución como socialistas y como vascos). Lejos de alimentarme con prejuicios nocivos, han fortalecido mis juicios y han enriquecido mis opiniones haciéndolas más humanas y, por tanto, más valiosas.

La Transición encontró al socialismo organizado alrededor de figuras tan históricas como Ramón Rubial o Eduardo López Albizu, que habían forjado un entramado firme y comprometido que fue capaz de mostrar que, tras cuarenta años de adversidad, a pesar de haber sido perseguidos con mayor ardor que lo había sido el nacionalismo, estaban dispuestos a disputarle el poder. Y lo hizo consiguiendo que el primer Presidente vasco de la Democracia fuera Ramón Rubial. Desde entonces el socialismo vasco ha navegado en la Política vasca con la ilusión de los sufridores liberados por el tiempo y la responsabilidad de los llamados a afrontar nuevos retos. Para eso la estructura del PSE se mostró siempre equilibrada, superando debates y discusiones que no resistió ninguna otra formación vasca. Quebró el nacionalismo y quebraron las formaciones abertzales (entre las que se contaba EE) porque el nacionalismo se encontró sin el valiosísimo enemigo (para sus objetivos y para la eficacia de sus estrategias) que había sido el franquismo como depositario del nacionalismo español. La evolución del PSE hasta nuestros días tanto tuvo que superar intentos de enrocamiento en el españolismo más procaz como antídoto del nacionalismo vasco imperante, como intentos de sobrecargar las líneas identitarias vascas siguiendo la estela del nacionalismo vasco.

El combate entre el socialismo vasco de corte intransigente y marcado tinte españolista encarnado en García Damborenea, y el socialismo moderado de Txiki Benegas o Ramón Jauregui inclinó la balanza del lado de los segundos. El intento de formar una alianza entre el PSE-EE dirigido por Nicolás Redondo y el PP de Mayor Oreja resultó frustrado, tanto que provocó la dimisión de Redondo y desembocó en un tiempo de radicalización nacionalista justamente cuando las políticas del PP gobernante en Madrid y la debilidad socialista en Euskadi no favorecían dar una respuesta comedida a tal radicalización. Como se ve, en todo el tiempo de la transición, con especial incidencia en los ocho últimos años, la trayectoria del PSE-EE ha estado caracterizada por la normalidad, huyendo tanto del españolismo como del vasquismo, fiel a su historia y a los avatares del destino, y respetuoso con la sociedad vasca y con su Memoria.

Es cierto que el socialismo vasco tiene “gotas de sangre jacobina”, como corresponde a su origen y evolución, pero es igualmente cierto que para combatir ese jacobinismo, -si es que debe ser combatido, de lo cual tengo dudas porque nunca ha supuesto un factor desestabilizador del partido en sí mismo-, malo será recurrir a visiones identitarias propias de la antigua EE. Por eso resulta gratuita la frase pronunciada en la presentación del libro de la Historia del Socialismo Vasco en la que el autor subrayó que “la convergencia con EE debe recoger ahora los frutos que no dio en su día”, a partir de una reflexión en torno a un nuevo socialismo que se abra al centro y al vasquismo sin temores, de la mano de los dirigentes más jóvenes que son los que menos prejuicios tienen. Precisamente la apertura a la “vasquidad” exige desterrar el vasquismo, que sólo puede desarrollarse desde el absurdo prejuicio de quien cree que ser vasco es ser algo especial y exige esfuerzos añadidos al ya arduo esfuerzo de vivir. Llamar al vasquismo es tanto como admitir un cierto nivel de desarraigo inherente a la condición de socialistas vascos.

Si huimos de las luchas identitarias propugnadas por el nacionalismo, con especial virulencia durante los mandatos de Ibarretxe, debemos hacerlo huyendo de mostrarnos, siquiera en la más mínima proporción, como aquello a lo que nos oponemos. Para gobernar a una sociedad, a un pueblo, a un país, a una colectividad, -da igual el término que utilicemos-, no es necesario recurrir a las esencias de los demás, sino a la responsabilidad del compromiso social derivado de nuestra pertenencia al género humano, universal, cuyo destino es el mismo para todos sus miembros.

Porque, en palabras de Gioconda Belli, “uno no escoge el país donde nace; pero ama el país donde ha nacido”. Quizás sea por esto por lo que yo me siento vasco e intento huir del vasquismo.

FDO.  JOSU MONTALBAN