miércoles, 29 de febrero de 2012

¿DE QUÉ HUYEN LOS INMIGRANTES SUBSAHARIANOS?


¿DE QUÉ HUYEN LOS INMIGRANTES SUBSAHARIANOS? 

La inmigración es ya un “problema” para el mundo civilizado y rico. La importante oleada migratoria que ha afectado en primer lugar a España, ha hecho saltar todas las alarmas. Según dictan las cifras, en el mes de Agosto llegaron a las costas españolas más inmigrantes que en todo el año anterior. Las páginas de los periódicos amanecen llenas de noticias nada esperanzadoras al respecto. La Unión Europea no parece dispuesta a dedicar muchos fondos ni medios técnicos, a pesar de las peticiones del Gobierno español. La inmigración se ha convertido en un problema político, lo que entorpece considerablemente su solución, toda vez que se trata de un problema humano, hasta tal punto que son muchos los africanos que llegan muertos a nuestras costas, o son arrojados al océano desde los cayucos por sus propios compañeros de viaje, o incluso son abandonados en pleno desierto sin más avituallamiento que una garrafa con agua contaminada. Si estos ingredientes no son suficientes para provocar la búsqueda de una solución compartida es porque la Humanidad ha dejado de serlo, y ha desheredado a sus hijos más pobres.

Se trata de resolver las causas adversas que mueven a los africanos a arriesgar sus vidas para facilitar su supervivencia lejos de sus países, sus familias y sus aldeas. Occidente considera que la llegada incontrolada de estos pobres es un problema. Y punto. Sin embargo, el auténtico problema son las condiciones en que viven los futuros inmigrantes, la miseria que aqueja a los africanos subsaharianos por causas estructurales y, además, por la pérdida de valores de la humanidad. Ciertamente, las personas seguimos siendo sensibles al sufrimiento de los otros, pero el colectivo universal que es la Humanidad, no parece dispuesto a funcionar como un ente solidario en que no quepan las exclusiones. Cuando los cayucos cargados de negros famélicos y ateridos de frío han llegado a las playas canarias, los veraneantes no han dudado en auxiliarles. Hay valores como el sentido del socorro o la compasión que aún están vigentes.

La pregunta bien sencilla: ¿de qué huyen los inmigrantes africanos? La respuesta también es sencilla: de la miseria. Se trata de definir y dimensionar esa miseria para intentar combatirla. Pero el diagnóstico exige sinceridad y amplitud de miras. África es un continente que hasta finales del siglo XIX estuvo colonizado. Tuvo mucha más importancia en las mesas de los despachos de los gobernantes de los países colonizadores que en su misma geografía. Sus tierras fueron divididas, siguiendo intereses económicos, con absoluta arbitrariedad, sobre un mapa, a golpe de regla y cartabón. Antes de la dominación colonial África había sufrido tres siglos en los que el comercio de esclavos había interferido de forma brutal su crecimiento y configuración social. Ya en periodo más moderno las fronteras creadas artificialmente no tuvieron en cuenta ni la implantación de muchos grupos étnicos, ni ecosistemas, ni cuencas fluviales, ni las posibles reservas de recursos naturales, de modo que el conglomerado resultante era casi imposible de gobernar.

Por eso, resulta sobrecogedor este rasgamiento de vestiduras ante el hecho migratorio, que algunos llaman “problema” sin ruborizarse. Porque lo que, en todo caso, es un problema es la situación que pueden provocar en el lugar de acogida. Sin embargo, aún no se ha producido ni un solo pronunciamiento, -ni de la ONU, ni del Banco Mundial, ni del FMI, ni de otros organismos internacionales-, que justifique y muestre su comprensión ante el proceder de quienes dejan la miseria para buscar la vida. Sería procedente, como mínimo, evitar el término “ilegales” para nombrarles e inventar otro que les eximiera de culpabilidad.

África ha sido excluida de todos los procesos de desarrollo. Es cierto que arrastra una herencia pesada y brutal desde los tiempos de la colonización, en los que las potencias dominantes la utilizaron como banco de pruebas. Ni la colonización ni la guerra fría que se cebó en varios países tras ella, han conseguido acelerar el proceso de desarrollo del continente. Y es de eso de lo que huyen los africanos, porque hasta ellos llegan las imágenes y noticias relacionadas con nuestro primer mundo. ¿Cómo evitar que quieran vivir en él? Debiéramos coincidir en un principio básico del diagnóstico, y deberíamos coincidir en un plan básico de desarrollo.

PESTES, ENFERMEDADES...

La malaria y el Sida, principalmente, constituyen un verdadero azote para los africanos del sur del Sahara. En el libro de Jeffrey Sachs, “El fin de la Pobreza”, se relata de qué modo brutal el economista descubrió que el Sida no solo afectaba a las capas más pobres de la población sino que incluso quienes habían acudido, como él, a hacer estudios y elaborar propuestas al continente, caían en la enfermedad porque no se llevaba a efecto ninguna medida preventiva ni paliativa con la suficiente intensidad.

Sachs lo expresa de este modo: “El Sida era ya implacable a mediados de la década de 1990, pero lo peor estaba todavía por llegar. La muerte esperaba en la puerta. El Sida no era el único que producía un efecto devastador en la sociedad africana. Enseguida fui consciente de que había otro asesino insidioso: la malaria...Lo que más me sorprendía era, sin embargo, el ensañamiento de la malaria con los niños. Los hijos de todo el Edmundo, -ricos y pobres por igual-, contraían la malaria. Y todos se exponían a graves complicaciones”. Si el Sida es el monstruo de nuestro tiempo por su importante impacto también en las sociedades más avanzadas, la malaria es una gran amenaza que no debe pasar desapercibida, porque aunque tiene tratamiento, que es menos costoso que el del Sida, todavía causa tres millones de muertes al año en el Mundo, la mayoría de ellas en el continente africano.

El Sida, crece en progresión geométrica. Tienen que ver con las formas de vida y las costumbres de los africanos, pero tiene que ver sobre todo con el abandono del mundo civilizado y rico que no se muestra dispuesto a intervenir solidariamente para remediarlo. A finales de la década de 1990, en los países ricos, la lucha contra el Sida había abierto grandes esperanzas a los afectados. Se habían diseñado tratamientos que, poco a poco, iban demostrando su eficacia. Sin embargo, aquella esperanza no se abrió para los países de renta baja. En aquel tiempo, según datos suministrados por Jeffrey Sachs, el mundo estaba aportando solo 70 millones de dólares para que toda África luchara contra el Sida.

Es cierto que el Banco Mundial y el FMI han estado presentes en África, pero sus créditos no han incidido directamente en la lucha contra la malaria y el Sida. Y es preciso establecer correspondencias evidentes entre la enfermedad y la pobreza. Hay preguntas que nunca han sido respondidas. ¿Es la enfermedad una causa de la pobreza, una consecuencia de ella, o ambas cosas? ¿Por qué en los países pobres la esperanza de vida es mucho más baja que en los países ricos? (La esperanza de vida en África es de 48 años, más de 30 años más baja que la de los países ricos) Se han identificado ocho razones que ilustran este dato y todas ellas tienen nombre de enfermedad o síndrome: Sida, malaria, tuberculosis, disentería, infecciones respiratorias agudas, enfermedades vacunables, deficiencias nutritivas y partos sin las condiciones adecuadas. Parece lógico concluir que los inmigrantes huyen también de todo esto, porque quieren vivir más de cuarenta y ocho años.

De cualquier manera, surge inevitablemente la más importante pregunta: ¿cuánto debería aportar el mundo rico al mundo pobre para invertir en la lucha contra las enfermedades? Una Comisión dirigida por el propio Sachs concluyó que la ayuda de los llamados donantes debería aumentar de aproximadamente 6000 millones anuales en el año 2000 hasta alcanzar los 27.000 millones anuales en el año 2007. No fue un cálculo a la ligera porque “la suma del PNB de los países donantes ascendía a unos 25 billones de dólares en el 2001, de modo que la comisión propugnó una inversión anual de aproximadamente una milésima parte de la renta del mundo rico. De este modo la comisión mostraba con pruebas epidemiológicas de primera magnitud, que semejante inversión podía evitar ocho millones de muertes al año”. El informe tuvo un eco importante y fue presentado en foros notables, incluida la Conferencia Internacional sobre el Sida celebrada en Durban en julio del 2000, pero los donantes no acogieron el informe con entusiasmo. Puntualiza Sachs: “La afirmación más habitual era que el tratamiento contra el Sida no funcionaría porque los pacientes pobres y analfabetos no serían capaces de cumplir con los complicados regímenes de medicación”.

De estas demoras, de la desconfianza, de la burocratización excesiva, de la desesperanza, de la insolidaridad de los ricos para con los pobres y del abandono también huyen los africanos.

ESCLAVITUD, COLONIZACION, DESCOLONIZACION....

He oído a un tertuliano de nuestra televisión, -por cierto, un hombre que hace ostentación de su título universitario-, que los negros que llegan a nuestras costas deben ser trasladados inmediatamente a África porque “son responsables exclusivos de su situación de pobreza”. Y lo justificó llamándoles cobardes y desidiosos por no haber luchado resueltamente contra la corrupción que asola sus países, dirigida y protagonizada por sátrapas y gobiernos totalitarios. Auxiliado por otra tertuliana que esgrimía que no se puede desarrollar ningún programa de ayuda humanitaria porque los dirigentes corruptos impiden la llegada a su destino, el tertuliano se permitió una broma macabra al afirmar que lo que está ocurriendo en África es una auténtica “merienda de negros”. ¿No es de un atrevimiento obsceno culpabilizar exclusivamente a las auténticas víctimas de la injusticia, de la propia injusticia? La Historia de África es larga y complicada, tan larga como el tiempo, pero el anecdotario y la lectura de los hechos trascendentales que han motivado la situación actual no puede sustraerse al papel que ha jugado la esclavitud que esquilmó a los pueblos africanos llevando a sus hombres y mujeres más “útiles” a trabajar y servir en las sociedades desarrolladas, ni al papel que ha jugado el colonialismo apropiándose de los recursos naturales, desnaturalizando las estructuras sociales y culturales africanas y abandonando los despojos.

Entre 1956 y 1961 alcanzaron la independencia más de la mitad de las antiguas colonias del continente. La historia de la colonización tiene su precedente en las primeras exploraciones, dirigidas por aventureros y navegantes europeos, estimuladas por la búsqueda de las nuevas rutas hacia Asia. El Reino Unido ocupó una gran franja desde Egipto hasta Sudáfrica así como algunas zonas del golfo de Guinea; Francia se asentó en el África noroccidental y ecuatorial así como en Madagascar; Portugal lo hizo en Angola, Mozambique, Guinea y algunas islas estratégicas; Alemania en Togo, Tanganica y Camerún; Bélgica en el Congo; Italia en Libia, Etiopía y Somalia; y España en Marruecos, Sahara y Guinea. La voluntad de tutelar África y adueñarse de sus riquezas tuvo su colofón en 1885 cuando la Conferencia de Berlín  estableció el principio de la ocupación efectiva como forma legitimadora de la ocupación de colonias.

La independencia de aquellas colonias ha tenido lugar hace solo cincuenta años. Y se hizo de forma tan arbitraria, que puso en evidencia todas las miserias y egoísmos en que se fundamentó la colonización. Se produjeron grandes problemas de integración nacional como consecuencia de fronteras implantadas por caprichos que obedecían a los intereses especulativos de los colonizadores. Faltos de unas estructuras geopolíticas y sociales firmes, quedaron patentes importantes déficits estructurales: la población empezó a crecer a ritmos mucho más acelerados que la producción de alimentos. A todo esto hay que añadir la abundancia de gobernantes de carácter militar y de corte dictatorial en cuyas manos cayó la mayoría de África. ¿Qué responsabilidad tuvieron las naciones europeas colonizadoras en todo ello? No es lógico poner la descolonización como un ejemplo de la lucha por la libertad de los pueblos y los estados africanos porque, si bien la Conferencia de Berlín reguló e intentó legitimar la colonización, la descolonización no se regularizó ni se planificó en ninguna conferencia.

Los colonizadores iban abandonando los territorios, si bien dejando al frente de los gobiernos a compinches fieles a la consigna de favorecer intereses de empresas y organizaciones afines a los colonizadores retirados. En muy pocos casos hubo procesos independentistas sin condiciones previas y, en algunos casos, se produjeron conflictos bélicos que llevaron a auténticos genocidios. Tal se produjo, por ejemplo, en Kenia. En Rhodesia del Sur y Sudáfrica la independencia proclamada por colonos blancos propició bastantes años de apartheid y mucha sangre derramada. La desestabilización de Argelia fue consecuencia, entre otras cosas, del intento de Francia de mantener su supremacía en un lugar estratégico del norte de África. Las condiciones que Francia pretendió imponer a sus ex colonias motivaron también tensión y conflictos, por ejemplo, en Somalia. Algo semejante cabe subrayar en el Congo belga, donde se produjeron importantes enfrentamientos étnicos y la secesión de Katanga, que obligaron a la intervención de la ONU.

El poscolonialismo se caracterizó por la inestabilidad política, la fragmentación social y el subdesarrollo  económico. Quienes les recibimos aquí somos los herederos de quienes les infligieron el brutal castigo de la colonización desordenada hasta hace solo 50 años.




GUERRAS, REFUGIADOS, DESPLAZADOS, SIN HOGAR...


África es un continente en guerra. Múltiples conflictos, de diversas características, tienen lugar en todo el continente. Angola, Burundi, Chad, Congo Brazaville, Liberia, República Democrática del Congo (Zaire), Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Costa de Marfil, Kenia, Nigeria o Uganda se han visto seriamente afectados por conflictos violentos que han tenido un coste importante en forma de vidas humanas, destrucción de infraestructuras, costes económicos y pérdida de patrimonio, además de desarraigo de los africanos que se ven obligados a vivir en grandes campos de refugiados, o en países en los que ni han nacido ni han vivido antes. Mak Duffield considera que las guerras en África responden a tres razones fundamentales: la economía política derivada de las guerras, el subdesarrollo como causa de los conflictos y el comportamiento bárbaro inherente a ciertas civilizaciones presentes en el continente.

Hay datos alarmantes que ilustran la vinculación de los conflictos con la economía. En Angola, la UNITA consiguió gracias al comercio de los diamantes más de 4,2 billones de dólares entre 1992 y 2001. En Sierra Leona, tanto los señores de la guerra liberianos como los rebeldes del RUF, obtuvieron más de 120 millones de dólares con el mismo producto. Un panel de expertos creado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas  denunció la explotación ilegal de los recursos naturales y otras formas de riqueza en la República Democrática del Congo, en cuyo conflicto bélico se vieron involucrados siete países africanos. Al menos tres importantes redes político-económicas han estado involucradas en el conflicto, además de 85 compañías internacionales conectadas, de uno u otro modo, con dichas redes.

Esta situación de conflictos generalizados ha provocado importantes dosis de desarraigo. Los africanos han huido de los lugares de conflicto y se han reunido en grandes campos de refugiados donde son atendidos por organizaciones humanitarias. A veces, dichos campos se encuentran en áreas extensas y despobladas situadas a grandes distancias de las ciudades de las que proceden los refugiados. En un continente tan atiborrado de conflictos es difícil encontrar asentamientos idóneos y suficientemente seguros. Hay campos de refugiados en los que viven varios cientos de miles de personas, es decir, tantas como en muchas capitales españolas. Por eso, no pueden asentarse en lugares montañosos o rocosos, ni en zonas inundables, ni en lugares donde no hay agua, ni en tierras infestadas por insectos peligrosos, animales salvajes o minas antipersona. Igualmente se encuentran importantes obstáculos sociales porque los refugiados no gustan de asentarse en lugares en los que no encuentran ningún tipo de afinidad con la población local o más cercana.

Si a estas personas desplazadas a causa de las guerras sumamos los desplazados por desastres naturales, el mapa de personas que viven en condiciones ínfimas, lejos de sus lugares de origen, es muy nutrido. De los 22 millones de refugiados que hay en el Mundo la gran mayoría viven en África. De los 30 millones de desplazados a causa de catástrofes naturales que hay en el Mundo, una parte muy importante de ellos viven en campos de desplazados de África. Pues bien, también de este modo de vida desarraigado y precario huyen los inmigrantes subsaharianos que llegan a nuestros litorales.


LA INVASION DE LOS INVADIDOS



Tomo prestado el subtítulo de una intervención del escritor Eduardo Galeano. Nuestros invasores solo quieren vivir. Están dispuestos a trabajar en cualquier función. No les importa que los ricos de la sociedad rica, -que sólo son unos pocos de dicha sociedad-, se hagan aún más ricos a costa de su sudor y de su esfuerzo. Cuando salieron de la  miseria lo hicieron convencidos de que viviendo de los desperdicios del primer mundo, estarían mejor que en sus países de origen. Son gentes con escasos pertrechos, cuya arma más poderosa es la esperanza.

El Mundo, al que ellos también pertenecen, les ha asignado un papel, el de los que huyen. Ellos son las hordas sordas que buscan su supervivencia lejos. Para ellos la palabra “lejos” no es sinónimo ni de fracaso ni de tristeza, porque están dispuestos a todo. El nuevo orden mundial quitaría a África de los mapas y dejaría la superficie que actualmente ocupa en las cartas y documentos geográficos como una gran superficie azul, un mar inmenso que no tuviera nombre, para que ningún aventurero se sintiera tentado a surcarlo y descubriera el engaño.

La coartada de los poderosos no puede ser más miserable ni más vergonzante. Europa guarda silencio y no responde a las llamadas de socorro de los inmigrantes africanos. El gobierno español ha alertado a los gobernantes europeos porque es consciente de que los africanos no buscan las costas españolas sino como una primera escala que les instala ya en Europa.

Los gobiernos de los países desarrollados están dispuesto a cerrar sus puertas. España abrió su frontera con Francia, pero ha construido kilómetros y kilómetros de alambradas entre Ceuta, Melilla y Marruecos. La ex ministra de Costa de Marfil, Aminata Traoré, afirmaba recientemente que los asaltos de los subsaharianos a esas alambradas son el resultado del fracaso de eso que se llama en los países europeos “Cooperación al Desarrollo”. Los gobiernos del Mundo desarrollado no se atreven a admitir que en el fondo solo son gendarmes al servicio del neoliberalismo, que valiéndose de eufemismos como “economía de mercado” o “globalización”, da una vuelta de tuerca más al capitalismo. Ya no se atisban diferencias notables entre la izquierda y la derecha en este asunto. Unos y otros gobiernan a golpe de encuestas, y han dejado que los ciudadanos lleguen a pensar que los inmigrantes son un problema. No es de extrañar que la derecha piense de ese modo, pero produce dolor que lo haga la izquierda. La izquierda no debe renunciar al didactismo inherente a su compromiso e ideología: debe educar a los humanos en pos de una idea tan simple como fundamental cual es que el destino de cualquier humano ha de ser el mismo destino de toda la Humanidad. Pero la realidad es sobrecogedora. Aminata Traoré  puntualiza en el documental “Los Amos del Mundo”, cuando aborda el comportamiento perverso de la globalización económica, que permite que deslocalizaciones de empresas ubicadas en Europa dejen sin trabajo a los europeos: “Si Europa está dispuesta a dejar en el paro a sus ciudadanos (por mantener y apuntalar el sistema), ¿qué espera para África?”.



UN TUNEL EN EL ESTRECHO DE GIBRALTAR



La solución es posible. La inmigración que preocupa no debe convertirse en el virus que endurezca nuestras voluntades. África necesita de Europa, del mismo modo que Europa pierde su honor y su dignidad si da la espalda a África. La distancia que separa a España de África es menor que la que separa a Europa de Gran Bretaña. Si entre éstas dos últimas fue posible y necesario construir un suntuoso túnel para comunicarlas, ¿por qué no construir otro por debajo del estrecho de Gibraltar con el mismo objetivo? Tal vez no resuelva totalmente las dudas pero sería un buen comienzo para sentir a los africanos algo más unidos y cercanos a los españoles y a los europeos.



Fdo  JOSU MONTALBAN