domingo, 19 de febrero de 2012

EL GUERNICA A GERNIKA


EL  “GUERNICA” A GERNIKA?


Gernika quiere ser la capital de Euskadi. Así lo han aprobado en su Ayuntamiento siguiendo una propuesta hecha por los concejales del PNV. En la Villa Foral por antonomasia siempre se reivindican tratamientos especiales porque en ella se encuentra el Árbol de Gernika, un roble milenario que representa las libertades de los vizcaínos. A sus pies los Señores de Vizcaya, tras recibir su título de los Reyes de Castilla, juraban el respeto al fuero de Vizcaya. Igualmente bajo el Árbol tenía lugar una costumbre fuertemente arraigada entre los vascos, que era la de congregarse para discutir sobre asuntos que les inquietaban, costumbre de carácter medieval que se repetía, con diferente solemnidad en cada territorialidad administrativa de Vizcaya. El Árbol de Gernika es el alma de la Casa de Juntas en cuyo seno se reúnen actualmente las Juntas Generales de Bizkaia, el Parlamento Territorial cuyo poder ejecutivo reside en la Diputación Foral de Bizkaia que, a su vez,  recoge sus competencias de la controvertida LTH (Ley de Territorios Históricos), que el nacionalismo vasco fundamenta en algunas frases grandilocuentes, aunque complejas de explicar, como “derechos históricos” o “hecho diferencial vasco”.

Gernika se hubiera quedado en un mero pasaje de la Historia si no hubiera acontecido allí un hecho extraordinario que convulsionó al Mundo y provocó una serie de reacciones importantes. El hecho fue el bombardeo que sufrió la Villa Foral en abril de 1937, en plena Guerra Civil española, que produjo casi mil setecientos muertos y casi novecientos heridos. La reacción más importante llegó de manos del pintor surrealista Picasso, que pintó su cuadro “Guernica” como recuerdo de aquella atrocidad y homenaje a quienes la sufrieron. El cuadro, pasado el tiempo, se ha convertido en el centro de un litigio absurdo que se complica todavía más cuando, de espaldas a modo real como se produjeron los hechos en 1937, el nacionalismo vasco pretende usar la obra pictórica en su provecho sólo porque su título evoca al pueblo bombardeado.

El sucesivas ocasiones los nacionalistas han reivindicado el traslado del “Guernica” a Euskadi, pero en lugar de basar su petición en el propio valor de la obra, o en la idoneidad de acercar la obra al lugar que, circunstancialmente, provocó su título, fundamentan su empeño en que el motivo de la pintura ya es razón suficiente para que la consideren patrimonio de los vascos. Nada hay de perverso en ello salvo que al igual que Gernika, otras muchas ciudades y pueblos españoles fueron bombardeados, bien cerca de allí en algunos casos, como Eibar, Durango o Bolívar. De este modo la obra de arte ya legendaria prolonga su carácter trashumante aunque los informes elaborados por los técnicos le hayan hecho un diagnóstico que deriva en una conclusión: lo mejor para el futuro es que la obra repose en su ubicación actual en el Museo Reina Sofía, porque “el delicado estado de conservación del cuadro no permite su traslado”. ¿Será realmente así? ¿No habrá evolucionado suficientemente la tecnología como para facilitar un traslado del cuadro sin sobresaltos que lleguen a alterar las figuras en él representadas? ¿O prevalecerá el temor de que una vez expuesto en Bilbao, o en Gernika, sea imposible devolverle al Museo Reina Sofía por la misma fuerza reivindicativa de los vascos, vizcaínos y guerniqueses? Ciertamente, frente a la obcecación de los nacionalistas está la persistencia de los responsables del Reina Sofía con sus informes. Y en medio no faltan quienes opinan que el cuadro de Picasso supone una mina para el Museo en que está expuesto por el tirón que supone en el número total de visitantes.

Los hechos fueron los siguientes: era día de mercado en Gernika, precisamente el 26 de Abril de 1937, cuando la plaza y las calles centrales hervían en el trapicheo del tira y afloja de los precios. Los aldeanos, llegados con sus mercancías al amanecer querían cobrar cuanto más mientras los villanos se hacían de rogar para pagar cuanto menos. No había máquinas registradoras, ni recibos, ni listas de precios, ni facturas. La Palabra, con mayúsculas, era tan importante en aquellos contactos de compraventa que se cumplía siempre, aunque quien la hubiera dado hubiera comprobado después que se había equivocado en sus cálculos.

De pronto cundió el miedo al ver sobrevolando el pueblo a un puñado de aviones en formación. Durante tres horas y media fueron bombardeados. Al concluir la Villa Foral almacenaba escombros, casas derruidas y allí, entre tanta miseria, bajo el polvo y el humo permanecían los 1654 muertos producidos. Se escuchaban también los gemidos y los silencios de los casi 900 heridos. Gernika había sido masacrada y el Mundo entero reaccionaba tras la profunda consternación. Fueron muchos los intelectuales que hicieron llamamientos a la conciencia de la Humanidad. William Borah, un senador republicano, intervino ante la Cámara de EEUU solo nueve días después: “Guernica es el punto culminante de una larga serie de atrocidades. El bombardeo no era una necesidad militar. La villa estaba  lejos de los campos de batalla y ningún objetivo bélico justificaba este ataque…Es la estrategia fascista”.

Nadie lo dudaba salvo el Episcopado español que emitió una Carta colectiva con motivo de la Guerra de España, cuyo detonante fue el bombardeo. La carta abunda en consideraciones diversas que mitigan cualquier crítica a Franco y a sus partidarios. Dado que la carta aludida merece un comentario más extenso, expongo aquí solamente la primera consideración que hacen sobre el Alzamiento: “La sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento que, por ello, debe calificarse de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no pueden separarse si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en los campos de batalla”. Cabe pensar por tanto que la Iglesia española ayudó no poco a configurar y dar carta de naturaleza a las dos Españas irreconciliables.

Picasso había sido nombrado Director del Museo de Artes plásticas, -el que luego se convirtió en Museo del Prado-, en Julio de 1936. El Frente Popular encargó a Picasso en enero de 1937 un gran cuadro para engalanar el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París. Entre la fecha del encargo y el día del Bombardeo la inspiración del pintor no fue demasiado fructífera, quizás porque la Exposición se proponía impulsar y exaltar los últimos descubrimientos y avances tecnológicos. Las primeras intenciones llevaron a Picasso a proponer pinturas abstractas, pero aún no había dibujado un solo trazo cuando aconteció la tragedia. A partir de aquellos instantes las musas acudieron en su ayuda. El 1 de Mayo de 1937 inició los trabajos, -45 estudios previos a la obra completa-, y el cuatro de Junio presentó la obra titulada “Guernica”, un mes antes de la inauguración de la Exposición.

La interpretación del cuadro es tarea ardua, salvo que nos atengamos a las lecturas que han hecho de él algunos estudiosos, como el poeta bilbaíno Juan Larrea, que escribió su obra en inglés en 1947 para después traducirla al castellano y presentarla en España en 1977. En ella recoge la profunda consternación de los ciudadanos y cómo Picasso, que era un republicano convencido, recibía las visitas de “artistas y escritores que esperaban de él una palabra que formulase pertinentemente la angustia opresiva que padecían todos y que, por lo mismo, les procurase algún alivio.

Picasso tomó el lápiz y aguzó la conciencia, y convino con el Comisario Gaos de la Delegación española cómo llevar a cabo la obra, acordando elaborar una serie de aguafuertes tamaño postal que pudieran venderse por unas monedas y se destinaran al sostenimiento de las fuerzas populares en la guerra. “Ya que no podía incorporarse a los frentes de batalla como un miliciano más, Picasso facilitaba ayudas económicas a quien se las pedía para intervenir en la lucha”, puntualiza Juan Larrea, siguiendo la estela de las propias palabras del pintor que confesaba que él manejaba los pinceles como los milicianos el fusil. Empapado de esta vocación el cuadro viajó por Europa tras su exhibición en París, con el objetivo de recaudar fondos destinados a los refugiados españoles. Al mismo tiempo dio a conocer la tragedia y provocó opiniones, manifiestos y obras de diferentes disciplinas. En 1938 el filósofo anarquista Herbert Read dijo del “Guernica”: “Es un monumento a la destrucción, un grito de indignación y horror amplificado por el espíritu del genio. No sólo Guernica, sino España, sino Europa, están simbolizados. Es nuestro moderno calvario, la agonía, en medio de unas ruinas destruidas por bombas de la ternura y la fe humanas. Es un cuadro religioso”.

Con su “Guernica” Picasso nos dejó una alegoría a la libertad y a la exaltación de los derechos humanos, a través de nueve figuras contenidas en el cuadro, cuyo significado se abre a todas las interpretaciones. Desde una abstracción (ambigüedad) calculada, que siempre se negó a explicar, nos hablan un caballo sufriente y destripado, un guerrero tendido con el cuerpo seccionado, una mujer que se arrastra sigilosa, otra mujer que aparece en medio de las llamas destructoras, una tercera figura femenina que surge como respondiendo a una llamada misteriosa, una madre que eleva su grito a los cielos con  su hijo en los brazos, un toro con semblante apaciguado, una paloma de formas inarmónicas, y esa especie de ojo que, como la lámpara asida por un fornido brazo parecen dispensar al conjunto luz e intensidad. . Cada una de las figuras debía tener mucho más que el mero sentido estético, aunque Picasso dejara su “Guernica” como algo abierto a múltiples interpretaciones, pero él pregonaba: “No, la pintura no está hecha para decorar habitaciones, es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo”. Juan Larrea no duda en hacer conjeturas en las que el caballo herido por la lanza es la España nacionalista e insurgente, y el toro significa la continuidad de la nación española que protege a la mujer que llora con el niño en sus brazos. Conjeturas, he dicho, porque, “yo mismo le escribí en 1947 suplicándole, de miliciano a miliciano en combate, una contestación de sí o no acerca del significado del caballo que ocupa el centro del Guernica, pero prefirió no contestarme”, señala Juan Larrea.

Resulta muy esclarecedor para interpretar cual ha de ser el destino y devenir del cuadro en nuestros días, tener en cuenta algunas aseveraciones de Larrea hechas con ansias “de ordenar la verdad” respecto del “Guernica”: “(el “Guernica”) no es obra que surgiese de Picasso en cuanto individuo, sino que se produjo a través de él, como instrumento genial, por el espíritu apocalíptico que animaba a la tragedia española”. Y una segunda consideración de Juan Larrea: “Pues bien, el azar de las circunstancias dirigidas por una serie heterogénea de factores, el cuadro que lleva su nombre de “Guernica” se ha convertido en la obra de arte más universalmente admirada de nuestro siglo, proeza que Picasso no ha podido ni remotamente repetir. Las declaraciones y juegos del escondite del pintor demuestran que si un día fue arrebatado por el vértigo del sentimiento, en realidad nunca comprendió  sino las cifras exteriores de su significado. Si tanto le temía a la “paloma” ha de ser porque la obra no era suya sino del Espíritu de su pueblo. Esa es cosa que, a juicio de quien escribe, debiera quedar perfectamente aclarada”.

Esto me permite una contestación a la ya en exceso obstinada pretensión del nacionalismo vasco con respecto al “Guernica” de Picasso. ¿Debe viajar el cuadro a Euskadi aún a riesgo de su deterioro? ¿Por qué no? Pero siempre desde el convencimiento de que la obra, cuando fue pintada, respondió a una emoción, imbuida en el genio por el horrible bombardeo y no porque fuera tal su destino cuando fue encargado por el Gobierno del Frente Popular. Por eso, Madrid es, sin duda, su lugar lógico de residencia, pero no estaría de más exhibirle en la misma Casa de Juntas de Gernika, y edificios aledaños, si las posibilidades para su traslado fueran reales.

Para emocionar a los sucesores de quienes murieron tan gratuitamente, tan brutalmente, bajo las bombas fascistas. Para que el cuadro continúe siendo fiel al propio Picasso que, en 1935, antes del malvado sobresalto, había declarado a su amigo Christian Zervos: “Yo quisiera llegar a que no se supiese nunca cómo se han hecho mis cuadros. ¿Qué interés puede haber en esto? Lo que deseo es que de mis obras sólo se desprenda la emoción?”.

Fdo. JOSU MONTALBAN