EL “GUERNICA” A
GERNIKA?
Gernika quiere ser la capital de
Euskadi. Así lo han aprobado en su Ayuntamiento siguiendo una propuesta hecha
por los concejales del PNV. En la Villa
Foral por antonomasia siempre se reivindican tratamientos
especiales porque en ella se encuentra el Árbol de Gernika, un roble milenario
que representa las libertades de los vizcaínos. A sus pies los Señores de
Vizcaya, tras recibir su título de los Reyes de Castilla, juraban el respeto al
fuero de Vizcaya. Igualmente bajo el Árbol tenía lugar una costumbre
fuertemente arraigada entre los vascos, que era la de congregarse para discutir
sobre asuntos que les inquietaban, costumbre de carácter medieval que se
repetía, con diferente solemnidad en cada territorialidad administrativa de
Vizcaya. El Árbol de Gernika es el alma de la Casa de Juntas en cuyo seno se reúnen actualmente
las Juntas Generales de Bizkaia, el Parlamento Territorial cuyo poder ejecutivo
reside en la Diputación Foral
de Bizkaia que, a su vez, recoge sus
competencias de la controvertida LTH (Ley de Territorios Históricos), que el
nacionalismo vasco fundamenta en algunas frases grandilocuentes, aunque
complejas de explicar, como “derechos históricos” o “hecho diferencial vasco”.
Gernika se hubiera quedado en un
mero pasaje de la Historia
si no hubiera acontecido allí un hecho extraordinario que convulsionó al Mundo
y provocó una serie de reacciones importantes. El hecho fue el bombardeo que
sufrió la Villa Foral
en abril de 1937, en plena Guerra Civil española, que produjo casi mil
setecientos muertos y casi novecientos heridos. La reacción más importante
llegó de manos del pintor surrealista Picasso, que pintó su cuadro “Guernica”
como recuerdo de aquella atrocidad y homenaje a quienes la sufrieron. El
cuadro, pasado el tiempo, se ha convertido en el centro de un litigio absurdo
que se complica todavía más cuando, de espaldas a modo real como se produjeron
los hechos en 1937, el nacionalismo vasco pretende usar la obra pictórica en su
provecho sólo porque su título evoca al pueblo bombardeado.
El sucesivas ocasiones los
nacionalistas han reivindicado el traslado del “Guernica” a Euskadi, pero en
lugar de basar su petición en el propio valor de la obra, o en la idoneidad de
acercar la obra al lugar que, circunstancialmente, provocó su título,
fundamentan su empeño en que el motivo de la pintura ya es razón suficiente
para que la consideren patrimonio de los vascos. Nada hay de perverso en ello
salvo que al igual que Gernika, otras muchas ciudades y pueblos españoles fueron
bombardeados, bien cerca de allí en algunos casos, como Eibar, Durango o
Bolívar. De este modo la obra de arte ya legendaria prolonga su carácter
trashumante aunque los informes elaborados por los técnicos le hayan hecho un
diagnóstico que deriva en una conclusión: lo mejor para el futuro es que la
obra repose en su ubicación actual en el Museo Reina Sofía, porque “el delicado
estado de conservación del cuadro no permite su traslado”. ¿Será realmente así?
¿No habrá evolucionado suficientemente la tecnología como para facilitar un
traslado del cuadro sin sobresaltos que lleguen a alterar las figuras en él
representadas? ¿O prevalecerá el temor de que una vez expuesto en Bilbao, o en
Gernika, sea imposible devolverle al Museo Reina Sofía por la misma fuerza
reivindicativa de los vascos, vizcaínos y guerniqueses? Ciertamente, frente a
la obcecación de los nacionalistas está la persistencia de los responsables del
Reina Sofía con sus informes. Y en medio no faltan quienes opinan que el cuadro
de Picasso supone una mina para el Museo en que está expuesto por el tirón que
supone en el número total de visitantes.
Los hechos fueron los siguientes:
era día de mercado en Gernika, precisamente el 26 de Abril de 1937, cuando la
plaza y las calles centrales hervían en el trapicheo del tira y afloja de los
precios. Los aldeanos, llegados con sus mercancías al amanecer querían cobrar
cuanto más mientras los villanos se hacían de rogar para pagar cuanto menos. No
había máquinas registradoras, ni recibos, ni listas de precios, ni facturas. La Palabra , con mayúsculas,
era tan importante en aquellos contactos de compraventa que se cumplía siempre,
aunque quien la hubiera dado hubiera comprobado después que se había equivocado
en sus cálculos.
De pronto cundió el miedo al ver
sobrevolando el pueblo a un puñado de aviones en formación. Durante tres horas
y media fueron bombardeados. Al concluir la Villa Foral almacenaba
escombros, casas derruidas y allí, entre tanta miseria, bajo el polvo y el humo
permanecían los 1654 muertos producidos. Se escuchaban también los gemidos y
los silencios de los casi 900 heridos. Gernika había sido masacrada y el Mundo
entero reaccionaba tras la profunda consternación. Fueron muchos los
intelectuales que hicieron llamamientos a la conciencia de la Humanidad. William
Borah, un senador republicano, intervino ante la Cámara de EEUU solo nueve
días después: “Guernica es el punto culminante de una larga serie de
atrocidades. El bombardeo no era una necesidad militar. La villa estaba lejos de los campos de batalla y ningún
objetivo bélico justificaba este ataque…Es la estrategia fascista”.
Nadie lo dudaba salvo el
Episcopado español que emitió una Carta colectiva con motivo de la Guerra de España, cuyo
detonante fue el bombardeo. La carta abunda en consideraciones diversas que
mitigan cualquier crítica a Franco y a sus partidarios. Dado que la carta
aludida merece un comentario más extenso, expongo aquí solamente la primera
consideración que hacen sobre el Alzamiento: “La sublevación militar no se produjo,
ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó
en grandes masas al movimiento que, por ello, debe calificarse de
cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son
dos hechos que no pueden separarse si se quiere enjuiciar debidamente la
naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque,
marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se
batirán en los campos de batalla”. Cabe pensar por tanto que la Iglesia española ayudó no
poco a configurar y dar carta de naturaleza a las dos Españas irreconciliables.
Picasso había sido nombrado
Director del Museo de Artes plásticas, -el que luego se convirtió en Museo del
Prado-, en Julio de 1936. El Frente Popular encargó a Picasso en enero de 1937
un gran cuadro para engalanar el Pabellón Español de la Exposición
Internacional de París. Entre la fecha del encargo y el día
del Bombardeo la inspiración del pintor no fue demasiado fructífera, quizás
porque la Exposición
se proponía impulsar y exaltar los últimos descubrimientos y avances
tecnológicos. Las primeras intenciones llevaron a Picasso a proponer pinturas
abstractas, pero aún no había dibujado un solo trazo cuando aconteció la
tragedia. A partir de aquellos instantes las musas acudieron en su ayuda. El 1
de Mayo de 1937 inició los trabajos, -45 estudios previos a la obra completa-,
y el cuatro de Junio presentó la obra titulada “Guernica”, un mes antes de la
inauguración de la
Exposición.
La interpretación del cuadro es
tarea ardua, salvo que nos atengamos a las lecturas que han hecho de él algunos
estudiosos, como el poeta bilbaíno Juan Larrea, que escribió su obra en inglés
en 1947 para después traducirla al castellano y presentarla en España en 1977. En
ella recoge la profunda consternación de los ciudadanos y cómo Picasso, que era
un republicano convencido, recibía las visitas de “artistas y escritores que
esperaban de él una palabra que formulase pertinentemente la angustia opresiva
que padecían todos y que, por lo mismo, les procurase algún alivio.
Picasso tomó el lápiz y aguzó la
conciencia, y convino con el Comisario Gaos de la Delegación española
cómo llevar a cabo la obra, acordando elaborar una serie de aguafuertes tamaño
postal que pudieran venderse por unas monedas y se destinaran al sostenimiento
de las fuerzas populares en la guerra. “Ya que no podía incorporarse a los
frentes de batalla como un miliciano más, Picasso facilitaba ayudas económicas
a quien se las pedía para intervenir en la lucha”, puntualiza Juan Larrea,
siguiendo la estela de las propias palabras del pintor que confesaba que él
manejaba los pinceles como los milicianos el fusil. Empapado de esta vocación
el cuadro viajó por Europa tras su exhibición en París, con el objetivo de
recaudar fondos destinados a los refugiados españoles. Al mismo tiempo dio a
conocer la tragedia y provocó opiniones, manifiestos y obras de diferentes
disciplinas. En 1938 el filósofo anarquista Herbert Read dijo del “Guernica”:
“Es un monumento a la destrucción, un grito de indignación y horror amplificado
por el espíritu del genio. No sólo Guernica, sino España, sino Europa, están
simbolizados. Es nuestro moderno calvario, la agonía, en medio de unas ruinas
destruidas por bombas de la ternura y la fe humanas. Es un cuadro religioso”.
Con su “Guernica” Picasso nos
dejó una alegoría a la libertad y a la exaltación de los derechos humanos, a
través de nueve figuras contenidas en el cuadro, cuyo significado se abre a
todas las interpretaciones. Desde una abstracción (ambigüedad) calculada, que
siempre se negó a explicar, nos hablan un caballo sufriente y destripado, un
guerrero tendido con el cuerpo seccionado, una mujer que se arrastra sigilosa,
otra mujer que aparece en medio de las llamas destructoras, una tercera figura
femenina que surge como respondiendo a una llamada misteriosa, una madre que
eleva su grito a los cielos con su hijo
en los brazos, un toro con semblante apaciguado, una paloma de formas inarmónicas,
y esa especie de ojo que, como la lámpara asida por un fornido brazo parecen
dispensar al conjunto luz e intensidad. . Cada una de las figuras debía tener
mucho más que el mero sentido estético, aunque Picasso dejara su “Guernica”
como algo abierto a múltiples interpretaciones, pero él pregonaba: “No, la
pintura no está hecha para decorar habitaciones, es un instrumento de guerra
ofensiva y defensiva contra el enemigo”. Juan Larrea no duda en hacer
conjeturas en las que el caballo herido por la lanza es la España nacionalista e
insurgente, y el toro significa la continuidad de la nación española que
protege a la mujer que llora con el niño en sus brazos. Conjeturas, he dicho,
porque, “yo mismo le escribí en 1947 suplicándole, de miliciano a miliciano en
combate, una contestación de sí o no acerca del significado del caballo que
ocupa el centro del Guernica, pero prefirió no contestarme”, señala Juan
Larrea.
Resulta muy esclarecedor para
interpretar cual ha de ser el destino y devenir del cuadro en nuestros días,
tener en cuenta algunas aseveraciones de Larrea hechas con ansias “de ordenar
la verdad” respecto del “Guernica”: “(el “Guernica”) no es obra que surgiese de
Picasso en cuanto individuo, sino que se produjo a través de él, como
instrumento genial, por el espíritu apocalíptico que animaba a la tragedia
española”. Y una segunda consideración de Juan Larrea: “Pues bien, el azar de
las circunstancias dirigidas por una serie heterogénea de factores, el cuadro
que lleva su nombre de “Guernica” se ha convertido en la obra de arte más
universalmente admirada de nuestro siglo, proeza que Picasso no ha podido ni
remotamente repetir. Las declaraciones y juegos del escondite del pintor
demuestran que si un día fue arrebatado por el vértigo del sentimiento, en
realidad nunca comprendió sino las cifras
exteriores de su significado. Si tanto le temía a la “paloma” ha de ser porque
la obra no era suya sino del Espíritu de su pueblo. Esa es cosa que, a juicio
de quien escribe, debiera quedar perfectamente aclarada”.
Esto me permite una contestación
a la ya en exceso obstinada pretensión del nacionalismo vasco con respecto al
“Guernica” de Picasso. ¿Debe viajar el cuadro a Euskadi aún a riesgo de su
deterioro? ¿Por qué no? Pero siempre desde el convencimiento de que la obra,
cuando fue pintada, respondió a una emoción, imbuida en el genio por el
horrible bombardeo y no porque fuera tal su destino cuando fue encargado por el
Gobierno del Frente Popular. Por eso, Madrid es, sin duda, su lugar lógico de
residencia, pero no estaría de más exhibirle en la misma Casa de Juntas de
Gernika, y edificios aledaños, si las posibilidades para su traslado fueran
reales.
Para emocionar a los sucesores de
quienes murieron tan gratuitamente, tan brutalmente, bajo las bombas fascistas.
Para que el cuadro continúe siendo fiel al propio Picasso que, en 1935, antes
del malvado sobresalto, había declarado a su amigo Christian Zervos: “Yo
quisiera llegar a que no se supiese nunca cómo se han hecho mis cuadros. ¿Qué
interés puede haber en esto? Lo que deseo es que de mis obras sólo se desprenda
la emoción?”.